El riesgo de malinterpretar a Kim Jong-un

Los gobernantes a los que se considera “locos” siempre han sido los más difíciles de evaluar para los observadores políticos. Pero en realidad, rara vez es un problema de psicopatología: por lo general, el rótulo sólo señala una conducta diferente a lo que los analistas convencionales esperaban.

Fue sin duda el caso del líder religioso sirio Rashid al-Din Sinan, en el siglo XII. Durante la Tercera Cruzada, el supuestamente loco “Viejo de la Montaña” (como se lo conocía) logró obstaculizar el avance de los cruzados sobre Jerusalén enviando a sus seguidores a cometer asesinatos selectivos. Tras cumplir las órdenes, los asesinos solían quedarse en el lugar a la espera de ser capturados, bien a la vista de la población local, para que su líder recibiera el debido reconocimiento por el acto.

En aquel momento, esas acciones eran incomprensibles para la mente occidental. Los occidentales comenzaron a llamar a los seguidores del Viejo “hashashin”, o sea, consumidores de hachís, porque creían que la única explicación posible de semejante desprecio “insensato” por el propio bienestar físico era la intoxicación. Pero en general los hashashin no eran usuarios de drogas. Y lo más importante es que tuvieron éxito: cuando finalmente asesinaron a Conrado de Montferrato, eso llevó directamente al colapso político de la coalición de los cruzados y a la derrota de Ricardo Corazón de León de Inglaterra. Como dice Polonio de Hamlet, en la locura del Viejo había método.

Hoy, el problema de analizar a líderes supuestamente lunáticos reapareció con la crisis nuclear con Corea del Norte. Que el dictador norcoreano Kim Jong-un esté o no loco no es una cuestión meramente académica: es el nudo del asunto.

El gobierno del presidente estadounidense Donald Trump declaró inequívocamente que no tolerará que Corea del Norte adquiera la capacidad de amenazar con armas nucleares el territorio continental de Estados Unidos. Según el asesor de seguridad nacional de Trump, H. R. McMaster, la postura de la administración refleja la creencia de que Kim está loco y que por eso la “teoría clásica de la disuasión” no es aplicable en su caso.

Durante la Guerra Fría, el presidente estadounidense Dwight Eisenhower razonó que incluso si Stalin (y más tarde Mao) era un asesino, no dejaba de ser racional, y no querría perecer en un contraataque estadounidense. La lógica de “destrucción mutua asegurada” en la que se basa la disuasión nuclear funcionaba.

Pero si el líder de un estado con armas nucleares es un lunático, indiferente a su seguridad física y a la de quienes lo rodean, la estrategia de disuasión se cae a pedazos. Si Kim está loco, la única opción es eliminarlo antes de que su régimen suicida pueda matar a millones de personas.

Pero ¿está Kim realmente loco, o simplemente tiene una visión del mundo que desconcierta a los analistas occidentales? Su dramática propuesta de celebrar una cumbre con Trump en mayo no parece muy acorde con la historia de que está loco. Más bien, se ve como un acto de alguien que sabe lo que hace.

Hay tres posibles análisis estratégicos que Kim tal vez esté haciendo. En primer lugar, es posible que el plan del régimen sea ofrecer concesiones que en realidad no tiene intención de cumplir. No hay que olvidar que la duplicidad norcoreana ya provocó el fracaso de un acuerdo sobre armas nucleares entre Estados Unidos y Kim Jong-il, padre del actual líder. Fue en 2002, cuando Estados Unidos descubrió que Corea del Norte mantenía un programa secreto de enriquecimiento de uranio apto para la producción de armas nucleares, en abierta violación de sus promesas anteriores.

De hecho, Corea del Norte demostró una y otra vez que no juega según las reglas. Inicia negociaciones para obtener concesiones (por ejemplo, ayuda alimentaria) y después retoma sus actividades cuestionables, con lo que todo vuelve a foja cero. No hay razones para creer que esta vez vaya a ser diferente. Pero no hay que confundir la conducta tortuosa del régimen con irracionalidad o locura. Con el solo hecho de expresar disposición a negociar, Kim ya obtuvo algo de la legitimidad política que necesita imperiosamente.

En segundo lugar, más que un lunático, Kim parece muy atento a la historia reciente. Saddam Hussein en Irak y Muammar el-Qaddafi en Libia terminaron pagando el precio de renunciar a sus programas nucleares; en cambio, Kim mejoró las capacidades nucleares de su régimen, y ahora el hombre más poderoso del planeta lo trata públicamente casi como a un igual. El régimen norcoreano siempre buscó este reconocimiento por encima de cualquier otra cosa.

Una tercera y última posibilidad es que Corea del Norte esté tratando de ganar tiempo. Aunque aceptó detener las pruebas nucleares y de misiles hasta la cumbre, podría usar los próximos meses para desarrollar tecnologías relacionadas. Por ejemplo, todavía necesita perfeccionar el mecanismo de reingreso atmosférico de los misiles balísticos intercontinentales, para que puedan golpear el territorio estadounidense en forma exacta y fiable. Además, durante el desarrollo de la cumbre, Corea del Norte no tiene que temer un ataque militar de Estados Unidos. Sería perfectamente racional y sensato que Kim busque este objetivo.

En resumidas cuentas, lo más probable es que la “oferta” de Corea del Norte termine siendo mucho menos de lo que parece. Pero aun así es posible extraer información estratégica valiosa del gambito diplomático de Kim. El pensamiento norcoreano es indudablemente artero, pero también delata la voluntad de supervivencia del régimen y su deseo de dominar la situación actual. Esto hace pensar que Kim no está “loco” después de todo, y que la disuasión convencional seguirá funcionando, como lo ha hecho desde 1945.

Eso es buena noticia para todos, pero especialmente para la administración Trump, ya que es casi seguro que en las próximas conversaciones no conseguirá concesiones significativas de Corea del Norte.

John C. Hulsman is President and Co-Founder of John C. Hulsman Enterprises, a global political risk consulting firm, and the author of To Dare More Boldly (Princeton University Press, 2018). Traducción: Esteban Flamini.

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