Por Juan José López Burniol, notario (EL PERIODICO, 27/02/04):
Catalunya se vio privada, por conquista militar, de sus instituciones de autogobierno tras la guerra de sucesión. Desde entonces, el Estado español ha sido visto en Catalunya como una realidad sólo relativamente propia, cuando no radicalmente ajena.Pronto se cumplirán tres siglos de esta situación. Tiempo más que suficiente para que esta reserva haya arraigado en el talante de los catalanes, manifestándose en una desconfianza instintiva frente a lo público, así como en cierta falta de comprensión y asunción de las pautas, formas y liturgias del ejercicio del poder. Pla reflejó este estado de ánimo al escribir que, para un payés del Empordà, el Estado no era más que el recaptador de contribucions. Y Puig Salellas ha aportado una prueba destacando cómo, al redactarse el Estatut, "no había en Catalunya muchos juristas especializados en aquellas materias de derecho público, debido a que la falta de poder político no estimulaba ciertamente la vocación"; una situación hoy superada por la abundancia de prestigiosos especialistas.
NO ES DE extrañar, por tanto, que algunos políticos catalanes muestren también parecido talante respecto del poder y las instituciones en que se encarna. Un talante que se manifiesta en la predisposición del ánimo a comportarse con mentalidad de alcalde de aldea. Lo que significa que tienden a perseguir los fines que se proponen forzando el entramado institucional, haciendo caso omiso de procedimientos y buscando permanentemente la componenda ocasional. En suma, tirant pel dret, o huyendo hacia delante.A propósito de este tema, viene a cuento recordar el diálogo de Cicerón Sobre la república. Hallándose el antiguo cónsul en el ostracismo --los políticos sólo escriben
cuando están en el paro--, contrapuso la polis griega --que preexiste como realidad a sus habitantes-- a la civitas romana --que es un conjunto de personas que se sirven de un derecho común--. De lo que resulta que este derecho común --que se encarna en las instituciones-- constituye la esencia de la república.Por consiguiente, la idea nuclear del Estado radica en el respeto a las instituciones y en la observancia de la ley tanto por los políticos como por los ciudadanos. De ahí que la autoridad moral que inviste de dignidad a los políticos provenga de la escrupulosa legalidad de su quehacer. Por ello, los políticos catalanes deben esforzarse --hoy más que nunca-- en:Primero. Respetar el entramado institucional y observar la ley, sin buscar atajos espectaculares ni soluciones milagrosas para resolver los problemas. Sobran, por tanto, los egos desbordados, los talantes mesiánicos y las soeces apelaciones al populismo. Y están fuera de lugar también las invocaciones a la moral de la convicción, que invita a obedecer las convicciones personales haciendo tabla rasa de las consecuencias de los propios actos, un rasgo que comparten los revolucionarios por principio y algunos pacifistas de inspiración cristiana.
SEGUNDO. Adoptar las decisiones con presteza y firmeza, asumiendo las consecuencias inherentes sin alharaca ni dejaciones. La primera obligación del que manda es mandar. La segunda, responder de lo mandado. Mandar no consiste en buscar siempre un acuerdo que, bajo pretexto del consenso, degenere en componenda. Mandar es decidir. Decidir es elegir. Y quien elige asume responsabilidades. Éste es el oficio del político, vertebrado por la moral de la responsabilidad, según la cual no puede prescindirse de las consecuencias de los propios actos, ya que hay que ponderar la lógica de la eficacia al servicio del bien común.Tercera. Preservar la dignidad y el decoro de la función de la que están investidos, consistente en la defensa de los intereses generales. Ello exige discreción, reserva y cierta soledad. La vida política no puede convertirse en un espectáculo permanente proclive al populismo.Acabo. La Generalitat es --ha de ser-- el Estado en Catalunya. Ello exige tener presente que un Estado es, en esencia, un sistema jurídico. En consecuencia, el respeto a las instituciones y la observancia de la ley constituye la raíz profunda de la autoridad y el fundamento último del poder. Para ser Estado hay que comenzar por creer en él. Si no es así, ¡apaga y vámonos!