El riesgo iberoamericano

Iberoamérica celebra en estos momentos el segundo centenario de su independencia respecto a España. A partir de esta no dejaron de existir multitud de lazos absolutamente lógicos. Uno de los más vivos fue la llegada de emigrantes españoles, en número muy importante, sobre todo en el siglo XIX. De esas emigraciones surgieron en todo el ámbito americano multitud de empresas y también de remesas de fondos hacia los lugares de donde procedían los emigrantes, creándose lazos muy valiosos.

Pero España, a partir de 1959, experimentó un cambio esencial. En primer lugar, se industrializó y aumentó la significación del sector servicios. La emigración se esfumó, en buena parte, con lo que denominó el profesor Roldán la crisis de la agricultura tradicional, y, en el caso de España, con la marcha de las zonas rurales a las urbano-industriales. Con ello la emigración a América perdió buena parte de su sentido. Simultáneamente, como consecuencia de la difusión de las ideas del denominado estructuralismo económico latinoamericano, muy vinculado a la naciente Cepal, se reorientó la política económica de la región hasta provocar toda una serie de crisis económicas de mucha envergadura. La consecuencia en buena parte de estos países fue un freno importante de su desarrollo, al mismo tiempo que, en cambio, en Europa surgía el auge hacia el que se encaminó la economía española. Daba, pues, la impresión de que la América hispana, en su economía, no en otros aspectos, se apartaba definitivamente de España.

Sin embargo, no fue así. Previamente, a partir de 1959, se experimenta un fortísimo desarrollo económico español, con todos los altibajos que se quieran, pero que, hasta bien entrado el siglo XXI, va a admirar por su amplitud. Uno de los elementos que surgen en España es una nueva clase empresarial que ha abandonado radicalmente los planteamientos proteccionistas y corporativistas que parecían —consúltese la obra de Perpiñá Grau «De Economía Hispana»— consustanciales con nuestra estructura económica. Y es el momento en que esa clase empresarial se atreve a salir al extranjero y comprueba que ese atrevimiento merece la pena. Abandona del todo aquel clima que aparecía en las ventanillas de nuestros trenes: «Es peligroso asomarse al exterior». La vemos dentro del sistema bancario británico, o incluso en los transportes por autobús en China; y naturalmente, pone los ojos en el ámbito iberoamericano.

Pero cuando observamos lo sucedido en las diversas regiones donde aparecen estas inversiones españolas, en estos momentos, es obligado anotar, sin ir más lejos, lo que sucede en Argentina con Repsol YPF. Nos muestra, de mano maestra, el riesgo que las inversiones españolas tienen en el ámbito iberoamericano. Conviene exponerlo porque la opinión empresarial española puede confundirse como consecuencia de que el diálogo con los dirigentes políticos y financieros resulta formalmente fácil, porque existe esa economía externa que no solo es la lengua española, sino también una cultura muy común que permite un entendimiento mutuo previo magnífico. Sin embargo, han surgido, por un lado y otro, problemas que justificaron aquella portada de una revista editada en Estados Unidos y difundida en Iberoamérica donde se veía, descendiendo de unas carabelas, a los conquistadores del siglo XVI, pero llevando con su atuendo, en vez de espadas y adargas, carteras voluminosas típicas de los negociantes. Este mensaje de ser reconquistados por España, a los dos siglos del inicio de su proceso independiente, se complementa con el destino de las inversiones más importantes que efectúa España.

Por un lado, empresas relacionadas con los servicios tarifados. Uno es la electricidad, que mostró ya su fracaso en la famosa inversión en Argentina de Chade-CADE. Había sido una creación de Cambó, aprovechando las consecuencias de la I Guerra Mundial, y dentro de un enlace de nuestras actividades de la electricidad con el mando de las grandes multinacionales norteamericanas y alemanas, sobre todo. La creación de Chade tuvo también mucho de vinculación de parte de las instituciones financieras españolas a lo que podríamos denominar apertura hacia la República Argentina. Pero en este país la yuxtaposición, enarbolada por Perón, de un nacionalismo que venía de atrás y de un obrerismo original, creado por el propio Perón en su estancia en la Secretaría de Trabajo, había generado una realidad que no se parecía a la anterior. En el fondo, encajaba bien con el naciente estructuralismo económico latinoamericano. El grito era el de Aldo Ferrer: ¡vivir con lo nuestro! En el nacionalismo peronista inicial se consideró obligado argentinizar este servicio. La base popular se encuentra en que una tarifa se siente por el usuario del servicio como un impuesto. La inflación, que una y otra vez asoma en la región —veamos ahora mismo las cifras tremendas en ese sentido de Argentina y Venezuela—, obliga a subir las tarifas, porque de otro modo la ruina amenaza esas inversiones. Pero eso se siente, en un momento que es además delicado para la población, como un impuesto que, además, se va al extranjero. El clamor contrario es extraordinario. Digamos lo mismo del servicio de agua, hace bien poco que Aguas de Barcelona se encontró con problemas análogos en la República Argentina, o del telefónico. Todo servicio que se paga fuera del mercado libre, a través de tarifas, acaba siendo molesto, y si es extranjero, aún más.

A este bloque de empresas que prestan estos servicios se unen las financieras, de banca y seguros. Es bien conocido que el mundo de los demagogos —ahora mismo sucede en la propia España— considera que estas actividades poco o nada tienen que ver con el desarrollo material de un país. Se las une a los llamados especuladores, a personas que ahora, a través de instrumentos vinculados al mundo financiero, obtienen beneficios ingentes, que conviene cortar en todo lo posible, a través de intervencionismos, cuando no incluso de estatificaciones, y por lo menos del paso de su control a manos nacionales. Y he aquí que otra de las grandes inversiones españolas en la región es la bancaria. Desde el BBVA al Santander, parte importante de su actividad se desarrolla ya en México, ya en Chile, con un peso considerable. No es posible dejar a un lado que la región iberoamericana, no en nivel, pero sí en índices de distribución de la renta, es la que ostenta mayores disparidades mundiales entre los niveles de las riquezas de sus habitantes. Tampoco que un conjunto de países ofrece unos niveles de PIB por habitante realmente muy reducidos. Complementariamente, que, salvo el caso de Chile y Uruguay, los datos del índice de percepción de la corrupción son, sencillamente, alarmantes. Y finalmente, que una y otra vez fracasan los intentos del impulso económico que podría generarse con una integración regional de economías de diversas naciones iberoamericanas. ¿Necesitaría hablar del Pacto Andino? ¿O, ahora mismo, de la crisis de Mercosur? Para intentar superar estas cuestiones, sin resolverlas a fondo, sí surgieron en muchas ocasiones movimientos populistas del más variado tipo —desde el APRA de Haya de la Torre en Perú al panorama político actual de Venezuela— que llevan como estandarte la oposición al mundo financiero, y no digamos si este, además, es extranjero. La contemplación del único lugar donde esto ha triunfado radicalmente, Cuba con el castrismo, con problemas económicos gravísimos, no sirve para frenar esta oposición que, por supuesto, no tiene nada de sensata.

El tercer grupo de grandes inversiones es el de las extractivas, encabezadas por las petrolíferas. Aquí los españoles les hemos dado la lección esencial. Recordemos el libro de Virgilio Sevillano, «La España… ¿de quién?», en buena parte dirigido al hecho de las inversiones mineras extranjeras en nuestro territorio. El argumento de oposición a ellas es bien claro: se nos arrebata un activo nacional que se pierde para siempre. Y eso es lo que acaba de suceder con ese complemento que son en Repsol los Yacimientos Petrolíferos Fiscales, cuya argentinización durante mucho tiempo se consideró que era algo vinculado casi con la esencia nacional. ¿Es preciso, para los españoles, recordar que, por ejemplo, las Minas de Río Tinto, se exhibían como realidades parejas a otro Gibraltar? ¿Quiere esto decir que no se siga invirtiendo en Iberoamérica? En primer lugar, existen otras actividades —la hostelería, la construcción de infraestructuras— donde esta presión es menor. Y en segundo, convendría que los empleados españoles destinados a los grandes países señalados antes fuesen preparados sobre su historia desde la independencia y acerca de otros aspectos de la sociedad iberoamericana, eliminando cualquier tentación que pudiera ser entendida como de prepotencia, de ambición imperialista. Es todo ello muy delicado, porque España no puede prescindir de esta proyección, pero ha de hacerlo con conciencia de que los riesgos existen y que es preciso para mantener al par la fraternidad hispana y la buena marcha de nuestra y su economía andar con un tiento que quizás no necesiten en sus inversiones norteamericanos, alemanes, franceses o ingleses, aunque también tengan problemas.

Por Juan Velarde Fuertes, de las Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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