El síndrome del arquero

De joven leía siempre con mucho provecho, y bastante regocijo, los artículos que Fernando Lázaro Carreter publicaba en esta misma Tercera página, bajo el título serial de El dardo en la palabra. En ellos el eximio académico denunciaba, siempre con humor, el incorrecto uso de nuestra lengua y, muy especialmente, la introducción de neologismos, aunque en alguna ocasión un ilustre director de cine que hoy, felizmente, se sienta en la Academia le reprochó «excesiva ironía y distanciamiento». Una vez tuve la osadía de discrepar de un dardo, el publicado el 17 de octubre de 1987 bajo el título «De parámetros y directivas», en el que el docto maestro denunciaba (como traducción «a mocosuena») el uso del término directiva para designar un tipo de norma jurídica europea. Este periódico acogió mi discrepancia en una tribuna titulada «Directiva, por favor» (ABC 6-11-87). Rechazó también el mismo dardo, defendiendo el uso de parámetro, el catedrático de Lógica Manuel Garrido, con mucha más autoridad que yo (ABC 13-11-87).

El síndrome del arqueroMi argumento, que no convenció a don Fernando –según me manifestó en carta manuscrita– puede resumirse así: directiva era un término necesario, no como sinónimo de directriz sino para designar un tipo concreto de norma emanada de las Comunidades Europeas, a las que acabábamos de incorporarnos. Tres años más tarde, el también académico Emilio Lorenzo, catedrático de Lingüística Germánica, en esta misma Tercera página (26-6-90), recordaba la polémica, afirmaba que el término «parece inevitable» y sentenciaba: «Los juristas tendrán la última palabra».

Pasaron pocos años, el término se asentó sin dificultad entre los juristas y comenzó a ser utilizado por todo el mundo, como lo es hoy, exclusivamente para designar lo que pretendíamos sus introductores: un tipo de norma de la Unión Europea. En el DRAE de 1992 aparece directiva con una cuarta acepción muy cercana a la que pretendíamos, que se repite en el de 2001. En la edición de 2014 figura ya con su definición exacta. Directriz, por su parte, sigue gozando de buena salud, incluso en los textos jurídicos de la UE, para designar simples instrucciones.

Pasaron más años, y yo me sorprendí a mí mismo corrigiendo en los escritos de mis colaboradores términos tales como operativo, prefiriendo yo operación; comparativa, prefiriendo comparación; centralidad, prefiriendo centro; dirigencia, prefiriendo dirección… Imaginen ustedes el resto de «archisílabos» (Aurelio Arteta dixit), junto a la voz más corta, de significado idéntico o similar: intensivamente/intensamente, tensionar/tensar, marginalizar/marginar, equitatividad/equidad...

La lectura de una muy cabal y tolerante Tercera del académico Pedro Álvarez de Miranda, titulada significativamente «El que tiene boca se equivoca» (11-5-16), me condujo a su reciente libro «Más que palabras», recopilación de sus rigurosos, a la par que comprensivos, artículos sobre el uso de nuestra lengua. Lo leí con atención, aprendí mucho, disfruté no poco, y terminé haciendo mi autodiagnóstico: padecía el «síndrome del arquero». Lo llamo así porque, aunque el dardo se tire con la mano, este fue el retrato de Lázaro Carreter que hizo Manuel Garrido en el artículo antes citado. (Salvadas sean, en mi caso, las abismales distancias que también salvó un médico, hace años, para diagnosticarme «codo de tenista», siendo yo un modestísimo y ocasional practicante de ese deporte).

Rehúyo, como todo el mundo, el calificativo de purista –«nadie es [quiere ser considerado] purista», afirma, con razón, Álvarez de Miranda– pero reconozco, como queda expuesto, que he padecido inequívocos síntomas de alarmismo y de misoneísmo, parientes del purismo, según el mismo autor. Lo digo con algo de sonrojo porque he comprobado recientemente que algunos de los términos que yo corregía a mis colaboradores figuran –y muchos, al menos, desde 2001– en el Diccionario de la Lengua Española. (La misma sorpresa se llevó en 1987 Lázaro Carreter con la tercera acepción de directiva, según propia confesión). Así ocurre con operativo («organización para acometer una acción»), comparativa («estudio comparativo»), dirigencia («conjunto de dirigentes políticos, gremiales, etc.»), intensivamente («intensamente»), tensionar («tensar»), centralidad («condición de central») y algunos más. No encuentro, en cambio, y me tranquiliza, equitatividad ni marginalizar. Soy tan modesto arquero como tenista, pero pienso que formar un sustantivo a partir de un adjetivo (equitativo) que se deriva de otro sustantivo (equidad), no es el mejor modo de crear palabras, por necesarias que sean, necesidad que en este caso, además, no parece acreditada.

Tras la lectura de Álvarez de Miranda, vuelvo a mi abierta actitud juvenil y asumo, con disculpas a mis colaboradores por alguna corrección indebida, que la aversión a lo nuevo (misoneísmo) no debe llevarnos al rechazo de los neologismos, sobre todo de los necesarios para representar una nueva noción, o para añadir un matiz a otra voz ya existente. El ejemplo que se me ocurre (y que nadie discute) es el término normativa, que es perfecto para referirse a un conjunto de normas aplicables a una materia, diferenciándolo de las normas aisladas.

No vale todo, como dice el mismo autor. Y no vale, desde luego, inventar palabras cada vez más largas para epatar (sí, en el DRAE desde 2001) al auditorio o aparentar conocimientos superiores a los de las personas que nos leen. El alargamiento de las palabras castellanas, además, resta a nuestro idioma, especialmente en las redes sociales, competitividad con respecto al inglés, que tiene una extraordinaria capacidad para crear verbos a partir de un sustantivo, sin añadir una sola letra, y viceversa: house es casa, y to house es alojar.

Ruego a Manuel Seco que, por este atrevimiento, no me incluya en «la pléyade de lingüistas de fabricación casera», pues las inofensivas y escasas flechas de mi carcaj solo atienden a mis aspiraciones de hablista, sin otras pretensiones. Pero, al escribir y al hablar, tirios y troyanos tengamos presente el famoso consejo que, ante don Quijote, dio maese Pedro al narrador de las historias de su retablo: «Llaneza, muchacho; no te encumbres, que toda afectación es mala».

Santiago Martínez Lage, académico correspondiente de la Real de Jurisprudencia y Legislación.

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