El sexo equivocado

Ignoro, como todo el mundo, el detalle de las relaciones entre las primeras hembras y los primeros machos de nuestra especie. Si damos por bueno que las tribus primigenias se desplazaban por la sabana en grupo, al igual que los primates de los que provenían, debemos creer que convivían día y noche. Los imaginamos tan propensos a la pelea como los chimpancés. A penas similares a sus primos bonobo, esa variedad de 'hippies' hipersexuales, poco conflictivos y consagrados a la buena vida.

Pronto, sin embargo, los dos sexos de nuestros ancestros tuvieron que especializarse y separarse para superar condiciones de extrema dificultad. De todas las especies humanas descubiertas, y ya van unas cuantas, solo ha sobrevivido la nuestra, y aun después de pasar por un estrechísimo cuello de botella. Fue literalmente de un tris que la biosfera no se desprendiera de la infección humana cuando estaba a tiempo de no sufrir sus nefastas consecuencias.

De tribus nómadas pasamos a cazadores-recolectoras. Los machos salían a cazar y defender el territorio contra otras tribus y estaban días y días fuera. Mientras, las hembras criaban, recogían y conservaban todo lo que podría servir de alimento, para completar una dieta omnívora y por si acaso fallaba la caza. Se dividieron en dos comunidades diferenciadas, complementarias pero poco acostumbradas a convivir. Los hombres formaban hordas de 'horribili bestioni' mientras las mujeres se organizaban y arreglaban en refugios menos inseguros, sin sufrir la paranoica pulsión competitiva y jerárquica de sus compañeros.

Sucedió más o menos así, con diferencias sustanciales según la dureza del entorno, hasta la revolución del neolítico, la aparición de las ciudades, los inicios de la complejidad social y la supremacía de los machos más fuertes y avispados, que se dispusieron a oprimir a los más débiles: la mayoría de hombres y la práctica totalidad de las mujeres, sometidas a la doble discriminación. Mal negocio. Incremento exponencial del sufrimiento, salvo para un número irrisorio de privilegiados y privilegiadas.

Así hemos vivido, más que convivido, hasta anteayer mismo. Solo hemos empezado a mejorar en las sociedades más avanzadas y aun entre innumerables dificultades. Costará recuperar los niveles de igualdad perdidos en el neolítico Que la cultura corrige a la naturaleza es cierto, pero solo hasta cierto punto y no siempre para bien. El esclavismo y la tortura no se dan en la naturaleza. Tampoco las violaciones en grupo o el maltrato continuado y gratuito del más débil a cargo del más fuerte. Contra pronóstico del humanismo, siempre demasiado optimista, acceder a cuotas satisfactorias de dignidad y una organización social que garantice respeto y oportunidades para todos es un objetivo de titanes que estamos lejos de conseguir.

Es probable que no se llegue a él sin un cambio de sexo hegemónico. Entre machismo y feminismo, no elegir feminismo es ser machista. El equilibrio es siempre más deseable que el dominio, sin embargo, solo los perjuicios y el mantenimiento del poder masculino podrían no inclinar, y mucho, la balanza a favor de este recambio. Son demasiados los machos humanos que arrastran una pulsión enfermiza por el poder y una falta lacerante de escrúpulos a la hora de intentar imponerse. Las 'armas' de que disponen son mucho más brutales.

Solo en el terreno sexual, no es lo mismo insinuarse que asediar. No es lo mismo seducir que violar. En situaciones de tensión, no son lo mismo los gritos que las hostias. Los motivos para sentir vergüenza del género masculino son aún más abundantes que los del orgullo de pertenecer al sexo femenino, o el de reconocerlo como portador genérico de valores positivos como la generosidad o la delicadeza.

En los últimos años 70, en un mesa redonda, Montserrat Roig soltó que si en el mundo hubieran mandado las mujeres no existiría la bomba atómica. Le repliqué que la electricidad tampoco y se hizo el silencio. Más adelante, se declaró dispuesta a volver a lavar la ropa a mano si se trataba de impedir la guerra. La destrucción del planeta aún no era tema estrella, pero es resultado de una ansiedad por acumular y dominar mucho más propia de un género que del otro.

La vulnerabilidad y la desprotección no son patrimonio exclusivo de las mujeres. Del lado opresor están unas cuantas, y a fe que se ceban como hienas, pero no son los hombres quienes sufren por la discriminación salarial o judicial. Ni los que se deben quejar porque en la mesa del Parlament de un país que pretende ser modélico solo haya una mujer, una, entre siete miembros. ¡Venga ya, hombre!

Xavier Bru de Sala, escritor.

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