Gracián, jesuita aragonés, escribió para el rey Fernando de Aragón, Fernando el Católico, lo que Maquiavelo para los Médicis, si bien no defendía tanto la razón de Estado maquiavélica como "la buena razón de Estado", o tal cosa Tierno Galván comentaba. Su El político (Zaragoza, 27 noviembre 1640) ha sido situado en la línea de la República de los griegos y El príncipe de los italianos.
Los de mi generación somos de poco más de 300 años más tarde. Nací justo entrando en el año 1941. Tres generaciones de personas que viviesen 100 años nos enlazarían. Nada. La prueba de esa cercanía voy a tratar de demostrarla en este modesto artículo.
El padre Batllori, también jesuita, una de las personas más sabias que he conocido, editó las obras completas de Gracián en 1969.
Según el prólogo de Aurora Egido a la minúscula edición del año 2000, de la Diputación de Zaragoza - tan minúscula que me cabe en la palma de la mano-, en 1640 Gracián está en Madrid, pero "admirado, y a la vez asqueado, de las maravillas e intrigas de la Corte" (sic), se traslada a Pamplona y en diciembre vuelve a Zaragoza.
Gracián fue amigo fiel de Francesco Carafa, duque de Nochera, napolitano, lugarteniente y capitán general de los reinos de Aragón y Navarra, con el cual instó al rey el 6 de diciembre de 1640, siempre según Aurora Egido, "a que hubiese negociaciones y no guerra con Catalunya en previsión de la intervención francesa", cuestión en la que la Compañía de Jesús, por lo visto, tuvo actitudes muy firmes.
"El hecho constatado (es) que el duque de Nochera (dedicó) su vida a la construcción de una Europa unida y católica". Como virrey representaba la autoridad real en el control de la impresión de libros, pero en Aragón no hay un virrey único "sino tantos cuantos integran los reinos y Principado".
En todo caso El político "aparece como un discurso en primera persona ofrecido al duque de Nochera". La obra es una alabanza ( "paradójica", dice Egido) "de una monarquía austriaca que en la guerra de Catalunya no había concebido sus ideales políticos con idéntica previsión que el duque de Nochera". Finalmente, Egido comenta "la ironía que representa proponer como modelo a Fernando el Católico en momentos de tan grave crisis como los que atravesaba la Casa de Austria en 1640 en relación con el Principado (Catalunya) y la Corona de Aragón en general".
Egido señala la existencia de una edición francesa, Le politique dom Ferdinand le Catholique (París, 1732, es decir, poco después de la entrada de Felipe V de Borbón en Barcelona en 1714). Del libro se hicieron también traducciones al alemán, holandés y polaco, además de las italiana y francesa.
En la página 14, es decir, para páginas tan pequeñas, al principio de todo, se dice que "En la monarquía de España las provincias son muchas, las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrados, y así como es menester gran capacidad para conservar, así mucha para unir".
(De 1640 a 1998: cuando estando en Roma nos visitó Felipe González yme animó a concurrir a las elecciones a la Generalitat del año siguiente, habían pasado 350 años, pero el tema de Gracián coleaba todavía, y sigue coleando. Como he explicado un montón de veces mi condición fue el federalismo diferencial, lo que aquellos que quisieron desacreditarlo llamaron federalismo asimétrico.)
Métese luego el autor en una disquisición sobre la genealogía de la Casa de Aragón "que fue siempre fecunda madre de héroes" y sobre la mezcla de la dinastía borbónica ( "seminario de valerosos caudillos"), con la de los Austrias, en el príncipe de España - que permitía imaginar en el futuro rey "el valor para ser Monarca del Universo". Sigue con el cerco a que se vio sometido cuando niño, con su madre Juana, en Girona, y continúa, en flash back,con un impagable relato de la infancia de un rey muy anterior y venerado en Catalunya y Aragón quizás más que ningún otro: Jaime I.
"Desamparó al niño Jaime, famoso conquistador de Aragón, su mismo padre el rey don Pedro; aborreciole aun antes de engendrarle (1) (...), no quiso darle lo más principal de la educación, y aquí tuvo su mayor dicha, pues substituyendo (le) el valeroso Caudillo conde Simón de Monfort, le fue padre y ayo juntamente, pues se han de criar los propios hijos como extraños, y los extraños como propios" - y pone como ejemplo a Alejandro Magno, que por lo visto, según Gracián, triunfó por envidia y emulación de las hazañas del padre, Filipo-. "El amor o el recelo paterno es un fatal escollo", concluye el autor.
Curiosa historia la de Pedro II, Jaime I y Simón de Monfort, que se entrecruza ahora en mi recuerdo con la de la moderna eurorregión Pirineos / Mediterráneo que creamos con Georges Frèche (cuando era alcalde de Montpellier, la ciudad donde nació Jaime I), los alcaldes de Toulouse, Zaragoza, Ciutat de Mallorca y la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, que ofició de anfitriona en aquella ocasión. El alcalde de Toulouse, Dominique Baudis, no pudo venir porque, como es costumbre, o lo era entonces, estaba en París, y le representó el teniente de alcalde Jacob. Alguien contó que Jaime I era nuestro rey, el de todos los presentes, porque nació en Montpellier, se formó en Monzón, fue conde de Barcelona y rey de Aragón, y conquistó Mallorca y Valencia. Y entonces Jacob, bajo el cuadro de Jaime I que preside aquella sala del Ayuntamiento de Valencia, protestó por la omisión de su ciudad alegando que los señores de Toulouse estuvieron en Muret contra
Simón de Monfort, y por tanto a favor del padre de Jaime I, Pedro II, que si no recuerdo mal murió en la batalla que lleva el nombre de la ciudad. Es decir, que todos éramos de la misma dinastía, por decirlo así.
Lo fuerte en ese caso es que Jaime I se hubiera formado con Simón de Monfort ¡de padrino!, pero es que perdimos la batalla de Muret, claro, y se quedaron al niño. No sé qué efectos deducir de ello. Los historiadores nos ayudarán en este punto, seguro. En todo caso Gracián volverá más adelante (p. 70) a nuestro rey, en el terreno del análisis de virtudes y defectos para afirmar que "el batallador Don Jaime tuvo algunos defectos de hombre y heroicos desvelos de rey: de diez años empuñó el cetro con valor de treinta y con madurez de ciento".
Volvamos a Fernando II el Católico, que siendo posterior a Fernando III el Santo, le precede en la numeración porque más Fernandos hubo en Castilla que en Aragón.
Siendo menor de edad presidió las Cortes de Aragón en Zaragoza. "Previó que los que procuraban que fuese rey de Castilla no lo hacían porque mandase él, mas cebándoles en esta su engañada pasión, valiose de sus intentos para revolverse después contra ellos, y vencidos unos y otros fue rey". Y lo fue, dice, prevaleciendo la prudencia "sobre la común inclinación (...) a seguir lo contrario del pasado (...) que pudo la naturaleza unir las sangres pero no los juicios, herédase tal vez el gesto, pero nunca el gusto".
"Pareciéronle a Fernando estrechos sus hereditarios reinos de Aragón para sus dilatados deseos, y así anheló siempre la grandeza y anchura de Castilla, y de ahí a la Monarquía de toda España, y aun a la universal de entrambos mundos". Y comparando ese espíritu emprendedor con el del pasado, se remonta Gracián a la serie de reyes de Castilla que van de Rodrigo a Witiza y Wamba y a la decadencia de los godos. Pero en Aragón fue distinto: "Sólo en Aragón faltó esa dependencia del Estado de la Monarquía, porque fueron extravagantes sus reyes, todos a una mano esclarecidos, desde Ramiro I y aún desde García Ximénez hasta el católico Fernando, ninguno fue incapaz ni delicioso y al contrario de otras Monarquías, el último fue el mejor (...) Naciones hay que echan a perder a sus reyes y otras que los ganan". Es más: "Cada uno de los ricos hombres de Aragón era el espejo de su rey, (y Aragón era) nación al fin propia para oficina de sus reyes".
En este punto quiero hacer una digresión y recordar algo que Gracián no cita, y es la fórmula del juramento que los señores de Aragón hacían ante el rey en la coronación, fórmula que creo recordar citaba Robert Hughes en su espléndido libro Barcelona.Decían los nobles: "Nos, que cada uno valemos tanto como Vos, y todos juntos más que Vos, os hacemos rey, a condición de que respetéis nuestros fueros y derechos, y si non, non".
El alcalde Porcioles, al final del franquismo, aceptó el cargo demandando que se respetaran las tres Ces: Compilación, Castillo y Carta. La Compilación se refería al derecho catalano-aragonés (que entre otras particularidades determinaba la primacía del hereu, el hijo mayor, frente al sistema castellano de reparto más democrático) (2). El castillo de Montjuïc parece que se ha transferido ya ahora, terminando la sinrazón de que el lugar desde donde el ejército bombardeó Barcelona y donde fue fusilado el president Companys, mi cuarto antecesor, antes de Irla, Tarradellas y Pujol, siguiese en manos del Estado. Y la Carta, o derechos y obligaciones especiales de los ciudadanos de Barcelona, debería replantearse ahora en el ámbito metropolitano, y ésa es la intención del alcalde Hereu.
Pero volvamos a Fernando el Católico. Y a sus defectos, que según don Baltasar fueron exagerados en el extranjero. "Si faltó no fue por faltar, sino por contemporizar efectos de la ocasión, no del vicio. Arguye contradicción que los extranjeros atribuyan todo lo malo, y los españoles le nieguen todo lo bueno".
No deja de ser curioso: más que ensalzar al rey, al que más bien perdona o del que pide perdón para sus defectos, ataca o discute a sus adversarios y críticos, que parecen ser legión. "Con ser tan conocidos y seguros sus aciertos, no contento, no satisfecho de su interior y de la pública aprobación, solía este gran príncipe examinarse de rey". Y concluye: "Si es tan dificultoso conocerse cualquier hombre, que será un rey? Conocerse en sí mismo no lo permite la propia afición, conocerse en los otros no lo sufre la trascendental adulación. Pero aquí entra la industria de si él es sabio".
Perfecto.
- De hecho, Pedro II se encamó engañado, previamente desorientado por su entorno, y creyendo que la mujer con la que yacía no era su mujer.
- Mi suegro, de apellido catalán y familia procedente de Matadepera, nació en La Rioja porque su padre, segundón, tuvo que hacer las Españas vendiendo tejidos. La tienda la instaló en la famosa calle mayor de Logroño, donde haciendo algún esfuerzo todavía puede verse la inscripción "Almacenes Garrigosa", aunque no ya el rimbombante rótulo: "La Gran ciudad de Londres". En esa tienda trabajó de niño Escrivá de Balaguer (en realidad, Escriba), fundador del Opus Dei y aragonés de la Franja, como Iglesias, el actual presidente de Aragón.
- Pasqual Maragall, ex presidente de la Generalitat de Catalunya.