El secuestro de la política

De Juana Chaos es el pretexto del Partido Popular para llamar a la rebelión cívica contra el Gobierno sacando a la calle las emociones que conforman el universo afectado por el terrorismo. Se dibuja un escenario de división en el que solo se exhiben dos alineamientos posibles: o se apoya al Gobierno para defender las instituciones o se respalda la turbamulta agitada por el PP. Aceptar este planteamiento obliga a renunciar al ejercicio de la política reduciéndola a una confrontación entre dos incondicionalidades.
Instalados en esa lógica elemental, el Gobierno pretende que la barbarie del PP certifique sus aciertos. Demasiado simple para una situación sustancialmente compleja.
En el origen de esta dislexia está la llegada al poder del PSOE en un escenario precario en el que no se han tenido en cuenta las propias debilidades. José Luis Rodríguez Zapatero llegó a la Moncloa imbuido de una legitimidad indiscutible que, sin embargo, el PP siempre le ha negado. Esa labilidad no ha sido valorada en una estrategia indebidamente ambiciosa. De una sola tacada, la reforma territorial, la revisión de la transición para instalar una memoria histórica compensadora de la dictadura y la negociación con ETA han sido objetivos de un Gobierno lastrado por la obstrucción permanente del PP.

LOS LOGROS de las políticas ordinarias, que en sí mismas hubieran justificado una legislatura, han quedado ocultos bajo la espuma de una trifulca insoportable. Con una situación económica excepcional, la ley de dependencia, la eclosión del reconocimiento de derechos civiles, las leyes de igualdad de la mujer y el reflejo de la diferencia con el gobierno de Aznar por la guerra de Irak hubieran sido suficientes para el tránsito a una segunda legislatura con fuerza parlamentaria para afrontar grandes retos estratégicos. La fortuna con la que el presidente socialista llegó a La Moncloa se ha invertido para convertirse en un calvario difícilmente soportable.
Es cierto que el presidente tenía derecho a soñar su grandeza y a dibujar objetivos ambiciosos. Pero los síntomas de flaqueza de sus propias posiciones deberían haberle alertado. Cometió el error de instalarse en la confusión de que aquello a lo que tenía derecho eran, solo por eso, políticas acertadas. Una trampa tan elemental que nada pudo impedir caer en ella.
La llamada a rebato para defender al Gobierno de las hordas populares convoca ahora a la incondicionalidad para no tener en consideración los errores cometidos. Y, sin embargo, las institucionalidad de la política está objetivamente en peligro por la irresponsable actitud del PP. La reforma de los estatutos fue considerada inconstitucional excepto allí donde le convenía al PP decir lo contrario.
La primera confrontación de fondo se materializó en la formidable abstención del referendo del Estatut que se hizo carne después en la derrota electoral socialista en Catalunya que, sin embargo, ha permitido gobernar a José Montilla. Un maquillaje eficaz para una operación política costosísima que además promovió la primera quiebra del PSOE con sus electores. El segundo error estratégico fue confundir la desesperación de ETA con la existencia de condiciones idóneas para negociar el final del terrorismo. Es cierto que ETA estaba ya derrotada cuando el presidente se lanzó a tumba abierta para cerrar el episodio histórico del terrorismo. Precipitación en la iniciativa, debilidad inherente a la irresponsabilidad del PP, mensajeros e intermediarios equivocados y una ansiedad indisimulada han terminado por fortalecer las expectativas de ETA y han eclosionado un aberzalismo radical que estaba en desbandada.

EL ANSIA con la que el presidente ha conducido la negociación con ETA se ha alimentado también de la respuesta del PP, siempre desproporcionada y absolutamente desleal. Ninguno de los síntomas que anunciaban la inmadurez del proceso fueron tenidos en cuenta porque lo único que contaba, frente a la felonía del PP, era el derecho del presidente a diseñar la política antiterrorista por encima de los tiempos y las fuerzas para poder llevarla a cabo. Zapatero puede tener la tentación de utilizar la irracionalidad del PP para movilizar a los electores en apoyo del Gobierno frente a la amenaza de una derecha insoportablemente dura. Si no acompaña esta llamada con la autocrítica necesaria para depurar sus más gruesos errores, será la consagración de una ecuación falsa: la brutal oposición del PP no certifica que el Gobierno esté acertando en sus decisiones políticas. Hay que acudir a defender las instituciones, pero ese auxilio no puede ser utilizado por el Gobierno para impulsar políticas que no tienen el respaldo objetivo de su propio electorado.
El asalto del PP a las instituciones del Estado necesita una doble respuesta: el Gobierno tiene que achicar las vías de agua de sus errores que alimentan la respuesta desproporcionada de los populares. Y quienes creen en el Estado de derecho por encima de cualquier consideración partidaria tienen la obligación de impedir el asalto a nuestra cultura democrática. Cerrar filas con el Gobierno no secuestrará la política si el ejercicio de contención de los demócratas es administrado con prudencia por el presidente del Gobierno. De él depende.

Por Carlos Carnicero, periodista.