¿El siglo de los sustos?

La frase se ha atribuido a distintos personajes, todos ellos honorables socialdemócratas alemanes, que habían conocido lo que era la Unión Soviética de Stalin al haberse refugiado en ella huyendo de Hitler ya que, de haberse quedado en su país, no habrían visto el final de éste. La frase dice «quien no es comunista a los veinte años no tiene corazón. El que sigue siéndolo a los cuarenta, tampoco lo tiene». Resultado de haber visto y vivido, aunque fuera como refugiado ilustre, lo que era el comunismo puro y duro. Los socialdemócratas que sobrevivieron, que ni mucho menos fueron todos, serían los que en su congreso de Bad Godesberg en 1959, «desmarxificaron y desleninzaron» su partido, aceptando las normas de una democracia plena en derechos y deberes. Aunque cubrí desde Berlín aquel congreso, que veinte años más tarde repetiría Felipe González con el PSOE, no logré saber de quién fue la idea, siendo Erler y Wehner los más firmes candidatos, pero es posible que fuese una idea conjunta: cortar amarras de una formación izquierdista sin duda, pero dudosamente democrática.

¿El siglo de los sustos?No era la primera vez que el SPD había chocado frontalmente con sus camaradas comunistas. La revolución soviética tuvo ecos en varios países europeos, España entre ellos, sin llegar a cuajar. En Alemania, perdida la I Gran Guerra y tras verse sometidos a las humillaciones del Tratado de Versalles, los comunistas creyeron llegada la hora de su revolución, uniendo los soldados que llegaban del frente a las masas trabajadoras. Por un momento pareció que iban a triunfar, especialmente tras los socialistas la impresión de que se unían al plan. Pero lo menos que quería Ebert, el presidente, era un gobierno de soldados y obreros controlados por los comunistas y negoció con el alto mando militar el 'mantenimiento del orden'. Con lo que la revolución se convirtió en contrarrevolución, aunque hubo un periodo de luchas callejeras en las principales ciudades, que finalizaron con la victoria de quienes tenían más armas y estaban preparados para la guerra: las Fuerzas Armadas. Pero es algo que los comunistas alemanes, si queda alguno, nunca olvidarán. Tampoco los intelectuales de izquierdas. Haffner habla en sus escritos de «traición».

Me ha parecido un buen prólogo para analizar el desbarajuste que existe en la escena política actual que ha llevado a situaciones tan contradictorias como que el PSOE gobierna hoy con los comunistas, mientras el SPD alemán busca la forma de distanciarse económica y políticamente de Rusia. Algo muy profundo está cambiando, sin que sepamos realmente qué. Que el siglo XVIII fue el de las Luces, el de la Ilustración, con avances impresionantes en las ciencias y artes, para dar paso a revoluciones de todo tipo en el XIX, guerras por doquier y lucha abierta del proletariado y la burguesía, que llevaría en el XX a un nuevo equilibrio y orden mundial, si puede llamarse orden. Europa se desangra en dos grandes guerras que terminan, sobre todo la segunda, con el anterior equilibrio, y la aparición de dos superpotencias extraeuropeas, EE.UU. y Rusia, a las que, ya en el XXI, se añade una tercera, China, que como todos los tríos, es inestable. Más que de naciones, se habla de 'zonas de influencia' y equilibrio del terror, sabiendo todos que una III Guerra Mundial llevaría a la destrucción de ambos contendientes, más la de bastantes de sus satélites, a una nueva guerra fría que se extiende al Pacífico, África y Asía, ya que asegurarse las materias primas es tan importante como mantener el arsenal más moderno.

Aunque posiblemente el mayor cambio se haya dado en el terreno político-bélico-diplomático, ya que abarca los tres campos. Ha surgido la 'posverdad', una verdad tan estirada que deja de serlo. Los rusos la han puesto en marcha con su invasión de Ucrania, poniéndole el nombre de «operación especial» y se lo toman tan en serio que meten en la cárcel a quienes lo llamen guerra. Visto que les ha funcionado, al menos para consumo interior, los chinos han adoptado una variante llamando «maniobras intermitentes con fuego real» en aguas y cielo de Taiwán, aislándola de facto. Al considerar la isla parte de su territorio, actúan como si procedieran legalmente. O como actuaron los ingleses cuando, hace un par de siglos, el emperador chino les prohibió seguir vendiendo opio de la India y el Sudeste asiático: despachar unas cañoneras por los ríos chinos para que bombardearan aquellas ciudades, hasta que el emperador les autorizó a reanudar su negocio de drogas, dando la vuelta a la famosa frase de Lenin de que «el imperialismo es la forma más alta del capitalismo», sólo cambiando capitalismo por comunismo.

Es lo que está acabando con el prestigio de la izquierda, muy deteriorado desde que demostró ser incapaz de competir con la democracia no sólo en calidad de vida, sino también en derechos sociales. Es verdad que los arsenales ruso y chino almacenan tantos megatones o más que los norteamericanos, por no hablar de los europeos. Como lo es que Iberoamérica entra en una nueva fase de izquierdismo con acento peronista, ahora que Castro y el Che han perdido buena parte de su lustre. Pero hacia donde se dirigen los centro y suramericanos no es hacia Nicaragua o Venezuela, de las que también huyen, sino hacia EE.UU. Como los africanos se juegan la vida no para dirigirse a Rusia, sino hacia Europa occidental. Y si alguno se dirige a Afganistán es por ser terrorista. Donde tampoco estará seguro, como comprobó el último líder de Al Qaida.

Lo que intento decir con todo esto son dos cosas. La primera, que no debemos de tener miedo a Putin ni a quien mande en China, que ni siquiera sabemos quién es. Nuestro sistema, con todos sus defectos, es mejor que el suyo, como están demostrando a diario millones de personas, aparte de tener aherrojados a sus ciudadanos, al menos a los más inteligentes, para que no se les escapen. El hecho de que la guerra de Ucrania vaya para los seis meses y, pese a la enorme diferencia en hombres y material, los rusos no hayan conseguido sus objetivos mínimos advierte que Putin no la está ganando. Si se le añade el enorme desprestigio que ha traído al comunismo en general y a su país en particular, podría decirse que la está perdiendo, pero no lo afirmo por la sencilla razón de que estamos ante un individuo dispuesto a arriesgar una hecatombe antes de perder un pulso. Hay, sin embargo, un detalle que muestra la debilidad no solo de su régimen, sino también de su mayor baza: las Fuerzas Armadas. Los servicios de inteligencia británicos han detectado que, con el mayor sigilo, el Ministerio de Defensa ruso ofrece la amnistía a aquellos reos que se alisten en filas para combatir en Ucrania, aparte de asignárseles un sueldo. No se conoce la respuesta, pero indica que le faltan jóvenes rusos a la «operación especial» o no están dispuestos a morir por Ucrania. Pero habla aún peor de un ejército compuesto en parte por ladrones, atracadores, violadores, pederastas y todo tipo de delincuentes.

Mi segunda advertencia es desoladora. Si tras la caída del Muro el centro-derecha creyó haber ganado la batalla ideológica, el trompazo de la izquierda ha sido mucho mayor. No sólo el comunismo se ha quedado para los matones y los nostálgicos, sino que la socialdemocracia es incapaz de afrontar sus contradicciones internas. Así que, provisionalmente, vamos a llamar al XXI 'el siglo de los sustos' de los que ya llevamos unos cuantos. ¿El consuelo? Que, en este mundo, a todo se acostumbra uno. Aparte de que antes se coge a un mentiroso que a un cojo.

José María Carrascal es periodista.

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