El mes próximo, responsables de políticas y expertos se reunirán en Bali Nusa Dua, Indonesia, para las Reuniones Anuales del Fondo Monetario Internacional y del Grupo del Banco Mundial. La locación es apropiada: Indonesia fue el epicentro de la crisis financiera asiática que estalló hace poco más de 20 años. Esa crisis conlleva importantes lecciones para la turbulencia actual en mercados emergentes como Argentina y Turquía.
Predecir si los problemas de hoy en verdad generarán una crisis como la de 1997-1998 es un ejercicio que dejaré a otros. Sin embargo, vale la pena comparar las circunstancias que rodearon la crisis hace una generación con los que prevalecen hoy, para poder discernir mejor qué economías emergentes son más vulnerables.
Existen similitudes significativas entre los episodios de los últimos años y el período previo a la crisis de 1997-1998. Luego de la recesión de comienzos de los años 1990, Estados Unidos mantuvo tasas de interés bajas y una política monetaria acomodaticia, de la misma manera que lo hizo después de la crisis económica global de 2008. En mitad de aquella década, la Reserva Federal de Estados Unidos comenzó a ajustar gradualmente su política –en gran medida como lo está haciendo hoy- y la tasa de fondos federales alcanzó un pico en 1995.
En los años 1990, sin embargo, los mercados emergentes, especialmente en Asia, incrementaron considerablemente su endeudamiento externo, creando los desajustes monetarios y de balance general que luego desataron la crisis. No es lo mismo que está sucediendo hoy con muchas economías emergentes, que han acumulado amplias reservas extranjeras y mantuvieron una deuda externa baja.
Pero esto no significa que las economías emergentes estén fuera de peligro. Después de todo, también se consideraba que la deuda externa de Argentina era relativamente baja hasta la marcada depreciación reciente del peso, que llevó al gobierno a pedir fondos al FMI.
La verdad es que no existe ninguna estrategia infalible para impedir una crisis. Por supuesto, medidas como mantener baja la deuda externa, aplicar tipos de cambio flexibles e implementar políticas macroprudenciales inteligentes pueden ayudar a prevenir un desastre. Lo mismo es válido para el conjunto amplio de políticas que, supuestamente, muestran credibilidad y mantienen confiados a los mercados, convocando al “hada de la confianza”, como diría Paul Krugman.
Pero, de la misma manera que un virus puede afectar a la gente más saludable, una crisis puede arrasar inclusive a una economía bien preparada. Es por esto que los países deben mirar más allá de las medidas preventivas y fortalecer su capacidad para respaldar una recuperación acelerada.
Para determinar qué es lo que esto significa en la práctica, deberíamos considerar las diferencias en la rapidez con la que las economías se recuperaron de la crisis de 1997-1998. El PIB real per capita de Corea del Sur regresó a los niveles previos a la crisis en el lapso de dos años. Pero a Malasia y Tailandia les llevó seis años, a Turquía ocho años y a Indonesia y Argentina una década regresar a las condiciones pre-crisis.
La diferencia no reside en cuán saludable era cada país: Argentina era mucho más rica que todas las otras economías mencionadas, excepto Corea del Sur. Por el contrario, refleja, al menos en parte, la estructura y sofisticación de la producción y las exportaciones. En 1997, Corea del Sur se habría posicionado en el primer puesto en sofisticación de las exportaciones, seguida por Malasia, Tailandia, Turquía, Argentina e Indonesia –una secuencia que refleja la duración de la recuperación.
¿Por qué una base de exportaciones más sofisticadas respaldaría la recuperación de una crisis financiera? Como muestra el informe Perspectivas de la Economía Global del FMI de 2015, a pesar del crecimiento de las cadenas de valor globales, el tipo de cambio sigue siendo importante para el crecimiento de las exportaciones. La depreciación de la moneda durante una crisis brinda así un impulso mayor a las exportaciones y al crecimiento en economías con una base de producción más sofisticada.
La experiencia durante la crisis financiera asiática lo confirma. La depreciación del won surcoreano hizo que los productos de Samsung se volvieran más competitivos, permitiéndole a la compañía expandir su participación de mercado. Las principales exportaciones de Argentina e Indonesia –materias primas agrícolas- fueron mucho menos sensibles a la depreciación de la moneda.
Reda Cherif, Fuad Hasanov y Lichen Wang del FMI recientemente demostraron que la sofisticación de las exportaciones es el factor determinante más robusto del crecimiento de una economía. Pero también puede ser una fuente poderosa de resiliencia económica. Si bien las economías emergentes –particularmente aquellas que adopten tipos de cambio flexibles y limiten su deuda externa- todavía pueden evitar una crisis, no existe ninguna garantía de que vayan a poder hacerlo. Con una base de exportaciones más sofisticadas, sin embargo, los riesgos de una recesión prolongada se reducirán significativamente.
Zhu Min, a former deputy managing director of the International Monetary Fund, is the chair of the National Institute of Financial Research at Tsinghua University, Beijing.