El séptimo día y la ocupación 'provisional'

Los palestinos existen y no son una creación de Israel. Lo que comenzó hace 40 años, tras la espectacular victoria israelí en la guerra de junio de 1967, no es la historia de los palestinos, sino la de la ocupación. Esta afirmación podría parecer una obviedad si no fuera porque durante largo tiempo la identidad nacional palestina fue puesta en cuestión, tanto por quienes la presentaban como un mero reflejo reactivo frente al movimiento nacionalista judío -acentuado tras la creación del Estado de Israel en 1948-, como por aquéllos que, al subsumir a los palestinos dentro del grupo árabe al que pertenecen -como en el caso paradigmático, y en modo alguno único, de Golda Meir-, negaban simplemente su existencia separada.

No obstante, la historia palestina está estrechamente imbricada con la del Estado de Israel y con el conflicto, tanto el árabe-israelí como el israelí-palestino. La imbricación aparece, en primer lugar, a la hora de establecer una definición de quiénes son los palestinos. ¿Lo son todos los que viven en el territorio de la antigua Palestina del Mandato? ¿Lo son los refugiados de la guerra de 1948 -a los únicos que las Naciones Unidas, y la UNRWA, su agencia de ayuda, reconocen tal estatus-? ¿Lo son sus descendientes? ¿Son palestinos los oficialmente denominados árabes israelíes, en torno al 20% de la población israelí actual, que viven en Israel y que tienen la ciudadanía israelí, pero no la nacionalidad, ya que el Estado de Israel no reconoce oficialmente como tal la nacionalidad israelí? ¿O lo son únicamente aquéllos que habitan en los territorios de Gaza, Cisjordania y Jerusalén oriental, ocupados por Israel en la guerra que terminó el 10 de junio de 1967, tras seis días de combates-relámpago y que, desde el final de la guerra de 1948-1949, habían estado bajo la administración jordana o la egipcia -en el caso de Gaza-? ¿Son palestinos quienes tienen la ciudadanía jordana, ya que en 1950 el reino hachemí anexionó Cisjordania, incluido Jerusalén este, concediendo la ciudadanía a los palestinos de la zona? ¿O lo son únicamente los desplazados de 1967 y quienes se encuentran en los campos de refugiados de Siria, el Líbano, Jordania y otros, con o sin estatus de ciudadanía, dependiendo de los países?

Las dificultades para lograr un acuerdo en la definición se repiten a la hora de fijar su número, ya que existen divergencias, tanto en lo relativo a los más de cuatro millones y medio que da la UNRWA, como en lo que se refiere a los desplazados y exiliados después de 1967. No obstante, aun cuando definición y cifras fueran comúnmente aceptadas, quedaría pendiente la respuesta a la cuestión clave de si el reconocimiento de una identidad palestina propia conlleva necesariamente el de los derechos políticos nacionales del grupo. Y, de ser así, ¿dentro de qué entidad política, dado que la Autoridad Palestina, creada a raíz de los Acuerdos de Oslo (1993-95) es un órgano administrativo, provisional, con limitadas facultades políticas, y no un Estado soberano capaz de establecer, y hacer efectivos, sus propios requisitos legales para la concesión de la ciudadanía?

La provisionalidad, con la ambigüedad que conlleva, ha marcado el conflicto desde sus inicios. Los estados árabes, que no habían aceptado la resolución 181 de las Naciones Unidas en 1947 que decidía la división de Palestina en dos estados, uno árabe y otro judío, percibieron como provisionales los resultados de la guerra de 1948-49 y la creación del Estado de Israel. Los contundentes resultados de la guerra de junio de 1967 dieron al traste con esa percepción de provisionalidad y, a pesar de los tres noes árabes de la Conferencia de Jartún en septiembre de 1967 (no a la negociación, no al reconocimiento, no a la paz con Israel), lo cierto es que Israel salió fortalecido frente al panarabismo laico que no se recuperaría de su derrota -una década después (Camp David, 1978), Egipto firmó la paz con Israel, que devolvió los territorios egipcios ocupados, y, en 1994, ya con los Acuerdos de Oslo en marcha y tras el retorno de Arafat a Gaza, Jordania firmó también un tratado de paz con Israel-.

Pero el séptimo día, el 11 de junio de 1967, se instaló una nueva provisionalidad: la de la ocupación israelí de los territorios palestinos. Una ocupación administrativa, política y militar que se doblaría pronto con la ocupación física a través de la implantación de colonos judíos israelíes en los nuevos territorios (a los «árabes israelíes» no les está permitido hacerlo). Unicamente Jerusalén y los Altos del Golán son anexionados oficialmente por Israel, mientras que Gaza y Cisjordania siguen en una situación de provisionalidad que sólo cesa, parcialmente, con la desconexión de Gaza en agosto de 2005, decidida unilateralmente por el Gobierno israelí, entonces presidido por Ariel Sharon.

Mientras, la colonización en Cisjordania continúa de forma ininterrumpida hasta hoy, creando hechos sobre el terreno que hacen cada vez más complicada la solución negociada del conflicto y la creación de dos estados -israelí y palestino-, viables, dentro de fronteras fijas, que vivan en paz y seguridad uno al lado del otro, como se establece en la desfallecida Hoja de Ruta, presentada en otoño de 2002 por el Cuarteto (ONU, UE, Rusia y EEUU).

Es cierto que la provisionalidad no es sino una de las muchas facetas de un conflicto en el que existen ramificaciones geopolíticas e ideológicas muy diversas. No obstante, salir de ese marco y de la opacidad asimétrica que propicia en todo el entorno aparece como un requisito necesario para resolver el callejón sin salida en que todo el proceso parece estar sumido, hasta tal punto que cada vez hay más voces que dudan de la viabilidad real de la solución biestatal si el proceso de deterioro no se detiene.

Las luchas por el poder que han caracterizado, prácticamente desde su creación, a la Autoridad Nacional Palestina y que han minado el desarrollo del llamado proceso de paz, no son ajenas a esta situación de provisionalidad y de indefinición conceptual y política que preside los Acuerdos de Oslo, cortados según el modelo kissingeriano de «opacidad creativa». Eficaz entonces para hacer frente al marasmo de la guerra de Vietnam, no lo fue en ese caso: al no definir claramente los términos, al dejar todos los temas fundamentales para un final que nunca se ha realizado, los Acuerdos no se despegaron del concepto de provisionalidad que implica verlo, no en términos políticos, que pragmáticamente buscan ganancias reales para todos los implicados, sino en términos de suma cero, donde unos ganan lo que otros pierden.

Todas las encuestas, tanto en Israel como en Palestina, incluidas aquéllas realizadas durante la Intifada de Al Aqsa, muestran una opinión mayoritariamente favorable a una solución definitiva. Tampoco hay que descartar que el rechazo del marco de provisionalidad sea una de las explicaciones del triunfo electoral de Hamas en las legislativas de enero de 2006 (añadido a la importancia de su red asistencial y educativa y su imagen de incorruptibilidad y eficiencia que parecen haber pesado más en los votantes que el recurso del movimiento a la violencia terrorista, rechazada como instrumento por muchos de quienes le dieron su voto).

El recientemente relanzado Plan árabe -conocido como Plan saudí por haber sido presentado por vez primera en marzo de 2002 por el príncipe heredero saudí y apoyado por la Liga Arabe en la cumbre de Beirut celebrada poco después- representa, en opinión de algunos líderes israelíes, los tres síes, frente a los tres noes árabes de hace 40 años. Tanto este plan como los Acuerdos de Ginebra que un grupo de israelíes y palestinos presentaron a finales de 2002, o el conocido como el Documento de los presos palestinos (mayo-junio 2006), se enmarcan dentro de esa conciencia de la necesidad de terminar con la provisionalidad y establecer, no de forma unilateral sino acordada, los parámetros claros de una solución que pasa, en todos los casos, por una adecuación con las líneas del 4 de junio de 1967 y, por ende, con el final de la ocupación israelí.

El establecimiento de un Estado palestino dentro de unas fronteras negociadas y precisas dejaría a Hamas sin uno de los argumentos -es decir, que sólo un Estado puede reconocer a un Estado y que es Israel, y no al contrario, el que debe reconocer a los palestinos- en los que ha venido basando su negativa a aceptar las tres condiciones (fin de la violencia, reconocimiento de los acuerdos previamente firmados y reconocimiento de Israel) que le impone la sociedad internacional para terminar con el bloqueo cuyo mayor coste recae sobre la población civil palestina. El final de la provisionalidad permitiría, por otra parte, desvelar más claramente la instrumentalización de un conflicto que ha sido utilizado como argumento para una pretendida explicación de otros -desde Afganistán a Irak- que no necesariamente guardan una relación directa con el mismo, así como para el resurgimiento de un preocupante antisemitismo.

Y, sobre todo, permitiría construir el futuro, no sólo el de los palestinos, sino también el de Israel, ya que el conflicto y la ocupación son considerados por muchos israelíes como uno de los elementos que han minado el tejido moral de su propio Estado, donde la concepción de la provisionalidad de la ocupación no casa bien con su permanencia en el tiempo y con la continuada expansión colonizadora en Cisjordania, una vez vaciada la superpoblada Gaza de su escaso número de colonos judíos (unos 7.500). La salida de la opacidad y el fin de la provisionalidad permitiría fijar los límites del poder palestino y resolver así, políticamente, el conflicto de competencias e institucional, entre la OLP -la organización paraguas representante del pueblo palestino y encargada de la negociación con los israelíes- y la Autoridad Palestina, cuya capacidad ejecutiva es mínima y cuya soberanía no existe.

Un conflicto que todos los hechos indican que no dejará de crecer mientras no exista un Estado palestino. Al fijar los límites territoriales y de soberanía se fijarían, así mismo, las responsabilidades y se sabría a quién exigirlas, e Israel dejaría de luchar contra un enemigo muchas veces fantasma y clandestino, en palabras de los mismos israelíes. La comunidad internacional, finalmente, podría centrarse en la ayuda y en la supervisión de la construcción del Estado palestino y no limitarse a labores próximas a la beneficencia, no forzosamente coherente con la justicia, como ha sucedido a lo largo de muchos años.

¿Utopía? No, simplemente delimitación precisa de causas y consecuencias y visión de conjunto y no sólo puntual. Es decir, política o, según la definición clásica, «el arte de lo posible». Que permita seguir después del séptimo día, con el merecido descanso y la vida real.

Carmen López Alonso, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid y acaba de publicar Hamas. La marcha hacia el poder, La Catarata, Madrid, 2007.

Nota: el texto del artículo publicado no correspondía exactamente con el enviado por la autora. Aquí se incluye tanto la versión corregida como la rectificación publicada en la edición de El Mundo del día 14 de junio de 2007 (página 5) en donde se deja constancia de la divergencia entre ambos textos.

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Rectificación publicada, como Fe de errores, en la página 5 de El Mundo, de la edición del día 14 de junio de 2007:

“En el artículo El séptimo día y la ocupación “provisional”, publicado en la sección Tribuna Libre del periódico El Mundo del día 13, al hablar de los árabes israelíes, el texto original decía “¿Son palestinos los oficialmente denominados como árabes israelíes, en torno al 20% de la población israelí actual, que viven en Israel y que tienen la ciudadanía israelí aunque no la nacionalidad, ya que el Estado de Israel no reconoce oficialmente como tal la nacionalidad israelí?”. Sin embargo, por error, apareció publicado: “¿…no la nacionalidad, ya que el Estado de Israel no se la reconoce oficialmente?”, dando a entender, erróneamente, que tal nacionalidad existe, pero sólo para los judíos. Lo que no es el caso.

Por otra parte, la autora había escrito “Lo que comienza hace 40 años (…) no es la historia de los palestinos sino la de la ocupación”. Y apareció publicado “…la ocupación judía de sus territorios”, que la autora teme pueda ser leído en un tono peyorativo que, en modo alguno, ella ha querido transmitir.”