El sobrecoste de no reformar

El empeño por retrasar sine die las reformas que se vienen exigiendo para salir más rápido de esta crisis y, desde luego, intentar evitar al menos una década de apatía económica, también tienen su sobrecoste. La reforma laboral, la de las pensiones, la financiera, la del mercado inmobiliario, la educativa, la sanitaria y la de la función pública, entre otras, se venían reclamando desde hace tiempo. Alguna desde antes de iniciar la crisis. Emprenderlas a tiempo hubiese limitado sus efectos. Por ejemplo, si se hubiese diseñado y aplicado una reforma laboral seria en el pasado reciente, no se habría destruido tanto empleo, otros mecanismos de ajuste hubieran funcionado y, seguramente no nos encontraríamos con una tasa de paro del 20%.

Esta semana se nos ha ofrecido una nueva oportunidad, un plan que puede funcionar si se acometen las reformas necesarias y el ajuste fiscal para recuperar la estabilidad presupuestaria en el medio plazo. A cambio, hemos recibido una nueva lección sobre los efectos de no reformar bien y a su debido tiempo. El ajuste fiscal que hoy tenemos que emprender hubiese sido probablemente más moderado si nuestros socios hubiesen tenido más confianza en nuestra capacidad para cambiar nuestro modelo productivo agotado y hacer frente a tan elevada tasa de paro.

No es que no tengan confianza como tal en nuestra economía, sino en que se den los pasos precisos para que cambiemos de rumbo. No es que crean que no existan soluciones, sino que nuestra economía está enferma, que nos estamos empeñando en no darle el remedio adecuado y que tanta resistencia a las reformas las conviertan en placebos o incluso recetas equivocadas.

Lo que pagamos hoy con el recorte fiscal es en gran parte culpa de no haber actuado antes. Éste es un nuevo sobrecoste de no reformar. Ya sólo quedaba por recortar los salarios de los empleados públicos y congelar las pensiones. Habrá una caída de la demanda, nuevos colectivos también tendrán que reajustar sus planes de consumo. Además, se procede a un recorte salarial en un sector con problemas claros de productividad, que tampoco se ha reformado a su tiempo, en el que sólo funciona la zanahoria (el aumento salarial), dado que el palo (el despido) no es posible. Bien, todos nos tenemos que sacrificar. Pero a cambio de qué se pueden preguntar los empleados públicos. Porque si no se emprenden reformas, nos pedirán aún más recortes, y peor, nos echarán del club.

El sobrecoste de no reformar también se podrá evaluar pronto en el aumento galopante del paro de larga duración, que ya alcanza el 40% del total de desempleados. No hay previsto que se emprendan reformas del diseño de las prestaciones por desempleo y no habrá recursos para aumentar las políticas activas, en especial las relativas a los Servicios Públicos de empleo, que permitan la reactivación, o al menos limiten la depreciación del capital humano de nuestros parados. Qué decir del coste de una no reforma de la pensiones para las próximas generaciones, o del sistema de sanidad que también se enfrenta al envejecimiento galopante.

Finalmente, también se habrá de considerar el sobrecoste del conflicto social que se avecina. El poder de convocatoria sindical seguro que no ha sido tan grande como lo será en los próximos meses. Se mezclarán las protestas por el recorte salarial de los empleados públicos con aquellas relacionadas con las reformas. Otro coste que nos hubiésemos ahorrado si se hubieran emprendido las reformas a tiempo. Pero sigamos teniendo esperanza, habrá reformas, el sobrecoste aún puede ser mayor.

Florentino Felgueroso, profesor titular de la Universidad de Oviedo y director de Cátedra en Fedea.