El sol de Finlandia

Lo peor de todo es que ni siquiera podemos echarle la culpa al sol. Porque hubiera resultado reconfortante poder decir: la culpa la tiene el sol, este sol magnífico que no tienen en Finlandia, este sol que es una invitación constante a la pereza y el qué más da. En Finlandia los niños están en casa a las cuatro de la tarde y sólo ven una hora de televisión diaria (televisión finlandesa, además, o sea, ese tipo de televisión en la que los informativos no se componen de dos bloques: fútbol, con sus apasionantes ruedas de prensa de jugadores que no saben hablar, y todo lo demás). Pero no. Porque resulta que hay una escuela finlandesa en la Costa del Sol, y ahí los niños finlandeses, hartos de sol bendito, sacan las mismas notas y tienen la misma capacidad de comprensión lectora que los niños de Helsinki. Así que exculpemos al sol. ¿Habrá que seguir buscando un culpable? Los alumnos señalan a los profesores, que miran de reojo a los padres que apuntan al sistema, y el sistema es un ente magnífico en el que todos participamos, incluido el brillante pedagogo anónimo al que se le ocurrió la genial idea de que los chavales pasaran de curso con cinco o seis asignaturas suspendidas (el hombre, en una buena tarde, pensó que así acabaría con el fracaso escolar). En fin, la culpa es un bonito tema desde que Adorno la dividió en cuatro: criminal -para el que comete un delito-, política -para el que justifica al delincuente -, moral -para el que guarda silencio ante el delito- y metafísica -para todo el que se pregunte angustiado ¿cómo puedo pertenecer yo al mismo género que el que ha cometido el delito?-. Que cada cual escoja su parte de culpa después de publicado el informe PISA que coloca a España otra vez, en materia de educación, en el furgón de cola de los países avanzados, arrojando en esta ocasión una conclusión apabullante: los adolescentes españoles tienen grandes dificultades en comprensión lectora. Como se sabe, la comprensión lectora es la reina de la fiesta, porque sin ella las demás materias se caen por falta de pilares que las sostengan. Dado que después de la publicación del informe no se ha organizado ninguna manifestación multitudinaria, se ha recurrido al humorismo con complacencia. Empezando por los que ante la publicación del informe han hecho selección de respuestas disparatadas escogidas entre los exámenes de la enseñanza media («un año luz es el gasto de electricidad de una familia media en un año») y acabando por el presidente del Gobierno, que se ha acogido al recurso de que las anteriores generaciones de españoles padecíamos un déficit educativo que de alguna manera tenían que heredar los chavales de ahora. Sólo puede ser humorismo, no creo que lo haya dicho en serio, si bien sus declaraciones no fueron seguidas por unas buenas risas enlatadas. Se ha recordado que la educación ocupa un lugar muy secundario en las preocupaciones de los españoles, parecerá abusivo llevarse las manos a la cabeza, como han hecho los alemanes, ante lo que, sin exagerar, es una distinguida tragedia.

Si al menos pudiéramos echarle la culpa al sol... Pero el informe recién publicado, en el que España ocupa un flamante puesto 38, contiene algunos detalles dignos de reseñar (y bien es verdad que estamos en el mismo grupo que otros países como Estados Unidos o Suecia con los que ya quisiéramos estar en otras disciplinas). El más importante de ellos es que el informe PISA, como si se inspirara en la ley de memoria histórica, viene a demostrar la existencia de las dos Españas. La que se hubiera armado si La Rioja o Castilla y León estuvieran llenas de independentistas: sus niveles mejoran con mucho los de comunidades como Cataluña o Andalucía, donde los mandatarios, después de conocer el informe, han tosido un par de veces y a otra cosa. Están lejos, en efecto, de los inalcanzable finlandeses, pero sus resultados son dignos, y si se contagiaran al resto de comunidades nos hubieran dejado en un puesto esperanzador. Por lo que, visto así, desde los buenos resultados de algunas comunidades autónomas, se diría que el alarmismo está de más. El alarmismo, sin embargo, se fortalece cuando se comparan las diferencias entre esas comunidades y esta desde la que escribo. Porque Andalucía es otra cosa, claro. Andalucía -el gran almacén de concursos televisivos como Gran Hermano, la Casa de tu Vida, Supermodelo y Operación Triunfo (un poco de demagogia no le viene mal a nadie)- es, encantadora y casi orgullosamente, la última. Nos tenemos que significar como sea. El eslogan de la Junta de Andalucía para los productos del país dice: «Andalucía es de lujo». Pues eso. De lujo, es que la consejera de Educación, al conocer los detalles del informe PISA declarara que no eran unos resultados tan malos y no había que ponerse dramáticos: se ve que ella tiene, como los adolescentes andaluces, grandes dificultades para la comprensión de lo que lee.

He aquí pues el legendario cuento de las dos Españas en un documento oficial y prestigiado. Aunque parezca mentira, a nadie parece habérsele caído la cara de vergüenza, y eso significa que nuestra autoestima puede estar por los suelos, puede verse afectada por los malos resultados de la selección de fútbol o la derrota de Fernando Alonso, pero en ningún caso por el nivel de nuestros chavales comparados con los de Finlandia. ¿Qué va a reprocharle a nuestros chicos cualquiera de los adultos de ese 60 por ciento que en España no lee un sólo libro al año? ¿Qué queríamos, que de repente, de ayer para hoy, criáramos una generación de campeones de la comprensión lectora? No parece que en Andalucía haya espantado mucho que, si toda España fuera Andalucía o Andalucía fuera independiente, nos hubiésemos clasificado con países de mucho y rico sol, como Grecia o Italia. No parece que nuestra consejera de Educación vaya a perder el sueño porque el adjetivo «andaluz» vuelva a los años cuarenta (arsa y toma) aunque sólo sea por nuestra inefable capacidad para hacer y soportar chistes. ¿Cómo es posible que se den semejantes diferencias en un mismo país? He repasado las cuentas del informe PISA, y aunque obviamente hay diferencias entre regiones en los demás países de Europa, son muy excepcionales las que resultan tan exageradas como las que se producen entre Andalucía y, por ejemplo, La Rioja. Y lo que es más vergonzoso todavía: sin salir de Andalucía, las diferencias del nivel educativo reflejadas en la capacidad de comprensión lectora de los alumnos, resulta poco menos que humillantes: los chicos de los colegios privados andaluces podrían lucir la camiseta de La Rioja. Eso por no volver a la escuela finlandesa de la Costa del Sol, porque eso nos llevaría a apreciar que en la misma calle, sí, en la misma calle, se está impartiendo a la vez la peor y la mejor educación de toda Europa.

Volvamos pues al tema de la culpa. En un país donde se trata como se trata a los investigadores y a los becarios, donde el desprecio del profesorado es casi un deporte nacional, donde se le ríen todas las gracias a los chavales («Publica su segundo disco y sigue sin haber leído ningún libro», leemos en el suplemento para adolescentes de un periódico), donde la autoridad competente se lava las manos -y de paso la conciencia, porque las tiene en el mismo sitio- con campañas de fomento a la lectura absolutamente estúpidas, ¿de qué íbamos a asustarnos por un informe que viene a decirnos lo que todos ya sabíamos? Finalmente, si el sistema es el culpable -aunque parte de culpa moral o metafísica le toque a usted como ciudadano-, el sistema está haciendo muy bien su trabajo, que consiste, al parecer, no en educar ciudadanos responsables y preparados que sepan lo que se les dice cuando se les dice algo, sino bultos consumistas a los que no avergüence lo más mínimo pedir en una cola de correos que el empleado de la ventanilla le señale con una crucecita donde tiene que firmar y donde tiene que poner la fecha. Así que habrá que felicitar al sistema -que cosecha un éxito descomunal en Andalucía, porque Andalucía está de lujo- mientras el sol de Finlandia sigue allá arriba, brillando pocas horas al día, sin que nos dé la más mínima envidia.

Juan Bonilla, escritor.