El rostro humanitario de la guerra contra el terror

Por Robert D. Kaplan, colaborador de la revista estadounidense The Atlantic Monthly (EL MUNDO, 04/03/05):

Mientras el portaaviones Abraham Lincoln regresaba esta semana a su base de San Diego después de su misión de socorro en Indonesia, aún nadie ha reconocido la gran lección del extraordinario esfuerzo de socorro que ha desplegado el Ejército de Estados Unidos ante el tsunami. A saber, que la guerra planetaria contra el terrorismo, en lugar de distraer a los militares de la realización de operaciones humanitarias, los ha vuelto mucho más eficaces en este terreno. Conviene tenerlo presente, especialmente ahora que la petición del presidente Bush de otros 82.000 millones de dólares [cerca de 61.000 millones de euros al cambio actual] para gastos militares de carácter extraordinario ha reabierto el debate sobre el ya antiguo plan del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, de reforma de las Fuerzas Armadas para convertirlas en una máquina militar más reducida y más flexible.

El hecho es que la Armada de los años 90 no podría haber dado respuesta al tsunami ni de lejos con la rapidez y la eficacia con que lo ha hecho la de después del 11 de Septiembre. Eso se debe en muy buena parte a los cambios estructurales llevados a cabo para emprender la guerra contra el terrorismo.

Hace una década, nuestros grupos de combate a bordo de portaaviones realizaban principalmente despliegues previamente planificados, sostenidos, de seis meses de duración. Desde el 11 de Septiembre, la Armada ha volcado un esfuerzo cada vez mayor en realizar despliegues repentinos con carácter de urgencia en los que portaaviones, cruceros y destructores tienen que estar listos para acudir a cualquier lugar y en cualquier momento en que haya que afrontar una amenaza a la seguridad. La nueva estrategia explica por qué, a finales de diciembre, las fuerzas expedicionarias del Abraham Lincoln estaban en disposición de zarpar de Hong Kong rumbo a Indonesia a su máxima velocidad de 27 nudos.

En los últimos años, la Armada de EEUU ha instituido asimismo lo que ella misma denomina «intercambios en el mar», en virtud de los cuales se procede a una rotación de las tripulaciones en medio de un despliegue operativo sin que los grupos de combate tengan que regresar a puerto, lo cual permite a los barcos mantenerse en situación permanente de disponibilidad en zonas inestables del mundo mientras se da descanso a las tripulaciones que han embarcado primero.

El Benfold, por ejemplo, un destructor equipado con misiles teledirigidos en el cual he vivido durante cuatro semanas como uno más y que ha desempeñado un papel muy importante en las tareas de socorro por el tsunami, se encuentra en la actualidad al cargo de una tripulación de otro destructor, el Higgins, como parte de un «intercambio en el mar». Aunque el Benfold tenía previsto poner rumbo a la península de Corea antes de que se desencadenara el tsunami, sus marinos disponían de cartas de navegación de Indonesia porque, tal y como me explicaron, la guerra contra el terrorismo necesita una mentalidad flexible y un espíritu expedicionario.

El 11 de Septiembre ha animado asimismo a una Armada de alta mar como la norteamericana a volverse también una fuerza de aguas poco profundas, una fuerza de intervención acostumbrada a operaciones en zonas costeras, ya se trate de infiltrarse en escondrijos de terroristas a orillas del mar o de proporcionar ayuda en tierra firme a víctimas de catástrofes. Mientras combatir el terrorismo ha mejorado la capacidad de la Armada de prestar socorro en una catástrofe, el trabajo humanitario en el océano Indico -ahora ha quedado claro- ha reportado una victoria de primer orden tanto en la guerra contra el terrorismo como en el esfuerzo, menos conocido, de haber controlado el resurgimiento de China como gran potencia. Las fuerzas expedicionarias del Abraham Lincoln no sólo hicieron ver a los indonesios musulmanes que Estados Unidos es un país amigo sino que demostraron de cuánta mayor ayuda pueden ser nuestros marineros comparados con los de la Armada china, que no daban una a derechas en su misión de socorro.Está claro que, al hacer el bien, lo hemos hecho muy bien.

Lo que se afirma de la Armada de EEUU se puede aplicar también a la Infantería de Marina, nuestra fuerza de intervención transportada por vía marítima. Cuando se produjo el tsunami, la III Fuerza Expedicionaria de la Infantería de Marina, con base en Okinawa [Japón], acababa de emplearse en proporcionar ayuda contra la catástrofe desatada en unas islas Filipinas asoladas por los tifones. Sin embargo, esos mismos infantes de Marina partieron rápidamente hacia Indonesia con alimentos, carretillas elevadoras y equipos de desalinización de agua en tierra con idéntico ímpetu animoso que sus compañeros de armas han demostrado con los fusiles de asalto en Irak.

No hay ninguna contradicción en ello. Es más, el tener que vérselas con tifones, tsunamis y guerrilleros rebeldes, todo al mismo tiempo, ha devuelto a los marines a sus raíces como combatientes poco convencionales. El Small Wars Manual [Manual de guerras menores], el texto sagrado del cuerpo, es el fruto de las lecciones aprendidas en desembarcos anfibios en el Caribe, América Central y el Lejano Oriente a finales del siglo XIX y en los albores del siglo XX. Su objetivo consiste en describir todas las vías posibles de someter al enemigo mediante el empleo de las armas, aunque preferiblemente sin tener que llegar a usarlas.

El lema oficial de la Infantería de Marina será el de Semper fidelis [Siempre fiel], pero el no oficial es Semper Gumby, es decir, siempre flexible. El combate de los marines en Faluya es intercambiable con la prestación de ayuda de los marines en Sumatra porque la logística de la ayuda humanitaria es similar a la logística de la guerra; tanto una como otra exigen una infiltración rápida y el traslado de material y suministros a las zonas de actividad.

En las catástrofes con multitud de damnificados, por ejemplo, la necesidad más urgente suele ser con frecuencia la de agua potable, que los portaaviones de propulsión nuclear pueden producir mediante el tratamiento de centenares de miles de litros de agua marina. Por supuesto, es una ingenuidad pensar que nuestros portaaviones hayan de dedicarse exclusivamente a recorrer el mundo para hacer frente a situaciones de urgencia. No es ésa la razón por la que se dispuso su construcción. Sin embargo, es muy probable que nuestras fuerzas de intervención más agresivas y embarcadas se encuentren próximas a las catástrofes con víctimas en el momento en que ocurran.

No es de extrañar pues que nuestros soldados concedan una gran importancia a su actuación como buenos samaritanos. Durante la misión por el tsunami tuve la oportunidad de comprobar que eso era particularmente cierto en el caso de los pilotos de helicóptero porque, gracias a su habilidad para aterrizar en espacios problemáticos, gozaban de la rara oportunidad de eclipsar a los pilotos de los cazas del portaaviones. No obstante, su espíritu de cuerpo deriva en último término de derramar su sangre en defensa de los intereses norteamericanos. Sin batallas como las de Midway, el Mar de Filipinas y el Golfo de Leyte, la Armada carecería del sentido de misión de que hace gala; exactamente igual que el Cuerpo de Infantería de Marina no sería lo que es, ya sea en Irak o en Indonesia, sin los ecos de Guadalcanal, Okinawa y Hue.

Por lo general, las sociedades democráticas liberales han sido defendidas por estamentos militares conservadores cuyos integrantes carecen con frecuencia de las susceptibilidades y los remilgos sociales de las clases privilegiadas a las que protegen. Por mucho empeño que los militares pongan en ayudar a los desfavorecidos, el suyo no es el Ejército de la paz. Para comprenderlo, he pasado muchos meses mezclado como uno más de los infantes de Marina en Irak, en el cuerno de Africa y en Africa occidental. Les he visto combatir, reconstruir escuelas, hacer que funcionen centros médicos y servir de guía a soldados de democracias recién instauradas.He aprendido que los infantes de Marina no dejan de soltar tacos por puro hábito y que les encanta encontrarse en medio de una batalla porque, de no ser así, no se habrían alistado en el Cuerpo de Infantería de Marina.

No obstante, esos mismos marines malhablados son capaces de mostrar una autodisciplina y una piedad humanitaria (extraída por lo general de una fe sin fisuras en el Todopoderoso) que dejarían pasmado al paisano medio. En Irak no había nada más natural para los marines (y lo mismo puede decirse de los soldados) que pasar de los combates urbanos prácticamente cuerpo a cuerpo a repartir comida y medicinas y vuelta otra vez a la faena.

Un ejemplo supremo de esta actitud lo representa el teniente general James N. Mattis, que el mes pasado fue amonestado por decir en una conferencia en San Diego que encontraba «divertido» matar a individuos como los talibán. Sin embargo, yo estuve al lado del general Mattis en la cárcel de Abu Ghraib, en Irak, varias semanas antes de que estallara el escándalo de los malos tratos a prisioneros, cuando pronunció un discurso en ese mismo estilo tosco y desabrido ante unos rudos marines a los que en aquella ocasión reconvino incluso contra cualquier atisbo de malos tratos a los prisioneros. También tuve oportunidad de verle en el Campamento Pendleton, en California, rogar incansablemente a sus soldados que trataran de tender lazos con los iraquíes (que les miraran siempre a los ojos, por ejemplo) como medio de ganarse su respeto.

Por supuesto, estas cosas no justifican sus comentarios sobre el hecho de matar. Ahora bien, demuestran las razones por las que durante tanto tiempo el general Mattis ha sido especialmente reverenciado por sus jóvenes soldados: hiciera lo que hiciera (salvar vidas, acabar con ellas), lo hacía en grado superlativo.

Estados Unidos no ha tenido un auténtico Ejército de ciudadanos desde hace muchos decenios. En lugar de ello, tiene un Ejército expedicionario de combatientes profesionales, reclutados fundamentalmente entre las clases trabajadoras, que encuentran la vida militar atractiva por su interés intrínseco. Para ellos, el combate y la ayuda humanitaria son intercambiables con absoluta facilidad y la empresa de adaptar el Ejército a la guerra contra el terrorismo es esencial para el desempeño de ambas funciones. Los soldados se sienten a gusto en ese doble papel; nuestra tarea consiste en facilitarles lo que necesiten para desempeñarlo lo mejor posible.