El socialismo estadounidense

El socialismo, agotado y carente de imaginación en Europa, encuentra una nueva e inesperada juventud en Estados Unidos. ¿Es que no nos vamos a librar nunca de esta ideología? Y como todo lo que ocurre en Estados Unidos tarde o temprano termina llegando a Europa, debemos observar de cerca esta resurrección estadounidense. Una nueva generación, casi siempre mujeres jóvenes elegidas para el Congreso el pasado mes de noviembre, no duda en denominarse socialista, lo que en Estados Unidos es una aberración histórica, porque el socialismo nunca ha sido estadounidense. El único político contemporáneo conocido que apela al socialismo es Bernie Sanders, un candidato desafortunado en las elecciones presidenciales; popular, desde luego, por pintoresco, pero marginal. El relevo lo ha tomado una joven diputada de Nueva York de origen puertorriqueño, Alexandra Ocasio Cortez, cuyo electorado es principalmente hispano. Lo que ella propone, y que fascina a los medios de comunicación, a los intelectuales y a los jóvenes con buena formación, es un socialismo de apariencia renovada, a la moda. Nos ahorra la vieja cantinela marxista sobre la lucha de clases, pero explora la progresión real de las desigualdades en Estados Unidos. Este fundamento del socialismo es clásico; el otro, más contemporáneo, es el miedo al cambio climático. El clima, aún más que la desigualdad, sirve de excusa para luchar contra el capitalismo, al que, evidentemente, se considera responsable de la contaminación atmosférica, y para exigir un resurgimiento del Estado, que como era de esperar, es considerado el único capaz de salvar el planeta. Por lo tanto, este neosocialismo estadounidense no está anclado en el sindicalismo o la cooperación colectiva, sino en una idealización contracorriente de los Estados modernos.

El socialismo estadounidenseDos palabras clave ilustran esta nueva retórica: New Deal ecológico y Teoría Monetaria Moderna (MMT). Aparentemente, algo serio, pero solo en apariencia. Si observamos las medidas propuestas para combatir el «cambio climático», todas son coactivas. Por ejemplo, se limitarían los viajes en avión y se controlaría la cantidad de vacas para limitar sus emisiones de metano; se nos animaría a convertirnos en vegetarianos para salvar el planeta. Los neosocialistas no tienen planes de introducir un impuesto sobre el carbono, una medida eficaz recomendada por todos los economistas, porque probablemente sería demasiado liberal. Este New Deal verde de los socialistas estadounidenses se inclina gravemente hacia el totalitarismo. La MMT, supuestamente la base científica del neosocialismo, es también una coartada. Esta teoría, supuestamente moderna, consiste en transferir el poder de emitir moneda de los bancos centrales a los parlamentos. Estos podrían entonces financiar sin límite todos los programas que quisieran y crear sin límite empleos públicos, infraestructuras y servicios sociales. Imprimir dinero no es realmente una teoría moderna; todos los monarcas medievales lo hicieron, causando las primeras inflaciones registradas en la historia económica. Sabemos que desde la década de 1930 hasta 1980, los Gobiernos occidentales lo repitieron con el mismo resultado: lo que llamamos la estanflación de la década de 1970, el estancamiento con un aumento de los precios. Nuestros neosocialistas fingen haber aprendido de ello y nos explican que con la Teoría Moderna no habrá déficit ni inflación porque el Parlamento impondrá un impuesto a los ricos para equilibrar la creación de dinero. Esta idea tampoco es nueva, pero sigue sin funcionar, porque no hay suficientes personas ricas y, si se les ponen demasiados impuestos, se vuelven pobres o se las empuja al exilio.

¿Es realmente útil desmontar uno por uno los argumentos pseudocientíficos de los neosocialistas? La lógica y el razonamiento no pueden hacer gran cosa frente a la tentación de la utopía y la tiranía del bien. Se podría alentar a los neosocialistas a estudiar economía e historia, pero, como observó el economista Friedrich Hayek en su época, nunca aprendemos de los errores de los demás, solo aprendemos de nuestros propios errores. No hay peligro, por lo tanto, ni en Estados Unidos ni en Europa, de que una argumentación haga retroceder a los nuevos conversos. Por ahora, tienen el viento en popa. Acaban de lograr una primera victoria simbólica en Nueva York: han logrado desalentar a Amazon, que iba a crear una nueva sede y contratar a 25.000 empleados. Los más jóvenes temían que esta sede aumentaría los alquileres y atestaría el metro. También es cierto que la ciudad y el estado de Nueva York habían concedido a Amazon una subvención fiscal que quizá no fuera indispensable. Pero se confirma con esto que el nuevo socialismo, igual que el antiguo, es un lujo de los ricos: en nombre del Bien superior, se priva a los pobres de empleo y libertad. Antes de irrumpir en Europa, el neosocialismo estadounidense perturba el futuro político de Estados Unidos. Es difícil que obtenga éxitos nacionales, porque a los estadounidenses en general no les gustan el Estado ni las ideologías que apelan a él. Pero en ciudades progresistas como Nueva York o San Francisco, los neosocialistas pueden lograr que su utopía avance. Y se arriesgan a imponerle al Partido Demócrata un candidato lo suficientemente a la izquierda como para que Donald Trump sea reelegido. Este último no se equivoca al calificar ahora a todos sus adversarios de socialistas, la mejor manera para él de mantener el poder.

Guy Sorman

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