El secuestro de la autocomplacencia occidental

El secuestro de la autocomplacencia occidental
Omar Marques/Getty Images

El presidente bielorruso Aleksandr Lukashenko ha demostrado una vez más hasta dónde está dispuesto a llegar para reprimir a sus opositores. El 23 de mayo, envió un avión de combate MiG‑29 para desviar un vuelo comercial que iba de Atenas a Vilnius, poco antes de que saliera del espacio aéreo bielorruso. El objetivo era la captura de Roman Protasevich, ex jefe de redacción del cibermedio opositor bielorruso Nexta, a quien arrestaron tras el aterrizaje del avión en Minsk.

Que un régimen que ya está bajo sanciones de Estados Unidos y de la Unión Europea llegue al punto de secuestrar un avión en vuelo, con origen y destino en dos estados miembros de la UE, es fácil de explicar. Nexta es el enemigo público número uno de Lukashenko. Más que un simple portal de noticias con millones de seguidores en una variedad de plataformas de redes sociales (en particular Telegram), Nexta ha sido la principal fuente de información en Bielorrusia desde la fraudulenta elección presidencial del pasado agosto.

Además de informar sobre la violenta represión de las fuerzas de seguridad bielorrusas contra manifestantes pacíficos, Nexta había provisto cada día a los bielorrusos información sobre la hora, el lugar y el modo de las protestas nacionales masivas del año pasado contra la fraguada victoria electoral de Lukashenko. Sus convocatorias de los domingos a una Marcha Nacional por la Libertad llegaron a reunir no menos de 200 000 personas en las calles de Minsk. Y todos los manifestantes sabían exactamente qué hacer, ya que seguían las indicaciones publicadas por Protasevich y su colega y fundador de Nexta, Stepan Putilo.

Después de este alzamiento sin precedentes, el régimen de Lukashenko entró en pánico, y con razón. Nexta reunía y compartía información y fotos enviadas desde toda Bielorrusia. Cada mensaje, foto o llamado a la acción que publicaba se viralizaba dentro y fuera del país.

La clave del poder de Nexta era operar desde el extranjero (Varsovia). El régimen de Lukashenko no podía cortarle la conexión a Internet, ni encarcelar a sus integrantes, ni dispararles, como hacía con los manifestantes y medios opositores en Bielorrusia. Es indudable que a Lukashenko lo enfureció el hecho de que quien guiaba las protestas no era tanto Svetlana Tikhanovskaya (la probable vencedora en la elección de agosto) sino el elusivo operador de un cibermedio fuera de las fronteras bielorrusas.

Tras la publicación en marzo de un documental de Nexta que expuso la fortuna malhabida de Lukashenko (similar a un reciente filme viral sobre el presidente ruso Vladimir Putin que publicó el ahora encarcelado líder opositor Alexei Navalny), Lukashenko estaba dispuesto a mover cielo y tierra para terminar con sus veinteañeras bestias negras. Está convencido de que Nexta es la piedra fundamental en la que se apoyan los diversos frentes de la resistencia.

Como el vuelo de Ryanair iba mucho más cerca de Vilnius que de Minsk, el pretexto del régimen de Lukashenko (que había una amenaza de bomba y era necesario un aterrizaje de emergencia en la capital bielorrusa) no es creíble. En cuanto el avión tocó tierra en Minsk, montaron un breve espectáculo de revisar a los pasajeros y sus equipajes, para luego proceder de inmediato a arrestar al joven disidente y a su novia.

La detención de la novia de Protasevich es un método clásico de la KGB (así se llama todavía la agencia de seguridad bielorrusa), en particular cuando el objetivo es obtener confesiones. Protasevich es una presa muy valiosa para Lukashenko, porque (según entiende el dictador) tiene los contactos de casi todos los activistas bielorrusos. El día siguiente a la captura de Protasevich, el régimen publicó un video en el que se lo ve admitir su pasada participación en las protestas.

La misma táctica se usó también con Tikhanovskaya, a cuyo marido ya tenían en prisión. Tras secuestrarla después de las primeras protestas de agosto en Minsk, la obligaron a grabar un discurso en el que pedía que se pusiera fin al levantamiento (lo más probable es que haya sido después de ver que amenazaban con torturar a su esposo). Luego la expulsaron del país, y como todos en Bielorrusia conocen estos métodos, nadie la culpa por haberse mantenido al margen.

Con el secuestro del avión, Lukashenko pretende enviar un mensaje a los opositores: «tienen los días contados, son traidores, y a los traidores los matamos». Y un desafío directo a la UE: «podemos burlarnos de ustedes con total libertad, y no podrán hacernos nada, porque son débiles».

No son conclusiones infundadas. Al fin y al cabo, el Kremlin (cuyos simpatizantes locales se regodearon con el secuestro del avión y el arresto de Protasevich) envenenó a Navalny con un agente nervioso y salió prácticamente impune. Estados Unidos, el Reino Unido y la UE expresaron su preocupación e impusieron sanciones simbólicas; la respuesta de Rusia fue encerrar a Navalny en un campo de trabajos forzados.

Cuando el mes pasado la República Checa reveló que Rusia estuvo detrás de las explosiones de 2014 en un depósito de municiones (en las que murieron dos ciudadanos checos), la reacción fue más o menos la misma. De hecho, el gobierno del presidente Joe Biden acaba de levantar las sanciones impuestas a una empresa que participa en la construcción del gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania. Está claro que lo que importa es el dinero, no los principios.

Lukashenko sigue el ejemplo de Rusia. Al Kremlin le encanta avergonzar a los servicios de seguridad extranjeros que intentan proteger a figuras opositoras; por lo general, lo hace atacando en sus narices a disidentes exiliados, como cuando en marzo de 2018 intentó asesinar a Sergei Skripal en Salisbury (Inglaterra).

Como Nexta opera desde Polonia, cabe preguntarse si las autoridades polacas hicieron todo lo posible (o si hicieron algo) para proteger y advertir a Protasevich y a sus colegas en relación con los riesgos que enfrentaban. Era evidente que Protasevich y Putilo estaban en peligro. Que Rusia y Bielorrusia persiguen a quienes consideran traidores, incluso en el extranjero, ya era bien sabido. Ahora también se sabe hasta dónde son capaces de llegar.

Sławomir Sierakowski, founder of the Krytyka Polityczna movement, is Director of the Institute for Advanced Study in Warsaw and Senior Fellow at the German Council on Foreign Relations. Traducción: Esteban Flamini.

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