El riesgo está en no vacunar a los niños

La aprobación de la vacuna de Pfizer frente al SARS COV-2 en menores de once años por la agencia estadounidense FDA en octubre y por su homóloga europea EMA en noviembre ha generado mucho debate en las últimas semanas. Más, si cabe, tras la decisión del Gobierno de España de empezar a vacunar a partir del 13 de diciembre, dejando la decisión última en manos de los padres, como debe ser.

Pero, una vez más, la recomendación científica arroja luz frente a quienes quieren oscurecer este proceso. De hecho, la Asociación Española de Pediatría es meridiana a este respecto: "Si hay vacunas es ridículo correr riesgos". Las vacunas han supuesto un hito crucial en el control de las enfermedades infecciosas, han cambiado el curso de la historia. Después de la potabilización del agua, es la medida que ha reducido la mortalidad infantil en mayor porcentaje.

La pandemia ha modificado la manera de trabajar de la comunidad científica, facilitando el desarrollo de nuevas vacunas en un tiempo récord. De una forma insólita, los distintos organismos han trabajado de una manera veloz y eficaz, como nunca antes había sucedido. A dos años del inicio de la enfermedad, ya existen a nivel mundial 21 vacunas con aprobación para su uso, algunas de ellas en población pediátrica.

Al contrario que muchos de los fármacos que usamos en pediatría (el 50% de ellos no han sido probados en esta población), los niños van a recibir una vacuna cuya seguridad y eficacia han sido demostradas por medio de ensayos clínicos específicos realizados en su grupo de edad.

Se ha trasmitido que la Covid-19 es una patología banal en este grupo de edad, que los niños se contagian menos, que finalmente no han sido el foco de infección. ¿Es realmente así? ¿Es superior el beneficio al riesgo? Sin duda, ya que si bien es una enfermedad que se manifiesta con síntomas leves, esto no siempre es así.

Según el último consenso de la Comité Asesor de Vacunas de la Sociedad Española de Pediatría, cerca del 1% de los niños precisa ingreso hospitalario. De estos, un 15-20% precisa cuidados intensivos.

Las vacunas son seguras y eficaces. Los ensayos clínicos han demostrado que los efectos adversos posteriores a las vacunas son leves, remiten en 1-2 días y que, en este grupo de edad, usando una dosis 2/3 más baja que en adultos, la vacuna produce anticuerpos aún más altos. Tanto es así que Estados Unidos ya ha administrado más de tres millones de dosis sin efectos secundarios.

Si seguimos analizando por qué vacunarlos, pensemos que los niños constituyen el 25% de la población mundial. Al vacunarlos, lograríamos adquirir la tan buscada inmunidad de grupo. El riesgo está en los niños no inmunizados, que pueden convertirse en el nicho en el que el virus adquiera nuevas mutaciones, sin que sea posible predecir cuánta agresividad tendrán esas nuevas variantes del virus.

No podemos olvidar que en una situación como la actual, con una contagiosidad descontrolada del virus en muchos países, las medidas de prevención de la enfermedad continúan siendo cruciales. La vacunación masiva de la población ha demostrado que podemos reducir la tasa de enfermos hospitalizados y, especialmente, los casos graves y la mortalidad.

Se ha sugerido que los niños podrían estar mejor protegidos por la inmunidad natural generada a través de la infección. Pero la evidencia científica ha demostrado que el nivel de anticuerpos adquiridos tras la infección por SARS-CoV-2 no es estable y varía de un individuo a otro. Confiar en que los niños puedan estar debidamente protegidos podría ser arriesgado.

Si analizamos esta sexta ola en España, existe un porcentaje muy elevado de casos positivos en menores de once años (siendo casi el triple que en adultos) con el consiguiente contagio de sus padres y abuelos. Si se mantienen estas tasas de contagio tendremos constantemente algún niño infectado por clase, lo que conlleva una posterior cuarentena, con el trastorno familiar y académico que esto supone.

Frente a quienes auguran catástrofes por la vacunación pediátrica frente a la Covid-19, deberíamos valorar lo importante que es que los niños puedan mantener una vida escolar y social estable, sin interrupciones. Esta situación anómala se está prolongando más de lo deseado. Tras casi dos años de pandemia deberíamos considerar cómo influyen las cuarentenas en el rendimiento escolar de los niños, especialmente en aquellas familias más desfavorecidas y con dificultades para el acceso a la educación a distancia, y cómo secundariamente afectan al aspecto laboral y la conciliación de sus progenitores.

Nos gustaría tener otra vacuna frente a otros virus y el ejemplo más claro lo tenemos cada invierno cuando la bronquiolitis en los niños es responsable del colapso de nuestras urgencias y de las plantas de hospitalización pediátrica. A pesar de que llevamos más de cinco años realizando ensayos clínicos con el objetivo de obtener una vacuna que proteja a los niños de este virus, el proceso sigue siendo muy lento.

Por esa razón, no deberíamos cuestionar la rapidez con la que se obtuvo una vacuna para la Covid-19, sino seguir este ejemplo para desarrollar nuevas vacunas y medicamentos en menor tiempo y así salvar millones de vidas. No debemos olvidar que hoy mueren en el mundo 1,5 millones de niños cada año por enfermedades inmunoprevenibles. Es decir, que son evitables con la vacunación. La prevención es el camino a seguir y el riesgo está en no vacunar a los niños.

Silvina Natalini es pediatra adjunta de HM Hospitales y directora de la Unidad de Investigación de Vacunas de la Fundación de Investigación HM.

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