El socialismo en los tiempos de Le Pen

 La Libertad guiando al pueblo, Eugène Delacroix, 1830.
La Libertad guiando al pueblo, Eugène Delacroix, 1830.

Rien n’est écrit” (nada está escrito). Así se expresaba Manuel Valls, exprimer ministro de Francia en Evry, su feudo del París metropolitano que gobernó más de 11 años. Se abría el telón de su campaña al Elíseo en 2017, después de que el presidente, François Hollande, rechazara presentarse a la reelección, una decisión sin precedentes en la V República.

La tarea que se le viene encima al barcelonés de nacimiento es colosal. A saber: plantar cara al muy conservador Fillon, y a una Marine Le Pen cuya voz amplifican los recientes avatares que han sacudido la arena política occidental: el brexit y la elección de Donald Trump. Lo enfatizaba con convicción Valls: “Sí, soy candidato a la presidencia de la República”. Pero no nos adelantemos.

Antes de la gran cita -las presidenciales del 23 de abril y 7 de mayo-, el socialista deberá demostrar estar en perfecta forma política ganando la mayoría de apoyos en las primarias de la "Bella Alianza Popular". Los afiliados y simpatizantes de los organizadores elegirán un candidato durante dos domingos consecutivos de enero.

A las primarias concurrirán otros prohombres del socialismo francés como Arnaud Montebourg, ministro de economía, que se vio forzado a dimitir junto con su aliado Benoît Hamon -ex ministro de educación-, que también se presenta. Ambos dejaron el cargo durante un órdago contra los ministros críticos del viraje económico -contrario a las promesas electorales- del tándem Valls-Hollande en verano de 2014. La tercera en discordia es la senadora por París Marie-Noëlle Lienemann. Hace poco escribía en el diario Libération llamando a Hamon y Montebourg a unir fuerzas contra Valls.

Rien n’est écrit”, pero suponiendo que el antiguo primer ministro salga victorioso de las primarias, y se convierta en el candidato a la presidencia del Partido Socialista, aún queda el verdadero pulso: la primera ronda de las presidenciales. En la ultraderecha Le Pen está incontestada. Las encuestas realizadas antes del abandono de Hollande a la carrera por la presidencia le estiman un cuarto de la intención de voto. Otro tanto ocurre con Fillon, decididamente escorado hacia la derecha que se llevaría en torno a un 30%.

Pasadas las primarias, Valls tendría que vérselas con dos candidatos de su vecindario ideológico que le prometen más de un dolor de cabeza. Ambos adelantaban a Hollande en las encuestas.

Ligeramente a su derecha se postula Emmanuel Macron, el que fuera niña de los ojos de Hollande. Elegido para la cartera de economía tras la renuncia de Montebour, el joven político colgó los hábitos para fundar el partido ¡En marcha!, una iniciativa que se sitúa en posiciones pro-business del centro político. Este especialista en inversiones ha llegado a ser el tercer el político más popular del país, y Valls lo observa con resquemor. En Evry le acusó de ceder “a la tentación del individualismo”. A la izquierda del primer ministro saliente y al frente de “La Francia insumisa”, resiste el veterano Jéan-Luc Mélenchon, con una intención de voto similar a la de Macron.

Rien n’est écrit”, pero la izquierda francesa está atomizada y Valls lo sabe. Sabe que -tanto antes como después de las primarias-, necesitará engullir a todos los candidatos al Elíseo situados a la izquierda de Fillon; para poder pasar la criba de la primera vuelta y presentar batalla en pie de igualdad ante la derecha y la ultraderecha.

El camino se prevé tortuoso. El centro izquierda se lo ha de disputar con Macron y, como a este, le cuesta llegar al electorado decididamente de izquierdas. No debe resultar extraño que la clase trabajadora –tradicional granero de votos socialista– desconfíe: Valls y Macron estuvieron en el barco dirigido por Hollande, que a mitad de la singladura decidió volver a poner rumbo hacia la ortodoxia de las tesis económicas europeas y alemanas, decepcionando a los votantes. A pesar del énfasis en la vocación social de su candidatura durante el discurso en Evry, difícilmente logrará convencer a los desencantados: más de dos años de trayectoria gubernamental contradicen sus palabras.

Valls capitaneó el gobierno de las subidas fiscales a las familias, que han causado una pérdida histórica de poder adquisitivo; del Pacto de Responsabilidad, que limita los impuestos y cotizaciones de las empresas; de la Ley Macron para liberalizar la economía… Quizás los ciudadanos le hubieran perdonado al gobierno estas medidas, pero no le perdonarán la Reforma Laboral. Aprobada a golpe de decreto a través del artículo 49.3 de la Constitución –como la Ley Macron y demasiadas otras leyes durante la legislatura–, la Loi Travail suscitó una oleada de huelgas y manifestaciones. Su rechazo fue tan fuerte que alumbró Nuit Debout, movimiento similar al 15-M y a Occupy Wall Street.

Rien n’est écrit”, pero, aunque ahora sus responsables de campaña encuentren lemas sobre recuperar lo que “nos hace parecernos” -en un guiño a la reunificación de la izquierda-, hasta hace no mucho Manuel Valls comulgaba con tesis bien distintas. Se enroló en el Partido Socialista por comulgar con la “segunda izquierda”, la liberal, de Michel Roncard, y el nacido español ha llegado a calificar sendas ramas de irreconciliables.

En el socialismo en tiempos de Le Pen, el debate ideológico es innegociable. Las nuevas voces apelan a los “perdedores de la globalización”, con un discurso simplificador pero convincente. “A los políticos no les importáis los trabajadores”. “Tenemos que recuperar este país para los nuestros, o los inmigrantes se quedarán nuestros empleos y el terrorismo seguirá aumentando”. En este discurso reminiscente de los años 30 la estrategia comunicativa es clara: hay un culpable.

El socialismo en Europa y Occidente quiere contar una historia mucho más compleja: que el problema late en las debilidades inherentes del sistema, en la desregularización. Pero quiere evitar exponerse revelando que, durante décadas, el socialismo traicionó sus principios y se dejó corromper. Subiéndose a la ola liberalizadora a cambio de poder e influencia, se alejó los que debía representar, abandonándoles justo cuando más lo necesitaban.

Valls, que se dice inflexible en los valores republicanos franceses, promueve la mano dura con la seguridad y la férrea implantación de un laicismo bruto que, aparentemente imparcial, recuerda a una caza de brujas contra el único sector que hace su confesionalidad evidente: las musulmanas.

El ya exprimer ministro ve compatible la firmeza republicana -para combatir a un mundo de Trumps, Putins y Erdoganes, dice él- con el discurso de la justicia social. Pero su gestión ya ha desvirtuado el mensaje y, en estas elecciones, socialistas y republicanos darán un paso a la derecha, desequilibrando el eje político y acercándose al terreno de Le Pen, donde ella podría ganar por experiencia. Valls pretende suavizar el discurso socialista para acercarlo al centro, pero así lo aleja de su granero de votantes, y podría acabar depuesto por una derecha que cuenta una historia mucho más simple a un electorado enfadado.

"Rien n’est écrit", Valls dispone de una enorme ambición política y una habilidad que apenas encuentra parangón en la izquierda gala. Cuenta con una poderosa red de contactos y recursos, y es hoy el único de los camisas blancas (Renzi, Sánchez y él mismo) del socialismo europeo que queda en pie. Sin embargo, la atomización de la izquierda, el lastre acarreado por las promesas rotas del gobierno de Hollande y la falta de credibilidad de su nuevo discurso, pueden minar las posibilidades del aspirante. Quizás, después de todo, los resultados de esa primera vuelta de las presidenciales el 23 de abril sí que estén escritos.

Marcos Bartolomé ha cursado Periodismo y Relaciones Internacionales y es miembro de la dirección del medio de análisis internacional 'El Orden Mundial en el siglo XXI'.

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