¿El solsticio de la gula?

Con la Epifanía o día de Reyes concluyen en muchas partes del mundo las fiestas navideñas durante las que celebramos también el fin de un año y el inicio de otro y que, con la pérdida del sentido religioso que a lo largo de siglos las caracterizó, se me antojan moralmente carnavalescas. La proliferación de buenos sentimientos, de presuntos deseos de paz y prosperidad para todos, incluso para nuestros enemigos, no deja de constituir, muy a menudo, fingimiento, apariencia, máscara y disfraz.

La festividad de los Reyes suele poner punto final a la orgía gastronómica, a los empachos y kilos de más con los que nos hemos beneficiado, sin darnos apenas cuenta, en una serie de convites familiares o amistosos, tal vez detestables, a los que hemos tenido que acudir por obligación, no vayamos a parecer misántropos, antisociales excéntricos en unas fechas tan entrañables. Disimulemos pues la lata que supone compartir mesa con un cuñado independentista si militamos en Ciudadanos o, por el contrario, si somos de la CUP, con una suegra entusiasta del PP y enamorada de Rajoy o tal vez partidaria del PSC de Chacón y del PSOE, prendada del guapo de Pedrito.

El solsticio de la gulaLos Reyes cierran con el roscón y los últimos turrones saboreados en comandita doce días de desenfreno gastronómico, que ha comenzado con esas tremendas comidas de empresa y compañerismo recuperadas, al parecer, este pasado 2015, tras su declive ocasionado por la crisis, y que suelen anteceder al 25 de diciembre.

Entre esa fecha y el día seis, transcurren doce días que podemos considerar simbólicos, puesto que representan uno por uno, los doce meses del año que se inicia. Doce días en los que se prolonga la conmemoración del solsticio de invierno, aunque rara vez nos acordemos de establecer esa conexión, puesto que la tendencia a olvidar los ancestros parece consustancial a la época tecnificada y posmoderna en la que vivimos. De ahí el lamentable e incomprensible escándalo que provocó en los medios de comunicación y en las redes sociales de los ignorantes más conservadores la referencia al solsticio de invierno en la web del Ayuntamiento barcelonés.

Ciertamente, aunque no estemos siquiera enterados, al celebrar las fiestas de estos días, conectamos con antiguas conmemoraciones rurales con las que propietarios, siervos y esclavos solemnizaban, ya en la época de los romanos, a principios de enero, el final de la labranza y lo hacían, igual que nosotros, con jolgorios diversos y regadas comilonas.Las saturnales romanas se celebraban, según las épocas en diciembre o en marzo, dependiendo de que el año solar se iniciara en uno u otro momento astronómico y era una etapa de desenfreno sobre todo para quienes sólo en aquellos días podían gozar de un simulacro de libertad, como los esclavos. También en Cuba, durante la época colonial, el día de Reyes se permitía a los negros de las plantaciones reencontrarse con los de su etnia y por unas horas, juntos, recuperaban danzas, indumentarias y lengua propias. Desde por la mañana del seis de enero invadían las calles de las poblaciones con vistosos y abigarrados ropajes, haciendo sonar enormes tambores, reproduciendo antiguas ceremonias guerreras y religiosas.

En algunos pueblos de África desde tiempos inmemoriales se da la bienvenida al Año Nuevo con parecido ritual al de las saturnales. Los jefes de la tribu permiten transgredir durante unas horas tabúes y leyes. Como en el carnaval, los disfraces forman parte importante de la fiesta que los antropólogos interpretan en relación a ritos solares y agrarios.

Esos mismos ritos están, sin duda, detrás de tanta parafernalia navideña pese a que lo hayamos olvidado y aunque nuestra actual civilización occidental, despilfarradora y consumista, nos induzca a celebrar también los que consideramos propiamente carnavalescos, relacionados con el equinoccio primaveral, con otro tipo de disfraces y jolgorios. Igualmente, por estos pagos mediterráneos, pero también en multitud de lugares del norte de Europa y de Hispanoamérica, conmemoramos el solsticio de verano que coincide, día más día menos, con la fiesta de San Juan, el 23 de junio. Una fecha que incitaba, según la tradición conservada en el folklore y en la lírica popular, a las relaciones eróticas que también hoy en verano encuentran sus momentos más propicios de acrecentamiento y expansión.

Si en épocas remotas el solsticio de verano abría la veda a la lujuria no es menos cierto que el de invierno se relacionaba con la gula. Una gula distinta si provenía de los hambrientos, la inmensa mayoría de la población europea de entonces, o de los poderosos. En el fondo, como ocurre ahora. Nuestra gula navideña los menús de los que hemos disfrutado y disfrutaremos todavía hasta el día de los Reyes, las exquisiteces culinarias con las que celebramos estas fiestas no pueden compararse con las acostumbradas en ninguna otra época del año. Nuestra gula se sitúa en las antípodas del hambre que pasan muchos de los habitantes de la tierra, en África, en Asia, en América, lejos de nuestros acolchados paladares, pero también entre nosotros, muy cerca, en la misma esquina de nuestras confortables casas.

Carme Riera, escritora.

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