Un escándalo sobre espionaje político llamado Pegasus convulsiona Cataluña y Madrid mientras Andalucía ha sido convocada a las urnas en medio de las ceremonias que vivifican la identidad más profunda del sur español; la Feria de Sevilla, el Rocío, las Cruces de Córdoba, el Corpus de Granada, la Feria del Caballo de Jerez y el San Isidro labrador de los pueblos agrarios. Andalucía votará justo después de las fiestas más populares para consolidar la alternativa al socialismo. En Cataluña y Madrid la alianza de independentistas y sanchistas entra en crisis por las supuestas grabaciones ilegales del Gobierno a dirigentes secesionistas mediante un programa informático israelí que lleva el nombre de la constelación, del caballo alado, pero estos días cuando Sevilla mira al cielo no ve más estrellas que las del paseíllo de la Real Maestranza, allí donde unos aficionados sacrílegos pretendieron portar a Belmonte en las andas de la Virgen, donde Morante se desesperaba la tarde del viernes llevándose dos dedos a la cuenca de los ojos para indicar a la presidencia que le habían servido un toro cegato y Diego Urdiales brindaba la suerte a Joaquín, capitán del campeonísimo Betis, acompañado de Juanma Moreno, el presidente regional. Ambas familias pasarán juntas la víspera de la feria, dejándose ver. En Andalucía hoy se habla PP.
Nada que ver con la caldera de la política nacional. Feijóo resolverá fácil su primer envite; la única duda es si los suyos podrán gobernar en solitario o se verán obligados a compartir el poder con Vox. Abascal, consciente de que en Andalucía comenzó su carrera fulgurante, sabe que no se puede conformar con un resultado meramente aceptable y envía su mejor activo, Macarena Olona, a costa de dejar cojo el grupo parlamentario. Pero Andalucía es sólo el primer hito de los tres pasos críticos que aguardan en la legislatura; detrás vendrán las municipales-autonómicas de mayo del 23 y las generales, por ese orden. La opinión pública de derechas está dejándose arrastrar por una falsa euforia, la de que la extrema debilidad, o necedad, del sanchismo augura un rápido final, pero el final no será rápido, sino abrupto. Dicho de otro modo, el deterioro será grande, pero lento. Es verdad que la situación política no puede ser más alarmante y la coyuntura económica resultar más precaria, lo que estimulará a Sánchez a aferrarse al poder todo cuanto pueda, agotando los plazos, para ver si cambian los vientos antes de que le toque revalidarse. Carece de límites a la hora de negociar y todos le tienen ya cogida la medida («si te ofrece algo cóbralo por anticipado o no te lo dará después»). Acaba de dar entrada a ETA en la comisión de secretos oficiales, haciendo verdad aquello que dijeron los de Bildu, que bajaban a Madrid «a tumbar definitivamente el régimen», desde dentro, y que nunca tendrían un gobierno más favorable para sus intereses. Esta semana ha perdido la oportunidad de variar de socios y políticas. Podría haber negociado el plan anticrisis con PP y Ciudadanos, desplegando unas medidas más ambiciosas y acordes con las necesidades de la nación, en lugar de eso ha preferido mantener su agenda de gasto público desbocado y alianzas con las fuerzas más ultras del continente. Los indicadores económicos han saltado por los aires. Ya no quedan dudas. Nos aproximamos al precipicio. El crecimiento de la actividad prácticamente se ha detenido, la inflación subyacente se consolida en cifras que multiplican el ritmo de la economía, con lo que empieza a asomar el riesgo de estanflación. El consumo y el sector exterior se contienen, los tipos de interés empezarán a subir en un trimestre, la financiación será más cara. El riesgo es extremo, la estanflación es como la UCI, se sabe cuándo se entra pero no cuándo y cómo se sale de ella.
Justo este panorama es el que empieza a empujar a la ciudadanía hacia la idea equivocada de que el Gobierno reaccionará, hará algo, no se quedará parado, y eso es lo que no parece que vaya a ocurrir. La legislatura se ha comprimido, hemos iniciado ya la larga agonía, no habrá capacidad de respuesta gubernamental, sino espasmos reactivos ante los acontecimientos, cada vez más escandalosos o virulentos. Pero el presidente del Gobierno no adelantará los comicios; se enrocará. Nadie le va a impedir disfrutar de los acontecimientos venideros; la cumbre de la OTAN, la presidencia europea, la reconstrucción de Ucrania, la jura constitucional de la Princesa de Asturias, el Falcon, el Súper Puma, las Marismillas, La Mareta. Digamos, para el que le cueste entenderlo, que el sanchismo ha iniciado en efecto su larga agonía, sin embargo se dispone a morir en la cama, atendido por el equipo médico habitual que lo mantendrá intubado hasta el desastre y a esos ya los conocemos. Son quienes no hacen más que perder batallas ante la comunista Yolanda Díaz: Escrivá, cuya reforma de las pensiones será rectificada por la autoridad europea, Chiqui Montero al frente de Hacienda («pasarse en un presupuesto es fácil, no tiene problema, lo he dicho siempre, son 1.200 millones, eso es poco, es poco») y la vicepresidenta Calviño de la que nadie se explica sus malas pulgas y suficiencia ante su parálisis («sabe de regulación, no de economía»).
¿Por qué va a lograr aguantar Sánchez hasta el final de la legislatura, tal como pretende? Porque pese a todas las dificultades no le va a faltar dinero en el cajón para seguir financiando su estancia en el poder, porque la Comisión Europea le va a permitir saltarse otro año más la disciplina de gasto y porque no le importa hasta dónde quede arrasada la prosperidad colectiva. Es cierto que en octubre la situación estará fea. El BCE ya no le comprará deuda pública y los tipos habrán empezado a subir; pero eso sólo quiere decir que tendrá que financiarse más caro y con más esfuerzo en los mercados, aumentando el gasto y la deuda, pero sin obligarse a un plan de ajuste. Para entonces la economía real estará ciertamente más tocada por la actividad, el consumo, los márgenes empresariales, el empleo y la financiación, pero hasta es capaz de paliarlo con nuevas subvenciones, lo que haga falta para estirar la cuerda, los plazos.
Por supuesto, el Gobierno se cree que esto no va a ocurrir exactamente así. Que los desequilibrios se corregirán antes de mayo de 2023, aspirando a darle la vuelta a las encuestas. Será su última oportunidad, explicado más o menos de esta manera: «Sánchez ha entrado en barrena pero querrá remontar en las municipales, ver si Feijóo no tira, si Vox sube, si el PSOE resiste en Extremadura, Castilla-La Mancha, Valencia, Aragón, en las ciudades, y si eso le da fuelle hasta final de año». En definitiva, quemará el último cartucho. Y si no funciona, pasará lo que ya hemos visto antes, el pueblo llamará a la derecha para sacarnos de la crisis; será la tercera vez, por lo que conviene recordar aquello de Chesterton: «la ocupación de los progresistas consiste en seguir cometiendo errores, la ocupación de los conservadores consiste en impedir que los errores se corrijan».
Julián Quirós