El síndrome de Simón

El Mundo se ha psicologizado. Los psiquiatras nos hemos convertido en los médicos de cabecera. Recuerdo cuando yo tenía 12 o 13 años, que en el colegio me decían mis compañeros: «Tu padre es el doctor de los locos, qué terrible. ¿Cómo ha podido escoger esa especialidad?». Yo entonces no entendía nada y pensaba que los estudios que había elegido mi padre eran demasiado duros. En la actualidad, los psiquiatras hemos pasado de ser los doctores de los locos, de los nervios, de los que están mal de la cabeza, a ser los de la conducta, auténticos médicos de cabecera. En esa trayectoria se resume lo que ha ocurrido con la psiquiatría en los últimos 30 o 40 años en el mundo occidental.

Al mismo tiempo, estamos descubriendo enfermedades o trastornos psicológicos nuevos que no existían hace unos años. Citaré tres como ejemplo: la anorexia / bulimia, que es la obsesión por no engordar, sufrida como una tiranía contra la comida, siempre cerca de la báscula. Otro nuevo mal es el pánico de los profesores a dar clase en los colegios públicos: al haberse derrumbado el concepto de autoridad, por un lado, y al venir los alumnos asilvestrados de sus casas, el profesor tiene auténtico terror a dar clase ante la posibilidad de ser agredido física o, lo que es peor, psicológicamente. En tercer lugar quiero exponer el caso del síndrome de Simón, que también es relativamente reciente y que voy a tratar de definirlo de entrada y de especificarlo con detalle, de salida.

Se trata de un hombre, de 28 a 38 años aproximadamente, soltero o separado que pasa por soltero; inmaduro desde el punto de vista sentimental -solo quiere pasar un rato con las mujeres, en plural- divertirse y jugar como un donjuán que sale y entra. Pero no busca una mujer, sino que se busca sí mismo. Está obsesionado con el éxito -quiere triunfar, alcanzar una cota profesional alta y es capaz de sacrificarlo casi todo por esta subida de peldaños en su trabajo-. Y es finalmente un gran narcisista que se mira continuamente en el espejo. Se divide en cuatro modalidades de conducta.

1.-) Soltero. Para muchos la soltería es como un solar en el centro de una gran ciudad, que siempre puede venderse y que, a medida que pase el tiempo, se revaloriza. Tengo que hacer una crítica sobre este concepto: sólo quien es realmente libre es capaz de comprometerse. Perder la soltería por un amor fuerte, sólido, atrayente, sugestivo, indica vida, fuerza y capacidad de arriesgarse. Muchos de estos jóvenes parapetados detrás de ese estatus se exhiben frente a las chicas buscando mostrarse, desfilar por la pasarela de los que «están libres» y después que puje la que más fuerza tenga para llevarse el trofeo.

2.-) Inmaduro. Los sentimientos son estados de ánimo, positivos o negativos, que nos conducen a acercarnos o a alejarnos del objeto que aparece delante de nosotros. Son la vía regia de la afectividad, el camino trillado más frecuente. Voltaire era racionalista y Rousseau, sentimental. Leibniz decía que tout sentiment est la perception confuse de une verite, es decir, que todo sentimiento consiste en la percepción confusa de la verdad.

El sentimiento es la forma habitual y ordinaria de vivir los afectos. Son bloques informativos que nos orientan en la vida. Son una vía de conocimiento y un termómetro de nuestra vida privada. Son como un ordenador que evalúa y nos da la cuenta de resultados de nuestra vida y milagros, de nuestra afectividad. El principal sentimiento es el amor, que se abre en abanico, repleto de matices: amar, desear, querer, sentirse atraído, buscar, tener en la cabeza, necesitar, estar todo el día pensando en alguien… El análisis esta lleno de dificultades.

Tener madurez sentimental significa ser capaz de estar abierto a dar y recibir amor, a la posibilidad de descubrir otra persona a la que entregarle los papeles del tesoro escondido, dándose por entero a ella y elaborar un proyecto común. Enamorarse es crear una mitología privada con alguien. Hay dos notas esenciales: tener admiración y sentir una fuerte atracción. Es decirle a alguien: «No entiendo mi vida sin tí, eres parte fundamental de mi proyecto».

En el síndrome de Simón nos encontramos con una persona que puede tener una adecuada madurez profesional -ama su trabajo, lo cuida, lo cultiva-, pero que no tiene madurez afectiva: no sabe qué es el mundo sentimental, ni expresar sentimientos, ni que el amor es un trabajo de artesanía psicológica, desconoce que los sentimientos hay que trabajarlos con dedicación y esmero, porque si no se volatilizan. El inmaduro no sabe dar ni recibir amor y sobre todo no sabe cómo mantenerlo.

En estas características del paciente Simón asoma, emerge, salta y se levanta huracanado otro cuadro clínico que se desgaja de este y que remata la faena del siguiente modo: commiment panic syndrom, el síndrome del pánico a comprometerse con otra persona. Me decía un joven de 35 años que lleva saliendo dos años con una chica, de su mismo nivel sociocultural, que ella le había propuesto casarse después de esos dos años de andadura y él respondió: «He tenido ansiedad, pellizco gástrico, dificultad respiratoria, pellizco en la tripa y un gran miedo, porque yo creo que no estoy preparado y que lo que quiero es seguir por el momento así, hasta que pase el tiempo. No me veo en condiciones adecuadas para dar un paso tan serio».

Se han multiplicado los hombres que se adscriben a este terror al compromiso con otra persona. La sociedad actual ha ido fabricando cada vez más hombres inmaduros -que no mujeres-, que viven centrados en sus trabajos, en sus amigos, salir y entrar, algo de cultura y pasarlo bien. Son los tiempos que corren. La mujer sabe mucho más de los sentimientos que el hombre y quiere buscar un amor verdadero, auténtico, para siempre, pero se ha producido en los últimos tiempos lo que yo llamaría una cierta socialización de la inmadurez sentimental en el hombre, divertida y escandalosa, juguetona y dramática, banal y kafkiana. Esto es lo que hay.

3.-) Obsesionado con el éxito: La prioridad de esa persona es fundamentalmente encontrar una posición económica adecuada. Y sacrificarlo todo por ese objetivo. Hago una enmienda a la totalidad: es evidente que es importante trabajar el proyecto profesional, pero que ése sea el único elemento fundamental parece pobre, flaco, poco consistente. La parte tomada por el todo.

Hay otro factor escondido tras esta obsesión, que es el culto al cuerpo. Es algo que provoca en muchos casos una cierta fobia al tipo corporal propio e incluso a las partes faciales -a esto se le llama clínicamente dismorfofobia-. Esto lo saben bien los médicos de cirugía estética, pues buscan una intervención quirúrgica que palie esa impresión subjetiva.

4.-) Narcisista: el narciso es una planta exótica con hojas largas, estrechas y puntiagudas que crece en la cercanía de los lagos y se inclina como si se mirara en el espejo que el agua le ofrece. Plotino hablo del mito del narciso: cuidar tanto la fachada, la portada o la apariencia lleva a producir una idolatría de lo exterior.

Narcisista es el que tiene un amor y una preocupación desordenado hacia si mismo, y que vive en, por, si, sobre, tras la cima de una autoestima cada vez mas grande. El narcisista gira permanentemente sobre sí mismo, siempre preocupado por causar una buena impresión a la gente que le rodea y además reclamando elogios, admiración y reconocimiento. El patrón de conducta se vertebra en torno a la necesidad de reconocimiento por parte de la gente de su entorno.

DE ESTA secuencia descriptiva asoma el complejo de superioridad. Es un sentimiento que hace que ese sujeto se vea muy por encima de los que le rodean, hay una seguridad y una arrogancia enormes. El narcisista es vanidoso y sus afirmaciones pretenden siempre imponerse al resto. Se trata de una persona muy pagada de sí misma que necesita cada vez más elogios y todo le parece poco en ese sentido, pretenciosa, creída y petulante. Y cuando se le pregunta su opinión por alguien tiende a la descalificación inmediata y rotunda del otro. Los narcisistas suelen ser tipos hipermimados y superprotegidos. Están muy acostumbrados a recibirlo todo de palabra y de hecho, a no ser corregidos ni criticados por sus progenitores.

¿Qué criterios se siguen para diagnosticar a un narcisista? Representan un patrón general de grandiosidad, necesidad de admiración, sufren falta de empatía con los demás, fantasías de éxitos ilimitados y son fátuos y engreídos. Siempre esperan recibir un trato de favor especial y si este no se da, decae su interés por esas personas.

Esta tetralogía -soltero, inmaduro, obsesivo y narcisista-, constituye una sinfonía de instrumentos desafinados, un tipo de hombre que ha construido su personalidad con unos materiales de poca solidez, pero que de lejos brilla, suena, asoma e interesa, aunque de cerca sea una modalidad nueva del hombre light, una versión de los albores del siglo XXI.

Lo psiquiatras somos perforadores de superficies, nos metemos debajo de la conducta para descubrir qué se esconde tras ella y desenmascarar a la persona para captarla en su realidad. Y en la otra cara de la moneda está la mujer soltera, sana y normal, que quiere encontrar un hombre adecuado, con el que compartir su vida, un amor para siempre, sin fecha de caducidad.

Veo cada vez más a muchas mujeres desencantadas ante este tipo de hombre, que me dicen lo siguiente: «Yo busco un tío que venga con los deberes hechos, no quiero un adolescente que tenga que educar como si fuera su madre». Este síndrome fue descrito por un médico americano, Mark Gorney, cirujano práctico.

Todos tenemos tres caras: lo que yo pienso que soy (autoconcepto), lo que otros piensan de mi (imagen) y lo que realmente soy (la verdad sobre mi mismo).

Enrique Rojas, catedrático de Psiquiatría. Desarrolla su actividad docente en el Centro Universitario Villanueva de Madrid, adscrito a la Universidad Complutense.