El riesgo y la recompensa de los mercados en ascenso

Una definición de economía de mercado en ascenso es la de que sus riesgos políticos son mayores y su credibilidad normativa menor que los de las economías avanzadas. Cuando, después de la crisis financiera, las economías de mercados en ascenso siguieron creciendo intensamente, esa definición pareció obsoleta; ahora, con la reciente turbulencia de las economías en ascenso debida en parte a una menor credibilidad en materia de política económica y una incertidumbre política en aumento, parece tan pertinente como siempre.

Pensemos en las llamadas “cinco frágiles”: la India, Indonesia, Turquía, el Brasil y Sudáfrica. Todas ellas tienen en común no sólo deficiencias económicas y normativas (déficits fiscal y de cuenta corriente; crecimiento en disminución e inflación en aumento; reformas estructurales demasiados lentas), sino también elecciones presidenciales o legislativas este año. Muchas otras economías en ascenso –Ucrania, la Argentina, Venezuela, Rusia, Hungría, Tailandia y Nigeria– afrontan también incertidumbres políticas o sociales o de las dos clases a la vez y disturbios sociales.

Y en esa lista no figura el peligroso e inestable Oriente Medio, donde la “primavera árabe” en Libia y Egipto ha pasado a ser un invierno de descontento colérico; la guerra civil hace estragos en Siria y arde como un rescoldo en el Yemen; y el Iraq, el Irán, el Afganistán y el Pakistán forman un arco de inestabilidad. Tampoco incluye los riesgos políticos de Asia originados por las disputas territoriales entre China y muchos de sus vecinos, incluidos el Japón, las Filipinas, Corea del Sur y Vietnam.

Según la concepción positiva de los mercados en ascenso, la industrialización, la urbanización, el aumento de la renta por habitante y el ascenso de una sociedad consumidora de clase media debían impulsar la estabilidad económica y sociopolítica, pero en muchos países recientemente afectados por disturbios políticos –el Brasil, Chile, Turquía, la India, Venezuela, la Argentina, Rusia, Ucrania y Tailandia– son las clases medias urbanas las que han estado tras las barricadas. Asimismo, los estudiantes urbanos y las clases medias encabezaron la “primavera árabe”, antes de perder la autoridad a manos de las fuerzas islamistas.

No es del todo de extrañar: en muchos países, las clases trabajadoras y los agricultores rurales se han beneficiado de los aumentos de los ingresos por habitante y de una red de seguridad social cada vez más amplia, mientras que las clases medias pasan estrecheces por culpa de una inflación en aumento, servicios públicos deficientes, corrupción y excesos del Estado. Y ahora las clases medias suelen mostrarse más críticas y estar mejor organizadas políticamente que en el pasado, en gran parte porque los medios sociales de comunicación les permiten movilizarse más rápidamente.

No todos los disturbios políticos recientes son de lamentar; muchos de ellos pueden propiciar una gobernación mejor y un mayor compromiso con las políticas económicas orientadas al crecimiento. De entre las “cinco frágiles”, es probable un cambio de gobierno en la India e Indonesia.

Pero abunda la incertidumbre. En Indonesia, el nacionalismo económico va en aumento, lo que entraña un riesgo de que la política económica siga un rumbo introvertido. En la India, si llegara a ser elegido el candidato a primer ministro del Partido Bharatiya Janata, Narendra Modi, podría aplicar –o no– en el nivel nacional las políticas orientadas al crecimiento, como lo hizo con éxito en el nivel del Estado de Gujarat. Dependerá en gran medida de si puede abandonar sus actitudes sectarias y ser un dirigente de verdad no excluyente.

En cambio, no es probable un cambio de gobierno en Sudáfrica, Turquía y el Brasil, pero, de ser reelegidos, los gobernantes actuales podrían cambiar de políticas. El Presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma ha elegido como candidato a Vicepresidente a un magnate empresarial y puede que se incline por hacer reformas orientadas al mercado. El Primer Ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan no puede hacer realidad su sueño de una república presidencialista y tendrá que seguir a sus oponentes –incluido un gran movimiento de protesta– hacia el centro laico. Y la Presidenta del Brasil, Dilma Rousseff, podría adoptar políticas macroeconómicas más estables y acelerar las reformas estructurales, incluida la privatización.

Incluso en los casos más extremadamente peligrosos y frágiles, como, por ejemplo los de la Argentina, Venezuela y Ucrania, las condiciones políticas y económicas han llegado a ser tan malas, que –a no ser que se vuelvan Estados fallidos– la situación sólo puede mejorar. La Presidenta de la Argentina, Cristina Fernández, no puede presentarse a la reelección y cualquiera de sus posibles sucesores será más moderado. En Venezuela, el Presidente, Nicolás Maduro, es un dirigente débil que podría ser desalojado del cargo por una oposición más centrista. Y Ucrania, tras liberarse del matón cleptocrático, podría estabilizarse mediante un programa de reactivación económica dirigido por Occidente, es decir, en caso de que el país logre evitar la guerra civil.

En cuanto a Oriente Medio, los riesgos siguen siendo abundantes, pues es probable que una transición política y económica accidentada requiera más de un decenio. Sin embargo, aun en ese caso la estabilización gradual brindará en su momento mayores oportunidades económicas.

Así, pues, en la mayoría de los casos hay razones para abrigar esperanzas de que el cambio electoral y las conmociones políticas den paso a gobiernos moderados cuyo compromiso con las políticas orientadas al mercado haga avanzar constantemente las economías en la dirección adecuada.

Naturalmente, no se deben descartar los riesgos. Actualmente, las economías en ascenso son más frágiles e inestables que en el pasado reciente. Las reformas estructurales entrañan la necesidad de pagar costos a corto plazo a cambio de beneficios a largo plazo. El capitalismo de Estado del tipo ejemplificado por China cuenta con un fuerte apoyo de las autoridades de Rusia, Venezuela y la Argentina e incluso del Brasil, la India y Sudáfrica. El nacionalismo en materia de recursos va en aumento y también una reacción violenta contra el libre comercio y la inversión extranjera directa. De hecho, el aumento de los ingresos y de la desigualdad de la riqueza podría propiciar en algún momento una reacción política y social violenta contra la liberalización y la mundialización.

Ésa es la razón por la que el crecimiento económico de los mercados en ascenso debe ser cohesivo y reducir la desigualdad. Si bien las reformas orientadas al mercado son necesarias, corresponde al Estado un papel fundamental en la prestación de la red de seguridad social para los pobres, el mantenimiento de unos servicios públicos de calidad, la inversión en educación, capacitación, atención de salud, infraestructuras e innovación, la aplicación de unas políticas de competencia que limiten el poder de los oligopolios económicos y financieros y velar por una verdadera igualdad de oportunidades para todos.

Nouriel Roubini, a professor at NYU’s Stern School of Business and Chairman of Roubini Global Economics, was Senior Economist for International Affairs in the White House's Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund, the US Federal Reserve, and the World Bank. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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