El Siglo de Oro

En un modesto libro, publicado en Málaga en 1754, titulado «Orígenes de la poesía castellana» y cuyo autor es José Velázquez, se usó por primera vez la noción de «Siglo de Oro» y que en plena oleada neoclasicista, muy pocos años después, Manuel Lanz de Casafonda reprodujo en «Diálogos de Chindulza. Sobre el estado de la cultura española en el reinado de Fernando VII» (Edición de Aguilar Piñal, Oviedo, 1972). Surge, pues, de la opinión educativa. Fue recogido por dos ilustrados españoles, Gaspar de Jovellanos y José Cadalso, que ya discuten el tiempo en que se puede aplicar. Jovellanos estima que se refiere a la literatura española del siglo XVI y Cadalso afirma que el «oro» literario entra en decadencia en el siglo XVII.

La discusión de los intelectuales europeos hizo intervenir a pensadores alemanes como August Wilheim von Schlegel y Cecilia Böhl de Faber, que lo sitúan, desde luego, en la gran literatura española del siglo XVII. En Inglaterra, Lord Holland lo centra en Lope de Vega, como también opina Victor Hugo en Francia (1847). En España, distinguidos investigadores como Marcelino Menéndez y Pelayo emplean el término «Edad de Oro», abarcando los siglos XVI yXVII; y, entre otros, el catedrático de literatura Ángel Valbuena Prat, en su influyente «Historia de la Literatura Española», dedica el tomo III al «Siglo de Oro», cuyos límites establece entre 1580 y 1680.

Pero el término no designa sólo una categoría estética literaria. También, en profundidad, una etapa del proceso de la cultura nacional española, es decir, un conjunto categorial español en aquel momento, con dos experiencias utilizadas con la mentalidad en que se manifiesta, literariamente, la eclosión cultural con extraordinarias formas de religiosidad que fueron magistralmente estudiadas por Melquíades Andrés Martín, profesor titular de Teología de la Universidad de Extremadura. Lo estudia en la «época» en los centros de vivencia mística, la extensión numérica de escuelas teológicas, los grandes moralistas de los más importantes temas, las escuelas místicas y ascéticas y, sobre todo, las formas vitales y sociales de religiosidad. Desde el punto de vista de la revolución protestante, como ha destacado Anthony Pagden, el torbellino debido al enfrentamiento con la Iglesia dejó toda cristiandad dividida contra sí misma por la fe: hagamos mención a las guerras de religión francesas (1562-1598), la guerra civil inglesa (1642-1648) y el enfrentamiento bélico entre España y Holanda (1568-1648). En fin, la Guerra de los Treinta Años arrastró desde 1618 a todos los Estados europeos desde España hasta Suecia. El profesor de Balliol College (Oxford) Donald Henshaw Pennington lo achaca a una «extraordinaria vitalidad en la defensa de las creencias en fuerte frontericidad con las ''ideas'', en creciente frontericidad, interacción y relación funcional en tiempos históricos». Reavivación de las escuelas tomista, escotista, agustiniana y la aparición pujante durante todo el siglo XVII de la escuela jesuita.

En 1563 concluye el Concilio de Trento, a la luz de la metodología de Melchor Cano, «De Locis Theologicis». En 1577 Santa Teresa de Jesús publica «Castillo interior» y en 1577-1579 San Juan de la Cruz, «Subida al Monte Carmelo», que son las dos guías espirituales más importantes de la Iglesia y, a su luz, comienza la aplicación de cánones «de reformatione» de Trento. En 1580 comienza una nueva época en política, economía, extensión de soberanía ibérica, con la instalación de Felipe II en Lisboa, en paralelismos y convergencias inteligentemente señalados por el doctor Frigdiano Álvaro Durántez Prados, creando una ciudadanía hispánica junto con la determinación religiosa expresada brillantemente por Olegario González de Cardedal: «España es un problema moral antes que un problema político; un problema cultural más que un problema religioso; un problema de educación cívica, a la vez que un problema de transformación económica».

No es, pues, extraño que el Siglo de Oro constituya una noción nuclear con la literatura de los Reyes Católicos dependiendo de la verificación y la transformación de ideas, pero centrada en la misión americana de fe y la idea del tiempo tripartito: épico, lírico y dramático que sólo puede alcanzarse en literatura.

Mario Hernández Sánchez-Barba, Catedrático de Historia de América. Universidad Francisco de Vitoria.

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