El riesgo mundial de que a China le vaya mal... o bien

Los líderes de las finanzas mundiales se dirigen a Washington para la reunión anual de abril del Fondo Monetario Internacional, y sus esperanzas (y temores) están centrados en China. El gigante asiático es el único país capaz de darle un empujón a la vacilante recuperación de la economía global; pero su propio crecimiento se apoya en cimientos que muestran cada vez más signos de fatiga. El dilema es que tanto si al plan económico de China le va bien como si le va mal, hay riesgos para la economía mundial.

Un eventual fracaso generaría una situación única en la historia desde la Segunda Guerra Mundial. Al ser la economía china tan grande, los efectos se sentirían en todo el mundo. Pero a diferencia de 2008, cuando la apreciación del dólar estadounidense permitió a los mercados emergentes recuperarse en poco tiempo, una desaceleración importante de China puede provocar la devaluación del yuan, lo que sembraría deflación en todas partes.

Otros países tal vez responderían devaluando intencionalmente sus monedas. De modo que una debacle en China puede generar una situación parecida a los años treinta: guerra de divisas y hundimiento de la actividad económica real.

Pero ¿qué pasaría si China consigue completar la transición a un modelo económico basado en el consumo? Cuando en 2007 el superávit de cuenta corriente de China alcanzó el 10% del PIB, la tasa de ahorro superaba el 50% y las inversiones eran más del 40%. Estas cifras parecían excesivas para ser dinámicamente eficientes o favorables al bienestar. Por eso pronto se llegó a una decisión: había que reducir el ahorro y las inversiones, para alcanzar un equilibrio más adecuado. El límite a las inversiones se lograría imponiendo mayor disciplina financiera a unas empresas públicas que se habían salido de control; al mismo tiempo, se fortalecería la red de seguridad social, para que las familias no tuvieran que ahorrar tanto para la crianza de los hijos y la vejez.

Una década después, ¿qué vemos? El gobierno creó redes de seguridad, y el superávit de cuenta corriente se redujo, tal como se esperaba. El año pasado, fue menos del 3% del PIB, cifra muy inferior a la de 2007.

Pero esto no alcanza para validar la teoría. Alrededor de la mitad de la reducción del superávit de cuenta corriente se produjo porque la inversión como porcentaje del PIB creció. Al mismo tiempo, hubo cierta caída de la tasa de ahorro nacional, tal vez 3,5 puntos porcentuales del PIB respecto de 2007 (según estimaciones del FMI, ya que después de 2013 no hay datos oficiales). Pero esta reducción es bastante modesta en comparación con el aumento de 15 puntos porcentuales que se dio entre 2000 y 2007.

Lo más sorprendente es que esta pequeña reducción del ahorro parece haber salido toda del sector corporativo; la tasa de ahorro de las familias, en relación con el PIB, es más o menos la misma que en 2007. Es decir, lo que subió en el auge no bajó después. Todo un enigma, de cuya solución depende el futuro no solo de China, sino del mundo entero.

Hay a grandes rasgos dos posibilidades. Puede ser que la teoría sea básicamente correcta, pero que se necesite más tiempo para ver los resultados. En tal caso, mientras la dirigencia china siga reforzando las redes de seguridad social, la caída del ahorro puede llegar a corresponderse con la caída prevista de la inversión, lo que mantendrá reducido el superávit de cuenta corriente.

Pero ¿qué pasa si la teoría es errónea o incompleta? Por ejemplo, si se exageró la capacidad de las redes de seguridad social para ayudar a reducir la tasa de ahorro. O si la reducción resulta contrarrestada por el envejecimiento de la población. En los próximos 15 años, la población china mayor de 60 años aumentará en dos tercios. Es posible que estas personas que todavía trabajan estén ahorrando todo lo que pueden para hacerse de un colchón financiero con que llevar el retiro inminente.

Si se diera alguna versión de este supuesto, es posible que la reducción de la tasa de ahorro de las familias siga siendo muy gradual. Paralelamente, el gobierno estaría cerrando fábricas ineficientes, lo que aumentaría el ahorro corporativo. De modo que la tasa general de ahorro puede seguir elevada, aun con una gran reducción de las inversiones, y habría un nuevo aumento del superávit de cuenta corriente.

No sería un panorama muy agradable para la economía mundial. La desaceleración de China se trasladaría al crecimiento global, y la demanda remanente se redistribuiría hacia China, agravando los déficits de otros países, que ya son graves. Sería muy diferente de los desequilibrios globales del pasado, cuando al menos la velocidad del crecimiento chino compensaba hasta cierto punto su enorme superávit de cuenta corriente.

En síntesis, un aterrizaje forzoso de la economía china puede causar deflación en todo el mundo, pero evitarlo puede reproducir viejos desequilibrios globales. Tal la tajante disyuntiva que la dirigencia mundial deberá evaluar en la difícil reunión que le espera en la sede del FMI en Washington.

Arvind Subramanian is Chief Economic Adviser at India’s finance ministry. Traducción: Esteban Flamini.

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