El silencio se vuelve cómplice de la violencia contra las mujeres

Te quedarías sólo mirando y sin hacer nada, ni siquiera una llamada a los bomberos, si vieras que la casa de tu vecino se está quemando y derrumbando? La respuesta es evidente: por supuesto que no. En cambio, ¿cuántos gritos y lágrimas debes oír tras las paredes, antes de decidirte a actuar, a interferir, en lo que tradicionalmente se ha querido relegar a simples -y ajenos- problemas domésticos?

Demasiadas veces, ante la constatación de que cerca, muy cerca de nosotros, hay quien está sufriendo malos tratos, nuestra única reacción es el silencio y la inacción, pese a que somos conscientes de que la seguridad y la integridad de tantas mujeres está en riesgo o en inminente peligro de muerte. La violencia machista todavía se percibe, mayoritariamente, como un asunto de la esfera privada, a pesar de que, hoy en día, es ya una de las grandes lacras para todas las sociedades. Porque cuando una mujer es asaltada, violada, amenazada, insultada, golpeada o asesinada, es todo el cuerpo social el que es maltratado y herido. Este tipo de delitos, que no cesan de aumentar cada año en todo el mundo y en sus diversas expresiones, afectan a todas las personas e instituciones, y desde todos los ámbitos deben surgir las nuevas actitudes que permitan un cambio en la manera de enfrentar este problema de forma colectiva.

A escala global, diferentes agencias de Naciones Unidas han denunciado desde numerosos foros internacionales que una de cada tres mujeres sufrirá algún tipo de violencia en algún momento de su vida, desde los 16 hasta los 44 años. Por poner ejemplos cercanos, en el Viejo continente -y según datos del Consejo de Europa-, entre un quinto y un cuarto de las mujeres ha experimentado algún tipo de violencia física en el transcurso de su vida y una de cada 10 ha sufrido una agresión sexual. En la mayoría de los casos, víctimas de hombres de su entorno social y, demasiado a menudo, de sus propios maridos o ex compañeros.

En Italia, la relación es de una mujer por cada cinco, y en el transcurso del último año, han sufrido violencia física o sexual un 1.150.000 de mujeres. La edad de las afectadas va desde los 16 hasta los 70 años. Lo más terrible de esta recién aparecida estadística en Roma es que la casi totalidad de los casos de violencia no se denuncia. Este silencio es del 93% en las parejas fijas o que viven bajo el mismo techo y se acerca al 96% en otro tipo de relaciones o parentesco. La estadística no señala cuántas mujeres resultaron muertas en ese mismo periodo, porque analiza otras variantes.

En España, cabe resaltar otro tipo de datos. El Observatorio Estatal de Violencia sobre la Mujer -en las conclusiones de un análisis de 147 sentencias enjuiciadas desde 2001 a 2005 de homicidios o asesinatos de pareja o ex pareja- señala que «la relación afectiva se mantenía en el 74,43% y el domicilio común o de la víctima es el escenario en el 79,31% de los casos». A este respecto, el Informe de 2006 del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), indica que el año pasado «han muerto 91 personas por violencia doméstica y de género: 77 mujeres (84%) y, de ellas, 62 mujeres en ámbito de pareja o ex pareja, de las que el 69,4% mantenía la situación de convivencia».

Lo más preocupante de las conclusiones que extrae este nuevo organismo español es que, a pesar de que un 96,59% las sentencias analizadas fueron condenatorias, este Observatorio estatal de la Violencia apunta la necesidad de promover reformas legislativas por dos razones: primera, porque en pocos casos se imponen penas accesorias (como inhabilitación de la potestad sobre hijos/hijas o privación de residir en determinados lugares, entre otras); y segunda, porque son significativas las circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal (alteración psíquica o consumo de alcohol o drogas, entre otras). Lo que destruye, por otro lado, el mito de que los homicidios y asesinatos contra las mujeres se producen porque el autor está loco o bajo la influencia de todo tipo de excitantes.

Los países nórdicos, modélicos en algunos aspectos sociales o de paridad, tampoco escapan a estas terribles estadísticas. En Finlandia, por ejemplo, una de cada cinco mujeres es afectada por cualquier tipo de violencia y entre 25 ó 30 mujeres pierden la vida cada año en manos de sus parejas o ex compañeros. Helsinki ha impulsado también, como España, la cooperación entre sus distintos ministerios y la coordinación al más alto nivel. Y, a tenor de la creciente preocupación en este sentido, la ex ministra finlandesa de Defensa, Elizabeth Rehn, propuso el pasado mes de octubre en el Consejo de Seguridad de la ONU que se excluyera la impunidad de todo tipo de crímenes de guerra, contra la Humanidad y por genocidio, pero también, y especialmente, de los crímenes de género o basados en la violencia explícita contra las mujeres.

En respuesta a la constante y severa violación de estos derechos humanos en todo el mundo, muchos gobiernos ya han formulado estrategias y han trazado políticas o leyes que intentan ofrecer un apoyo más real, desde el primer momento en que la agresión se hace evidente o se ejerce una denuncia. Eso incluye desde teléfonos de asistencia, a centros de acogida o al reconocimiento de derechos y servicios sociales inmediatos, además del fortalecimiento del marco jurídico.

Ningún país ha conseguido, no obstante, eliminar o reducir significativamente cualquiera de las formas de violencia, ya sea física, psicológica, sexual o económica contra las mujeres, porque las actitudes que las permiten se originan en las mentes de las personas. Forman parte de las costumbres adquiridas y brotan, como si fueran naturales, desde los imaginarios inculcados desde la más tierna infancia. Por tanto, hombres y mujeres somos parte del problema y todos debemos ser parte de la solución para desvelar y desmontar esa gama de roles, diferenciados y jerarquizados en función del sexo, según sea masculino o femenino.

Ejercer incidencia en el sistema educativo y también en las campañas en los medios de comunicación y publicitarios pueden ser los mejores antídotos para cambiar esos estereotipos y percepciones desde la niñez, que fluyen y se reproducen desde todos los ámbitos de la sociedad. Así se ha visto, hace escasos días, con el anuncio de una reconocida firma internacional de ropa, donde un hombre con el torso desnudo sujetaba por las muñecas y en el suelo a una mujer, en presencia de otros cuatro varones. El Instituto de la Mujer del Gobierno español solicitó su inmediata retirada por considerar que incitaba a la violencia o podía interpretarse como una sugerencia a la violación. La ministra italiana de los Derechos e Igualdad de Oportunidades, Bárbara Pollastrini, se pronunció pocos días después en el mismo sentido y por la retirada inmediata de esa publicidad.

Desde el Instituto Internacional de Investigaciones y Capacitación de las Naciones Unidas para la Promoción de la Mujer (UN-INSTRAW, por sus siglas en inglés), respaldamos estas decisiones y compartimos -tanto con ese Instituto de la Mujer en España, como con la ministra de la Igualdad en Italia- que este tipo de imágenes refuerzan comportamientos que hoy día ya son delito. Al tiempo que atentan contra los derechos de las mujeres, pues las imágenes denigrantes no favorecen en nada la plena igualdad con los hombres. Precisamente, porque la violencia contra las mujeres está profundamente enraizada en las desigualdades de género, las actitudes sexistas y machistas son las primeras que deben enfrentarse. Y éstas ya sabemos que surgen de la propia construcción mental.

Por tanto, como publicistas, debemos ya cuestionar estos estereotipos que asignan roles y valores distintos a hombres y mujeres y eliminar todo sexismo aunque esté disfrazado de diseño. Como enseñantes, o como padres y madres, podemos también cambiar la manera en que nuestros menores se relacionen entre ellos en igualdad de derechos. Y como integrantes de los medios de comunicación, podemos informar de la gestión no violenta para resolver todo tipo de conflictos.

Este año, Acabar con la impunidad de la violencia contra las mujeres y las niñas ha sido el lema escogido por la ONU para conmemorar el Día Internacional de la Mujer del 8 de marzo. La investigación internacional demuestra que no castigando a los agresores de esta clase de delitos la violencia contra las mujeres puede sentirse como más aceptable. Ninguna mediación puede sustituir a los procedimientos legales y ningún crimen debe quedar impune.

La eliminación de la violencia contra las mujeres es de nuestra total incumbencia: la tuya, la mía, la de todas y todos. En todos los rincones del mundo, a menos que las mujeres y los hombres no violentos sumen sus esfuerzos para rechazar cualquier acto de violencia, ninguna mujer estará segura en su trabajo, en la calle y, especialmente, en su casa.

Carmen Moreno, directora del Instituto Internacional de Investigaciones y Capacitación de las Naciones Unidas para la Promoción de la Mujer.