El silencio de la milicia

Alguien dijo que como mejor puede estar un militar retirado es en silencio. Sin duda, esta afirmación casa bien con toda una época en que los militares nunca dejaban de estar sujetos al código de justicia militar y cuando la asonada era una forma periódica, si no usual, con la que el militar se hacía oír. Así, gran parte del siglo XIX y otra mucha del XX estuvo marcada por esos comportamientos militares, aquí y allá, unas veces porque el sistema político distaba mucho de una democracia y otros porque ni tan siquiera la propia sociedad creyera vivir en ella.

Por el contrario, cuando una sociedad asume la democracia como forma real de gobierno, mas allá de la denominación de democráticas con la que algunas repúblicas dictatoriales quisieron vender su imagen, los militares pasan a guardar un respetuoso silencio con las decisiones políticas porque es la manera de entregar parte de su libertad personal, la que tiene que ver con la expresión pública de sus ideas, para que la sociedad sea libre. Aunque resulte una paradoja, las más sólidas democracias tienen códigos de conducta más rigurosos en las Fuerzas Armadas y, en sentido contrario, las más débiles son menos respetuosas con los principios de jerarquía y disciplina. Nada que decir tiene que donde la libertad escasea en la sociedad, la disciplina también es poca en la milicia. Y llevado al extremo, allí donde es inexistente, como lo es en los regímenes comunistas, se impone el comisariado político para mantener el orden militar.

Pero si el silencio de los militares es una condición sine qua non para toda democracia, el silencio de la milicia, como institución y no como un poder público, es preocupante porque interrumpe el imprescindible diálogo entre la política y la milicia que hace posible que las directrices políticas se conviertan en órdenes militares y las posibilidades de actuación de las unidades militares en opciones políticas. A fin de cuentas, esa comunicación entre política y milicia es la que proporciona el control civil de lo militar porque, por un lado asegura al gobierno que tiene un instrumento para servir y proteger a la nación tal y como lo necesita y, por el otro, aleja la posibilidad de que la institución militar se aísle de la sociedad a la que sirve y cree un universo paralelo al margen de ella.

La falta de conexión entre la política y la milicia puede estar presente en el día a día sin que la opinión pública tenga conciencia de ello, pero tiene sus consecuencias más indeseables por súbitas e inesperadas cuando, al margen de las operaciones frente el enemigo, se produce la pérdida de vidas humanas en accidentes militares. Este suele ser el detonante militar de una crisis política que pone al descubierto de la opinión pública la falta de comunicación entre quienes tienen la responsabilidad de dirigir y sustentar a las fuerzas armadas y quienes tienen que actuar y apoyar las decisiones políticas con la fuerza. Un silencio que se convierte en una desconexión institucional que se produce unas veces porque, en ambos sentidos, unos no dicen lo que quieren y otros no escuchan lo que no quieren oír.

El caso del submarino de la Armada de la República Argentina San Juan que en estos días tratan los medios de comunicación es uno de esos casos que ponen de manifiesto frente a la opinión pública, no solamente argentina, los vacíos de comunicación entre las autoridades políticas y militares que finalmente se llenan con hipótesis de mil y un indocumentados, no con hechos descritos por profesionales, que alimentan un sin número de piadosas mentiras hacia las familias que, con el paso del tiempo, pierden paulatinamente su carácter balsámico para quedarse exclusivamente como falsedades. Si nada se sabe, eso es lo que se debe contar. Las familias de los militares, como ellos mismos, saben muy bien que es el silencio cuando se desconoce lo que se tiene por delante.

Si en activo pude resumir la profesión militar como cumplir lo que se me manda y cuidar de la gente a mis órdenes, lo que estos días oí: un pavoroso silencio institucional previo a la desaparición del submarino y un atronador ruido de fondo posterior; me hizo pensar en mis camaradas de la Armada de la República Argentina que hoy guardan silencio como el bien que cada uno de ellos entrega libremente a la sociedad a la que sirve y que merece, cuanto menos, que nunca se produzca un vacío entre la política y la milicia que deje a la intemperie a quienes ellos, además de a su patria, más quieren.

Javier Pery Paredes, Almirante (R)

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