El sida en tiempos de crisis

Hoy, como otros 1 de diciembre, muchos hacemos un esfuerzo para reforzar y visualizar los mensajes de prevención de la infección por el VIH y de solidaridad hacia todos los afectados por el virus y sus efectos biológicos, psicológicos y sociales. Pero el Día Mundial del Sida es -o debería ser- también una oportunidad para la autocrítica y con visión de futuro identificar las prioridades que a corto y medio plazo hay que incluir en las agendas políticas y técnicas.

El informe 2010 de Onusida explica que en los últimos 10 años se ha producido una reducción global del 20% en nuevas infecciones. Pero la pandemia no es ni homogénea ni estable y, si bien en algunos países ha disminuido, en otros -especialmente en Europa del este- ha aumentado dramáticamente. Por otro lado, estamos acostumbrados a pensar que África sigue teniendo la peor situación, pero, aun siendo verdad, debemos recordar que tanto en Europa como en EEUU hay colectivos que, como el de los hombres que tienen relaciones sexuales con hombres (HSH), y poblaciones socialmente desfavorecidas, como los inmigrantes, tienen prevalencias de VIH tan elevadas como alguno de los países africanos más afectados. Catalunya no es una excepción. En el 2009, el 43% y el 36% de los nuevos diagnósticos correspondían a HSH e inmigrantes, que mayoritariamente se infectan en nuestro país. Queda claro, pues, que las redes y el entorno social son tan importantes para la transmisión del virus como las conductas individuales. Además, sabemos que la mitad de los pacientes se diagnostican tarde, cuando hace ya tiempo que tendrían que estar en tratamiento antirretroviral.

Es importante aceptar, en primer lugar, que el sida sigue siendo un problema de salud pública relevante; y, en segundo, saber -como recuerda el informe de Onusida- que las intervenciones preventivas que tienen en cuenta no solo los aspectos biomédicos y conductuales, sino también los estructurales, pueden revertir la propagación de la epidemia. Pero ni el conocimiento ni la voluntad política sirven para nada si no se reflejan en los presupuestos.

En España, donde ya nos gastamos más de 700 millones de euros anuales en tratamientos antirretrovirales (ARV), el gasto en estos fármacos seguirá aumentando, pues el diagnóstico de la infección y los criterios clínicos de tratamiento avanzan, la supervivencia de los enfermos aumenta y seguirán apareciendo nuevos fármacos y combinaciones más efectivas. Desgraciadamente, los recursos destinados a la prevención están muy lejos de esta cifra. Habrá que seguir asegurando la provisión de tratamientos, pero hacerlo no es incompatible con entender que la prevención no solo es una obligación de las administraciones, sino también una medida coste-efectiva para reducir el gasto médico a medio y largo plazo.

A nivel internacional, iniciativas gubernamentales y privadas como el Fondo Global de las Naciones Unidas, el Programa Presidencial de EEUU o la Fundación Bill Gates, han conseguido lo que hace 15 años muy pocos creían posible: generar millones de dólares para asegurar el acceso a los ARV a más de cinco millones de pacientes de países pobres. Pero ahora no solo hay que asegurar el mantenimiento del tratamiento para estos pacientes, sino también para los casi 10 millones más que los requieren y para los más de dos millones que se infectan cada año; se estima que en el 2010 se necesitaban 10.000 millones de dólares más de los 16.000 obtenidos en el 2009. Si, además, tenemos en cuenta que debido a la actual crisis económica varios países occidentales han anunciado una reducción en sus aportaciones, se entiende que cada vez haya más voces alertando sobre la sostenibilidad del actual modelo de financiación.

Localmente, habrá que analizar los factores culturales y sociales que dificultan la adquisición de medidas de prevención para el VIH y otras infecciones de transmisión sexual, y buscar fórmulas para aumentar la participación de servicios comunitarios y de atención primaria en prevención y asistencia. A nivel global, es importante aumentar la transversalidad de las ayudas al VIH. En América central he visto clínicas de VIH con sofás, aire condicionado y TV, mientras que a pocos metros las consultas para otras enfermedades, como la tuberculosis, no tenían ni camillas. El acceso a los ARV en algunos países ha sido y es una emergencia humanitaria, y la respuesta internacional ha demostrado que si hay voluntad política se movilizan los recursos. Pero estos nunca serán suficientes sin un compromiso para un desarrollo global más equitativo que asegure el acceso de las poblaciones más desfavorecidas a servicios educativos y sanitarios integrales y de calidad.

Para los políticos, las inversiones a largo plazo siempre son las menos fáciles; hacerlo en tiempos de crisis aún lo dificulta más. La recesión puede ser una razón, pero desgraciadamente también una excusa. El reto sigue sobre la mesa.

Jordi Casabona, Fundació Sida i Societat.