El riesgo de morir de éxito

Últimamente, Brasil ha aparecido en los titulares internacionales, pero no por las historias tradicionales de violencia urbana, catástrofes naturales, corrupción política o deforestación del Amazonas.

En la cumbre del G-20 celebrada en Londres en abril, el presidente Obama hizo un llamamiento al mundo para que prestara atención al presidente del Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, el "político más popular de la Tierra", y le estrechó la mano, al tiempo que decía: "Mi hombre aquí. Me encanta este hombre". En septiembre, el presidente destituido de Honduras, Manuel Zelaya, reapareció en su país dentro de la embajada de Brasil en Tegucigalpa después de tres meses de exilio. Después llegó la noticia de que el COI había concedido a Brasil la organización de los Juegos Olímpicos de verano en el 2016, que se suma a que también será el país anfitrión del Mundial de fútbol en el 2014.

En cuanto a la crisis económica mundial, Brasil ha brillado durante toda ella al registrar una recuperación rápida e intensa y, como si esa buena noticia no fuese suficiente, la gigantesca empresa petrolera estatal de Brasil, Petrobrás, ya está preparando para su explotación dos enormes yacimientos de petróleo en aguas profundas descubiertos frente a las costas de Río de Janeiro. Por esas y otras razones, Brasil está centrando la atención del mundo. Por fin, la democracia brasileña está funcionando bien, después de muchos años de gobierno militar, y su economía parece más potente que nunca. A consecuencia de ello, muchos observadores y analistas políticos están refiriéndose a la posibilidad de que en el futuro Brasil desempeñe un papel internacional cada vez más importante.

Pero Brasil y su Gobierno tienen por delante dos importantes imperativos conectados: la necesidad de crear una sociedad mucho más igualitaria y la de resistir la tentación de recurrir al nacionalismo si llegan a manifestarse fracasos internos.

El actual éxito de Brasil tiene su origen no sólo en los dos mandatos de Lula, que acaban el 2010. El programa de estabilización económica aplicado por Fernando Henrique Cardoso desde 1994 (el plan del real), primero como ministro de Hacienda y después como presidente durante dos mandatos, solidificó una estructura gracias a la cual el mandato de Lula ha podido ser tan próspero.

Con esto no pretendo quitar el menor mérito a Lula. Su presidencia ha garantizado la estabilidad política y ha fortalecido la cohesión social. De hecho, al gestionar el proceso político para que el Estado funcionara en pro del pueblo de Brasil, el Gobierno de Lula ha hecho de este país una democracia verdaderamente estable y consensuada.

No hay la menor modestia en ese logro, dada la tradicional inestabilidad institucional de Brasil y la serie de importantes escándalos de corrupción en que se sumió el Gobierno de Lula en el 2005 y 2006. Lula sobrevivió a aquellos escándalos y no tomó la iniciativa de enmendar la Constitución para poder optar a un tercer mandato, aunque algunos en Brasil lo instaron a que lo hiciera.

Lula ha aplicado también importantes políticas sociales. Dos millones de hogares han recibido la corriente eléctrica por primera vez, once millones de familias muy pobres han conseguido el apoyo de una renta mínima (la Bolsa de Familia), el salario mínimo ha aumentado un 45% en términos reales, lo que ha beneficiado a 42 millones de personas. Además, se han creado ocho millones de puestos de trabajo, 17 millones de personas han salido de la pobreza y la renta del 50% más pobre ha aumentado un 32%, dos veces más rápidamente que la del 10% de los más ricos en el mismo periodo. Y uno de los grandes méritos de Lula es haber logrado todo eso sin desencadenar la inflación, que causa estragos sobre todo entre los pobres.

Sin embargo, los imperativos por cumplir son todavía enormes, pues Brasil sigue ocupando el séptimo puesto del mundo por la desigualdad de su sociedad... y persiste la violencia severa. El 64% de los hogares brasileños carece de corriente eléctrica y saneamiento y sólo el 22% tiene electricidad, un teléfono, un ordenador, un frigorífico, un televisor y una lavadora. En las regiones más pobres, la septentrional y la nororiental, esas cifras bajan hasta el 8,6% y el 8,3%, respectivamente. Entre los jóvenes, casi el 37% de los de edades comprendidas entre los 18 y los 24 años no acaban la enseñanza secundaria. Sólo la mitad de la población de más de 25 años de edad ha recibido educación oficial durante más de ocho años.

Para que Brasil continúe por su vía de prosperidad, debe seguir concediendo una mayor prioridad a sus programas económicos y sociales que a las aventuras extranjeras. La creación de una importante sociedad igualitaria, libre y democrática que respete las instituciones internacionales y colabore con ellas es lo mejor que Brasil puede ofrecer al mundo ahora mismo.

Arthur Ituassu, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Católica Pontificia de Río de Janeiro © Project Syndicate, 2009