Pere Duran Farell, fascinado por el desierto, recorrió el Sáhara de cabo a rabo. Sus amigos argelinos acabaron gobernando el nuevo país independiente y vendiéndonos el gas natural magrebí. Es el gas con que probablemente se calienta usted. En Libia también lo hay. Lo que Pere Duran no podía imaginar 40 años atrás es que en el Sáhara hubiese más energía aprovechable al aire libre que bajo tierra. ¿Cuánta y cómo explotarla?
Los desiertos del mundo reciben del Sol y devuelven cada día a la atmósfera y al espacio el doble de energía que la demandada por la humanidad en todo un año. Parece una exageración. No lo es. Multipliquen un kilovatio por metro cuadrado de radiación incidente por la superficie de los desiertos y obtendrán una potencia instalada de más de 20 billones (millones de millones) de kilovatios, una cifra fantástica. Más o menos la misma energía por unidad de superficie llega también al resto del planeta, pero la vegetación, la nubosidad, etcétera, harían que la potencia instalable fuese netamente inferior. Además, el territorio de estas latitudes medias y altas ya está ocupado por cultivos, poblaciones, infraestructuras y un sinfín de cosas intocables.
Más de 20 billones de kilovatios es mucha potencia. Pero difusamente distribuida. El reto es capturar, concentrar y transportar esa energía a los centros de demanda, que están a centenares de kilómetros de los desiertos, o a miles. Uno o dos siglos atrás no habría tenido sentido planteárselo. Ni precisábamos tanta energía, ni teníamos suficiente capacidad técnica. Ahora, sí. Por eso ha nacido el proyecto Desertec, impulsado por el capítulo alemán del Club de Roma y la red tecnocientífica TREC (Trans-Mediterranean Renewable Energy Cooperation) y financiado por el grupo DII GmbH (Deutsche Bank, Siemens, Munich Re M+W Zander, Abengoa, la propia Desertec Foundation, etcétera). Va en serio, pues.
Desertec piensa en la región que denomina Eumena (Unión Europea, Oriente Próximo y el norte de África, en sus siglas en inglés ). Está necesitada de energía y de agua potable. Ambas cosas se obtienen con los captadores termosolares, los parques eólicos y las plantas potabilizadoras litorales. Desertec prevé un gran número de tales instalaciones, del Atlántico al golfo Pérsico. Las plantas fotovoltaicas tienen un rendimiento modesto y un funcionamiento totalmente acoplado al Sol, pero las termosolares, no. Concentran calor acumulable, convertible en energía eléctrica en cualquier momento del día o de la noche. Mediante una red de corriente continua en muy alta tensión (HVDC), las pérdidas por transporte se reducirían a un 3% cada 1.000 kilómetros, que no es mucho: un 10-15% acumulado hasta los grandes centros de consumo europeos. Sobre el papel, funciona.
Las cuentas también cuadran. Unas 20 líneas HVDC vendrían a costar 45.000 millones de euros, pero garantizarían energía eléctrica para toda la UE y resto de la Eumena. El kilovatio-hora podría salir a unos 4 o 5 céntimos de euro. El agua potable para las poblaciones de los subdesiertos periféricos resultaría barata. Saná, la capital de Yemen, ya se ha interesado en ella (teme un colapso hídrico antes del 2030). El coste total de la operación Desertec sería de unos 400.000 millones de euros, que repercutidos en 20 o 30 años tampoco es tanto, habida cuenta del incalculable servicio que prestaría. Estupendo, pero...
El desierto es duro. La arena y sus tempestades conviven mal con plantas industriales y líneas de transporte. Los intereses gasistas y petroleros se resentirían. La estabilidad política no es una característica de la región. Quizá lo de menos sería la seguridad del suministro: de interrumpirse, los primeros perjudicados serían los proveedores, porque, al contrario que el gas o el petróleo, el recurso termoeléctrico sin vender no queda como reserva, sino que se pierde completamente en un par de días. En todo caso, inconvenientes no iban a faltar.
Los partidarios de la generación distribuida y los adversarios de las líneas de transporte están en contra, naturalmente. Pienso que es una cuestión escalar. Sin consumo a pie de producción en áreas de población laxa, malo. Pero sin generación centralizada potente en áreas de alta densidad demográfica, peor. Además, ¿un nuevo horizonte de abundancia nos haría bajar la guardia de la eficiencia, ahora que empezamos a planteárnosla en serio?
¿Cómo incidiría la abolición de la radiación rebotada en la meteorología local o incluso en el clima global? La red de centrales termoeléctricas puede introducir variaciones en el albedo. O tal vez no. Quemando combustibles fósiles hemos alterado el efecto invernadero. ¿Llegaríamos a ser capaces de modificar también los balances de la radiación? La dimensión planetaria de las grandes actuaciones humanas en este punto de la historia es fascinante. Los milenaristas se horrorizan de ello desde el oscurantismo. Los neoliberales se muestran confiadamente indiferentes desde la temeridad. Creo que tenemos grandes desafíos y enormes oportunidades. El buen sentido y el conocimiento tecnocientífico son más necesarios que nunca. Con apriorismos acríticos no iremos a ninguna parte.
Por Ramon Folch, socioecólogo y director general de ERF.