El sistema financiero global tiene las defensas bajas

Un mes de mayo, pero hace ochenta y cinco años, se produjo el derrumbe del que era por entonces el mayor banco austríaco, Credit-Anstalt. Ese mismo año, llegado julio, bancos de Alemania, Egipto, Hungría, Letonia, Polonia, Rumania y Turquía habían experimentado corridas. En agosto se desató un pánico bancario en Estados Unidos (aunque es posible que se originara por causas internas). En septiembre, bancos del Reino Unido enfrentaron grandes retiradas de dinero. Los paralelismos con el derrumbe del banco de inversiones estadounidense Lehman Brothers en 2008 son claros, y cruciales para comprender los riesgos a los que hoy está expuesto el sistema financiero.

Para empezar, ni el colapso de Credit-Anstalt ni el de Lehman Brothers fueron causa de todo el caos financiero global que siguió. Tanto la caída de los bancos como los problemas posteriores fueron síntomas de una misma enfermedad: un sistema bancario débil.

En la Austria de 1931, el problema se originó en la disolución del Imperio Austrohúngaro tras la Primera Guerra Mundial, la hiperinflación de principios de los años veinte y la excesiva exposición de los bancos al sector industrial. Cuando Credit-Anstalt se derrumbó, el mundo llevaba dos años de recesión profunda, los sistemas bancarios de varios países se habían vuelto frágiles y las tensiones se transmitían fácilmente a través de las fronteras nacionales, mientras el patrón oro agravaba la vulnerabilidad financiera al limitar la capacidad de acción de los bancos centrales.

En 2008, todo el sistema financiero también estaba excesivamente expuesto por una combinación de deficiente gestión interna de riesgos y falta de regulación y supervisión estatal adecuadas. Lehman Brothers no fue sino el eslabón más débil en una larga cadena de empresas financieras frágiles.

¿Podría suceder hoy una crisis como las iniciadas por las caídas de Credit-Anstalt y Lehman Brothers? A primera vista, uno diría que no. Al fin y al cabo, la economía global y el sistema financiero parecen estar recuperándose; la toma de riesgos en el sector privado se redujo; y se han encarado grandes (aunque gravosas) mejoras regulatorias. En conjunto, todos estos hechos apuntan a un sistema financiero estable.

El problema con este razonamiento es que las crisis financieras tienden a revelar líneas de falla antes invisibles. El sector financiero maneja los riesgos que reconoce, no necesariamente todos los que corre. Y no hay que confiar demasiado en el poder de prevención de crisis del nuevo entorno regulatorio, que es como una autopista nueva: técnicamente es más segura que un camino vecinal, pero también atrae más autos que andan mucho más rápido, así que sigue habiendo accidentes.

Si no podemos descartar que suceda una crisis nueva, ¿cómo estamos de preparados para enfrentarla? La respuesta corta es: no muy bien.

Lo cierto es que si hoy se produjera una crisis financiera, sus consecuencias para la economía real podrían ser incluso peores que en el pasado. Es verdad que como ahora los bancos centrales reconocen que sus responsabilidades no se agotan en estabilizar los precios, sino que también incluyen prevenir y gestionar tensiones financieras, sin duda responderían velozmente a cualquier perturbación con una batería de operaciones de mercado. Pero de producirse una crisis, las herramientas con que cuentan los bancos centrales para prevenir una deflación y el derrumbe de la economía real son insuficientes, especialmente hoy.

A principios del siglo XX, los bancos centrales podían devaluar todos juntos sus monedas respecto del oro, para así aumentar el nivel de precios y evitar una deflación de deudas. Es exactamente lo que hicieron nueve países (entre ellos el Reino Unido) en 1931; y otros ocho países (entre ellos Estados Unidos) en el transcurso de los cinco años siguientes. Pero hoy, la devaluación es un juego de suma cero.

Sin la opción de devaluar todos juntos, los bancos centrales respondieron a la crisis de 2008 con recortes de tasas (de alcance, magnitud y velocidad inéditos) y compras masivas de títulos a largo plazo (“flexibilización cuantitativa” o FC). Estas medidas fueron eficaces. Pero las tasas siguen en valores extremadamente bajos (incluso negativos en algunos países), y la FC ya se llevó casi hasta el límite, a la par que se desvanece el apoyo público a la política. De modo que la capacidad de estas herramientas para proteger a una economía de nuevas perturbaciones está seriamente limitada. Y aunque la estrategia de los bancos centrales de dar indicios de sus medidas futuras ayudó, tampoco es probable que sirva de protección efectiva contra una nueva perturbación.

Nada de lo dicho debe interpretarse como anuncio de otra crisis financiera global inminente. Por el contrario, las economías de todo el mundo están recuperándose del desastre de 2008, y la suba de tasas de la Reserva Federal de los Estados Unidos el pasado diciembre es señal de que el ciclo global de los tipos de interés está entrando en una nueva fase. Es buena noticia.

Pero no se puede descartar el peligro de que haya otra crisis financiera. Al contrario, hay que tomárselo muy en serio, porque la capacidad de los bancos centrales para enfrentar perturbaciones financieras seguirá muy limitada por varios años más. Hoy es demasiado arriesgado pecar de exceso de confianza.

Stefan Gerlach is Chief Economist at BSI Bank in Zurich and Former Deputy Governor of the Central Bank of Ireland. He has also served as Executive Director and Chief Economist of the Hong Kong Monetary Authority and as Secretary to the Committee on the Global Financial System at the BIS. Traducción: Esteban Flamini.

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