El Sahara, más que un desierto

He sacado el abultado dosier sobre el Sahara y he estado a punto de devolverlo para no revivir la tragedia. Pero el recuerdo de la primera sesión que el Comité de los 24 celebró sobre el Sahara, en cumplimiento de la Resolución 1514 (XV) de la Asamblea General de la ONU (1960) para acabar con las colonias, era demasiado vivo. España había enviado la lista de sus reivindicaciones y había que apechugar. Como Inglaterra con Gibraltar, que acaparó nuestra atención. Pero recuerdo aquella primera sesión sobre el Sahara como si fuera ayer por el susto que nos pegó. El representante de Marruecos no sólo hizo un alegato vitriólico sobre el colonialismo español en su territorio sino que anunció la llegada de «peticionarios» saharauis que confirmarían cuanto había dicho. Salimos zumbando a nuestra misión, al otro lado de la Primera Avenida, para enterarnos de qué iba la cosa. El embajador era Manuel Aznar, abuelo de quien pasados los años presidiría el Gobierno de España, aunque quien llevaba el tema de la descolonización era Jaime de Piniés, diplomático de carrera, experto en la materia. Fue él quien nos dio un mapa y material sobre lo que España había hecho en el territorio. El mapa era, por lo menos, curioso: el Sahara estaba incrustado geográficamente en Mauritania, con sólo un mínimo paso en el noreste hacia Argelia. Sin embargo, quienes lo reclamaban eran los marroquíes, mientras los argelinos exigían un referéndum de autodeterminación de los saharauis bajo los auspicios de la ONU. Aquello era más complicado de cuanto nos habían dicho y los debates sobre el tema lo confirmaban. Marruecos y Argelia se disputaban la hegemonía en el Magreb con la fiereza de vecinos enfrentados. Conviene advertir que Argelia, con la Yugoslavia de Tito, lideraba los ‘no alineados’, que con sus sesenta miembros decidía las resoluciones en la ONU. Marruecos tenía menos valedores, pero importantísimos, con Francia y Estados Unidos a la cabeza. Resultado: que el contencioso se hacía cada vez más irresoluble.

El Sahara, más que un desierto¿Qué hacía España, a todo ello? Pues nosotros teníamos también un problema. El Sahara no estaba bajo el control de Exteriores, sino de un ente, ‘Marruecos y Colonias’, bajo la Vicepresidencia del Gobierno, o sea, de Carrero Blanco, nada dispuesto a hacer concesiones. Y no se les ocurrió otra cosa que imitar la política colonial francesa. Si podían hacer una ‘Algérie française’, nosotros podíamos hacer un ‘Sahara español’, por lo que se cambió el estatuto del territorio, convirtiéndolo en provincia española, con sus procuradores en Cortes y demás aparato administrativo. Con lo que no contábamos era con el Polisario, integrado en su mayoría por policías locales formados por España, que preferían la independencia.

Poco después vimos llegar a unos señores altos, delgados, con turbante y capas azules dispuestos a declarar como ‘peticionarios’ ante el Comité de los 24 que «ellos ya estaban descolonizados y muy contentos por formar parte del Estado español. Así que muchas gracias y hasta siempre». Como comprenderán, no coló. Más cuando apareció otro ‘peticionario’ saharaui que declaró que el señor que acompañaba a esos compatriotas míos era un oficial español que le «metió a patadas en un calabozo». Lo que produjo el único lance cómico: dado que en inglés ‘officer’ incluye todo alto cargo público, la representante holandesa preguntó horrorizada si el de las patadas había sido «míster Piniés». Jaime la tranquilizó diciendo sonriente que no había sido él.

Aquella misma tarde Manuel Aznar habló con Carrero Blanco exponiendo que la credibilidad de España estaba en entredicho y todo cuanto habíamos avanzado en Gibraltar podía evaporarse. «¿Qué sugiere entonces?», preguntó el almirante, que no era tan fiero como parecía. «La única salida es invitar al Comité a que vea en el Sahara que es una mentira». Tras una breve meditación, Carrero dijo: «Adelante».

Hubo invitación y visita (1975) pero no se arregló el asunto. Al revés, se internacionalizó con un conflicto cada vez más envenenado. Aunque el empujón definitivo se lo dio la enfermedad de Franco, aprovechada por Rabat para organizar la Marcha Verde para tomar pacíficamente el Sahara. España pidió ayuda a la ONU pero nadie contestó. En la dramática sesión del Consejo de Seguridad la noche del inicio de la marcha, Fernando Arias Salgado, que sustituía a un Piniés en el hospital, pidió a los argelinos que uniesen un batallón a los españoles para detenerla. Le dijeron que no. Preferían que nuestro Ejército destrozase al marroquí. Pero eso no. Cómo disparar contra mujeres y niños. Pienso que elegimos el mal menor: arriar la bandera y marcharnos. El problema era suyo, no nuestro. Marruecos, con el Polisario. Argelia con los saharauis en su territorio. Y estos podrían estar hoy en España, en vez del desierto. Pero el futuro es inescrutable. Y estos podían ser en estos días españoles de pleno derecho en vez de estar en el desierto o jugándose la vida en cayucos para alcanzar las Canarias. Pero cada cual es muy libre de elegir su suerte o desgracia.

Con la perspectiva de medio siglo de aquellos eventos nos damos cuenta de que los errores fueron generales. Empezando por nosotros. Dar a luz una nación dentro de otra es todo menos fácil. Más cuando la población era muy distinta y, además, objeto de deseo por parte de los países colindantes. Los argelinos se equivocaron al provocar la independencia con la esperanza de que el Ejército español destruyese al marroquí y mostraron nula generosidad en buscar un compromiso. Marruecos fue el que se la jugó más abiertamente, sabiéndose respaldado por París y Washington, de ahí que se llevase el gato al agua. Pero el tema del Sahara sigue debatiéndose en Naciones Unidas, lo que significa que es una herida sin cerrar. Y la propia ONU ha vuelto a demostrar su incapacidad de arreglar conflictos cuando ambas partes están de acuerdo, cosa que ocurre muy pocas veces. No hablo de Mauritania, a la que geográficamente pertenece el Sahara Occidental porque es tan pobre, tan despoblada, tan a merced de los demás que bastante hace con sobrevivir. Lo que estoy diciendo con esto es que la cuestión del Sahara se ha enquistado y seguirá causando problemas en la zona y sus proximidades. Acabamos de tener un ejemplo de ello.

José María Carrascal

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