El Shinzo Abe de la India

Después de un período prolongado de deriva y parálisis políticas, el nuevo Gobierno de la India estará encabezado por un hombre conocido por su firmeza. Así como el regreso al poder, al final de 2012, del Primer Ministro del Japón, Shinzo Abe, después de seis años de inestabilidad política, reflejó la determinación de ese país de reinventarse más competitivo y seguro de sí mismo, así también la victoria en las elecciones de Narendra Modi refleja el deseo de los indios de que un dirigente dinámico y enérgico contribuya a revitalizar la economía y la seguridad de su país.

Se espera que Modi, como Abe, se centre en reavivar la situación económica de la India, sin por ello dejar de fortalecer al mismo tiempo sus defensas y sus asociaciones estratégicas con Estados de propósitos parecidos y con ello fomentar la estabilidad regional y bloquear el ascenso de un Asia centrada en China. El carismático Modi, favorito de los dirigentes empresariales de su país y del extranjero, ha prometido restablecer un rápido crecimiento económico al decir que no debe haber “papeleo burocrático, sino alfombra roja” para los inversores.

La posición de Modi, que cuenta 63 años de edad, es un calco del suave nacionalismo, la economía orientada al mercado y el nuevo asianismo de Abe, al perseguir unos vínculos estrechos con las democracias asiáticas para crear una red de asociaciones estratégicas combinadas.

En un país en el que el desfase entre la edad media de los dirigentes políticos y la de los ciudadanos es uno de los mayores del mundo, Modi será el primer Primer Ministro nacido después de que la India consiguiera la independencia en 1947, lo que constituye otro paralelismo con Abe, quien es el primer Primer Ministro del Japón nacido después de la segunda guerra mundial.

Sin embargo, hay una importante diferencia en cuanto a los orígenes de los dos dirigentes: mientras que Modí se elevó desde unos comienzos humildes hasta la dirección de la mayor democracia del mundo, Abe, nieto y bisnieto de dos ex primeros ministros del Japón e hijo de un ex ministro de Asuntos Exteriores, puede estar orgulloso de un linaje político distinguido. En realidad, Modi avanzó hasta la victoria al aplastar las aspiraciones dinásticas de Rahul Gandhi, cuya inutilidad para articular opiniones claras o demostrar capacidad de dirección, son lo contrario del anhelo que abriga el electorado indio de un periodo de gobierno firme.

Modi, como Abe, afronta importantes desafíos en política exterior. La India alberga más de una sexta parte de la población del mundo y, sin embargo, cuenta mucho menos de lo que le corresponde. Un ensayo publicado en 2013 en Foreign Affairs y titulado “La débil política exterior de la India” estaba centrado en cómo este país está oponiendo resistencia a su propio ascenso, como si la opresiva atmósfera política de Nueva Delhi lo hubiera convertido en su peor enemigo.

Muchos indios quieren que Modi imprima una nueva dirección a las relaciones exteriores en una época en la que el desfase entre la India y China desde el punto de vista de la importancia internacional ha aumentado en gran medida. La influencia de la India en su patio trasero –incluidos el Nepal, Sri Lanka y las Maldivas– se ha reducido. De hecho, Bhután sigue siendo su único punto de influencia estratégica en el Asia meridional.

La India afronta también el fortalecimiento del nexo entre sus dos adversarios regionales –China y el Pakistán– que cuentan con armas nucleares, han reivindicado grandes porciones del territorio indio y siguen colaborando entre sí en materia de armas de destrucción en gran escala. Al relacionarse con esos países, Modi afrontará el mismo dilema que ha preocupado a los anteriores gobiernos indios: los ministros de Asuntos Exteriores de China y del Pakistán son malos actores. El Partido Comunista y el ejército son los que elaboran la política exterior de China, mientras que el Pakistán cuenta con su ejército y sus servicios de inteligencia, que siguen utilizando a grupos terroristas como substitutos suyos. No es probable que el gobierno de Modi permita que quede impune otro ataque terrorista del estilo del que orquestó el Pakistán en Bombay y no recurra al menos a represalias no militares.

Otro imperativo apremiante es el de restablecer el impulso en la relación con los Estados Unidos, dañada por tensiones diplomáticas y controversias comerciales recientes, pero es probable que el compromiso de Modi con las políticas económicas pro mercado y la modernización de la defensa brinde nuevas oportunidades a las empresas de los EE.UU. y eleve la relación bilateral a un  nuevo nivel de entendimiento.

Una probable nueva cooperación en materia de defensa y comercio que intensifique las ventas de armas de los EE.UU. y cree vías para la coordinación militar conjunta redundará en pro de los intereses estratégicos de ese país, que ya lleva a cabo más operaciones militares con la India que con ningún otro.

Modi es la clase de dirigente que puede contribuir a devolver al buen camino los vínculos entre los EE.UU. y la India e impulsar la cooperación. Sin embargo, existe el riesgo de que su relación con ese país, al menos al principio, sea más práctica que cálida, a causa de un desaire americano que le resulta difícil olvidar. En 2005, cuando era Ministro Jefe de Gujarat, el Gobierno de los EE.UU. lo acusó sin pruebas de complicidad con los disturbios provocados en 2002 por el enfrentamiento entre hindúes y musulmanes y revocó su visado. Aun después de que el Tribunal Supremo de la India no encontrara pruebas para relacionar a Modi con aquella violencia, los EE.UU. siguieron manteniéndolo en el ostracismo y sólo le tendieron la mano en vísperas de las recientes elecciones.

Como los EE.UU. no se han disculpado por la revocación de su visado, no es probable que Modi se desviva por hacer amistad con los EE.UU. mediante una visita a la Casa Blanca, sino que esperará a que los funcionarios de los EE.UU. acudan a invitarlo.

En cambio, es probable que Modi recuerde a otros Estados –como, por ejemplo, el Japón e Israel– que lo cortejaron precisamente cuando los EE.UU. ponían la mira en él. Las visitas de Modi al Japón en 2007 y 2012 abrieron nuevas vías para las inversiones japonesas en un Gujarat propicio para los negocios.

Además, Modi ha forjado una relación especial con el Japón y ha trabado una relación especial con Abe. Cuando éste regresó al poder, Modi lo felicitó con una llamada telefónica.

Es probable que la victoria de Modi convierta los vínculos entre la India y el Japón, la relación bilateral que está intensificándose más rápidamente en Asia, en el motor principal de la estrategia de “apertura al Este”, que, con el beneplácito de los Estados Unidos, persigue el fortalecimiento económico y la cooperación estratégica con los aliados y los socios de los EE.UU. en el Asia oriental y sudoriental. Abe, quien ha procurado crear opciones de cooperación en materia de seguridad con el Japón fuera del marco actual centrado en los EE.UU., ha sostenido que los vínculos de su país con la India representan “un mayor potencial que ninguna otra relación bilateral en el mundo”.

Un entendimiento profundo entre el Japón y la India gracias a Abe y Modi podría remodelar el panorama estratégico asiático. No es de extrañar que Abe apoyara una victoria de Modi.

Brahma Chellaney, Professor of Strategic Studies at the New Delhi-based Center for Policy Research, is the author of Asian Juggernaut, Water: Asia’s New Battleground, and Water, Peace, and War: Confronting the Global Water Crisis. Traducción del inglés por Carlos Manzano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *