El robot ¿Un compañero de trabajo?

Esta pregunta que hace unos años sería un disparate hoy tiene visos de ser objeto de discusión científica y política. Nuestro mundo está cambiando a pasos agigantados, especialmente en el campo de la tecnología.

De las cuatro Revoluciones industriales, la primera (1784) trajo la máquina de vapor. La segunda (1840) la división del trabajo, la electricidad y la producción en serie. La tercera (1969) el auge de los dispositivos electrónicos y la implantación de líneas automatizadas de producción, y finalmente la actual, la cuarta, ha traído la inteligencia artificial, los robots. Los procesos enteramente gestionados por máquinas.

Todo es novedad, revolución. Incluso a nivel de las personas nos encontramos de modo acelerado con Sociedades longevas en alto grado; según datos de la ONU crecerá poderosamente la Silver Economy o economía de la tercera edad, de modo que las personas mayores de 60 años, pasarán de 841 millones en 2013 a 2.000 millones en 2050.

Todos estos nuevos fenómenos tecnológicos y sociales tienen un tremendo impacto en el empleo. Según el Word Economic Forum, los empleos destruidos de 2015 a 2020 serán del orden de cerca de siete millones frente a tres millones y medio de empleos creados. De tal fenómeno interesa destacar que de los empleos destruidos casi cinco millones son trabajos de oficina y administrativos y de los creados, las dos terceras partes serán de finanzas, management, informática y matemáticas. Y también es importante destacar que –según un Informe de Adecco de 2016– los criterios de selección que más se valorarán son las habilidades personales, las actitudes, el Fit cultural y las competencias transversales, relegándose mucho la formación académica. A ello se añade que el 65% de los niños que ahora entran en primaria trabajarán en perfiles profesionales que todavía no existen.

Todos estos datos son una potente voz de alarma ante el profundo cambio que se está produciendo en el mundo del trabajo. Y a ello se añade algo de enorme magnitud e influencia como es la Robótica.

El profesor Mercader, que a mi juicio es quien mejor está estudiando el fenómeno de las nuevas tecnologías y el empleo, nos señala que frente a los tecno-optimistas que ven en el incremento de la productividad la fuente de nuevos empleos, están los tecno-pesimistas. Para estos, en la próxima década se pasará de un 3 a un 10 % en el crecimiento de la robotización, pudiendo llegar en alguna industria hasta el 40%. Por ello, sigue diciendo Mercader, se ganará en productividad de una manera impresionante, pronosticando Caixa Bank Research que «un 43% de los puestos de trabajo actuales en España tienen un riesgo elevado de ser automatizados a medio plazo». Los empleos rutinarios y manuales tienen una gran probabilidad de ser sustituidos por máquinas o robots.

Todos estos augurios han llevado a notables expertos a preconizar el «fin del trabajo». Como J. Rifkin (El fin del trabajo, Barcelona 1998) o V. Forrester, (El horror económico, Buenos Aires 1997) que auguran un futuro escalofriante para el trabajo y el empleo, tal como hoy lo conocemos. Para Rifkin, la gran novedad de la revolución industrial está en que el único sector emergente es el del saber, formado por «una pequeña elite de empresarios, científicos, técnicos, programadores de ordenadores, profesionales, educadores y asesores»; una generación de empleo que no puede ya cubrir el déficit. Es «el declive de la fuerza de trabajo global» que no sólo genera desempleo y marginación, sino condiciones de trabajo más precarias porque la presión de las altas tasas de paro debilita la capacidad negociadora de los trabajadores. La única vía de salida es entrar en una «era postmercado» con un amplio desarrollo de la economía social, que permita a la vez la creación de empleos alternativos y la mejora de las condiciones sociales.

Aunque yo no participe del pesimismo de tales autores, considero necesaria una reflexión profunda sobre la evolución radical que está sufriendo el mundo del trabajo. Como bien dice Mercader, «no se trata tanto del fin del trabajo como el de una sociedad asentada sobre la idea de empleo turbulento, de una sociedad dominada por la inestabilidad, caracterizada por la eliminación de la red de seguridad que históricamente había poseído la relación de trabajo asalariado». Además de todo lo dicho, las nuevas formas de «economía colaborativa» están revolucionando conceptos y categorías clásicos del Derecho del Trabajo. La llamada Uberización, por ejemplo, rompe los esquemas del contrato de trabajo y del trabajador tal como hoy se conciben, y desde luego la organización del trabajo al uso. El que trabaja ya no es un trabajador según se define en el Estatuto de los trabajadores, ni tampoco un autónomo. Es un tertium genus, algo nuevo, con las consecuencias que ello trae.

Otro componente de las turbulencias del mundo del trabajo es el uso creciente de los robots. El tema de los robots tiene una enorme trascendencia y muchos frentes. Se ha planteado en foros sociales, económicos y políticos si debe cotizarse por los robots, llegando a pronunciarse muchos de ellos en un sentido positivo. Y el Parlamento Europeo ha creado una Comisión para el estudio global del tema. Es un asunto que requiere un cambio notable en las leyes fiscales y de Seguridad Social puesto que por ejemplo, la cotización, hoy, genera derechos como el de la jubilación (¿del robot?); y es que en términos legales existen las personas físicas y las jurídicas, pero no las electrónicas.

Hay que hacer planes a medio y largo plazo, de educación y formación para todos los inmensos retos que nos impone la nueva economía productiva. Ello requiere un pacto del Estado con las fuerzas sociales que nos lleve a buen puerto. Ahí, en la formación, está la gran respuesta a lo que nos viene. Entremos en la era del conocimiento o habrá grandes desajustes y carencias. No todo se arregla con la subida de impuestos.

Juan Antonio Sagardoy Bengoechea es numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

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