'El Sonámbulo' de Bellini

V'han certuni che dormendo
Vanno intorno come desti,
Favellando, rispondendo
Come vengono richiesti,
E chiamati son sonnambuli
Dall'andar e dal dormir.

("La Sonnambula")

Va ya para tres años que la vida política española gira en torno a un inquietante misterio. ¿Cómo es posible que el mismo Pedro Sánchez que decía que el mero hecho de tener ministros de Podemos le “quitaría el sueño”; el mismo Pedro Sánchez que prometió traer preso a Puigdemont y restablecer el delito de convocatoria ilegal de referendos; el mismo Pedro Sánchez que dio su primer gran mitin como líder del PSOE bajo la mayor bandera española jamás exhibida en un recinto cubierto; el mismo Pedro Sánchez que convocaba a los presidentes del IBEX como interlocutores y notarios de sus aperturas de curso; el mismo Pedro Sánchez que nos dijo a María Peral y a mí, delante de Margarita Robles, que le parecería bien que fueran los jueces quienes eligieran directamente a la mayoría de los vocales del Poder Judicial; el mismo Pedro Sánchez que alardeaba de su respeto reverencial al Parlamento esté haciendo TODO ESTO?

'El Sonámbulo' de BelliniLa gran mayoría de quienes le critican resuelve las contradicciones entre sus dichos y sus hechos cubriéndole de improperios que él replica ya en el mismo registro. Y ocurre que, a medida que esos insultos recíprocos van haciéndose más gruesos, mi desazón intelectual crece. Ni Sánchez es un “golpista” por duro que nos golpee, ni mucho menos lo son quienes tratan de pararle los pies por métodos legales.

Pero TODO ESTO no son cotufas en el golfo.

Estamos hablando de leyes como la del sí es sí, la ley trans, la de la vivienda, la del aborto para menores o la del bienestar animal que imponen cambios radicales y a menudo coactivos en la conducta social de la mayoría de los españoles.

Estamos hablando de una amnistía encubierta a los sediciosos y malversadores catalanes del 17, en forma de indultos y reformas ad hoc del Código Penal que estimulan la repetición de la intentona separatista unilateral.

Estamos hablando del blanqueamiento acelerado del antiguo brazo político de ETA, sin autocrítica ni repudio de su pasado alguno, que entrega el dominio del relato a los verdugos y humilla a cientos de víctimas privadas de su memoria histórica.

Estamos hablando del señalamiento denigratorio de algunos de los sectores empresariales más vitales para la estabilidad de la economía o la transición energética que alimenta el populismo barato del resentimiento social.

Estamos hablando de la recurrente toma de atajos legislativos, mediante enmiendas ajenas a las proposiciones de ley en que se insertan, lo que convierte a los diputados, desprovistos además del criterio de los altos órganos consultivos, en ciegos e inermes seguidores de aquellos baquianos que, en la vanguardia de los conquistadores, abrían trochas y veredas entre la maleza de la selva americana sin garantía de seguridad alguna.

Estamos hablando de la voladura atropellada del sistema de equilibrios, contrapesos y garantías que la Constitución establece como expresión genuina del espíritu de consenso que hizo de nuestra Transición una anomalía histórica ejemplar.

Estamos hablando del retorno a una España sin concordia.

¿Por qué? ¿para qué? ¿a cuenta de qué?

Lo misterioso no es que los ministros, diputados, senadores y altos cargos de la administración central apoyen TODO ESTO como un solo hombre, como una sola mujer, como tantos militantes que están con el secretario General, que están con el Partido, como con la madre, con razón o sin ella.

Lo misterioso no es que, partiendo de tal mayoría de cemento -así se la denominaba durante la República- haya sin embargo un número creciente de líderes históricos socialistas como González o Guerra, de presidentes autonómicos socialistas como Page o Lambán, de intelectuales socialistas, de feministas socialistas, de catedráticos socialistas que se rebelen contra TODO ESTO, a medida que va adquiriendo una apabullante dimensión.

No, lo misterioso es que cada vez que le toca avalar, juntas o por separado, cada una de las piezas más dañinas para las libertades o la convivencia que integran TODO ESTO, Sánchez lo haga sin vacilación ni titubeo alguno, fresco como una lechuga, sin perder jamás la flema, relajado como si hubiera salido de la ducha y no de un arduo Consejo Europeo, para presentarse como víctima de ese “complot” destinado a “amordazar al parlamento”, que en realidad consistía en que el Tribunal Constitucional estudiara un recurso de amparo, ante una flagrante vulneración de los derechos de los diputados, quedando encallado en la inacción de un presidente pusilánime.

¿Piensa Sánchez lo que dice y dice Sánchez lo que piensa? No, es imposible.

***

Todos estos interrogantes flotaban en mi cabeza, cuando me topé este jueves, en el estreno de La Sonnambula en el Teatro Real, con el como siempre brillante e ilustrativo texto de Joan Matabosch en el programa de mano. Uno de los muchos aciertos de Gregorio Marañón, como presidente de la institución, fue resistir a las presiones del gobierno del momento e impulsar la candidatura de Matabosch como director artístico, tras la muerte del genial y controvertido Mortier. Cuando este próximo año cumpla su décima temporada en el cargo, Matabosch no sólo tendrá a sus espaldas los aciertos de programación que han hecho acreedor al Real del título como mejor teatro de ópera del mundo, sino también un legado literario digno de una buena compilación antológica.

Pues bien, Matabosch da en la diana cuando explica que “la fascinación por el sonambulismo -a principios del XIX- tenía mucho que ver con que se trataba de una enfermedad tan sorprendente que su nocividad no la padecía quien la sufría, sino su entorno, los testigos del sonámbulo”. Era, dice Matabosch, con apropiados signos de admiración “¡una enfermedad que finalmente atacaba a quienes no la padecían!”. Es decir, a los familiares, vecinos o allegados del sonámbulo, metamorfoseados en esos espectadores del teatro que observan con angustia como la virtuosa Amina avanza hacia la perdición sin saber a dónde va.

“Las víctimas, amilanadas por miedos, horrores y sospechas, eran quienes observaban al sonámbulo -prosigue Matabosch, describiendo lo que muchísimos españoles sentimos ante el temerario deambular de Sánchez- mientras que el paciente seguía a la suya, sin enterarse de nada de lo que decía ni de lo que hacía, perfectamente inocente de todos los problemas en los que pudiera entrometerse”.

¿Cómo que Sánchez “no se entera de nada”? ¿Cómo que Sánchez es “perfectamente inocente” de los “problemas” en los que se “entromete”? Comprendo que este punto requiere de una aclaración inmediata antes de que los bramidos radiofónicos matutinos me entierren en el averno de los tibios bajo los habituales cascotes de la Guerra Civil.

Sánchez no es Amina, es decir, Amino -supongo que en alguna producción habrá cambiado el sexo del protagonista de la ópera de Bellini- sino el actor y cantante que interpreta el papel de Amino, tan consciente como lo era la inconmensurable soprano Nadine Sierra el jueves de que estaba fingiendo su sonambulismo. Por eso el título de esta carta incluye las comillas propias de toda obra de creación.

***

La grandeza de la ópera consiste en su perpetua ucronía y por lo tanto en su potencial presentismo eterno, pues la confluencia de la música y las artes escénicas permite adaptar a cualquier circunstancia o marco intelectual la estructura de las pasiones humanas. La Sonnambula es teatro dentro del teatro en su mejor esencia, pues a la vez que se disfruta del virtuosismo del bel canto, cabe detenerse a observar cómo cada uno miramos a Amina a medida que se adentra, inconsciente, en la boca del lobo.

Los más desearíamos saltar al escenario y entrar en la “pantalla” como en La Rosa Púrpura del Cairo para advertirle que camina hacia el desastre, para obligarle bruscamente a despertar. Pero tampoco faltan quienes minusvaloran los peligros que acechan a la bella durmiente que camina e incluso quienes creen que si cae en brazos de aquellos que pretenden abusar de ella contribuirá a dulcificar su naturaleza salvaje.

En la producción estrenada el jueves en el Real, la directora escénica Bárbara Lluch ha introducido un guiño final como reivindicación de la libertad de elegir de la mujer. Es el momento en que la Sonámbula despierta en la cornisa del tejado de la iglesia y comprueba con alborozo que el pueblo entero ha descubierto que no era dueña de sus actos, cuando pareció que traicionaba a su prometido, y que por lo tanto la boda puede seguir adelante. Lo que, sin embargo, ocurre mientras cae el telón es que la Sonámbula tira su velo nupcial y proclama su libre albedrío desde las alturas: “¡Ah! No alcanza el humano entendimiento a comprender la alegría que me colma”.

Sin embargo, en lo que yo me fijé principalmente fue en la extraordinaria dificultad de la escena en la que la soprano tiene que darlo todo en las notas más altas, sobre una repisa de metro y medio de ancho sin barandilla ni protección alguna. Sólo cuando me hicieron ver que estaba sujeta por un cable que unía la pared de la iglesia con un arnés en su cintura, pude disfrutar de la belleza de esa cabaletta dialogada con el coro y de la intensidad dramática del final.

***

Tras comentar al día siguiente con el propio Gregorio Marañón ese cierre inesperado como alegato contra el machismo y leer a Rubén Amón describir el montaje como una “versión noir” de Bellini, se me pasó por la cabeza la apelación de Max Aub a lo “monstruoso verosímil”. He aquí, a partir de esos ingredientes, la sinopsis de mi propio final alternativo:

“El Sonámbulo despierta sobre la cornisa del Parlamento y recibe las aclamaciones de una gran multitud con banderas del PSOE. Todos han leído esa mañana en El País que su extraña conducta, entregándose a los extremistas y separatistas, era fruto de una patología desconocida: parecía despierto, pero, aunque hablaba y actuaba, en realidad estaba dormido. Ahora volvía a ser el de siempre y merecía un desagravio nacional. Están a punto de comenzar los ditirambos cuando, en un arranque de sinceridad, el líder arroja su gorro de dormir y les cuenta la verdad: no era sonámbulo, sino que se lo hacía porque sólo cediendo a las presiones de los radicales y vulnerando toda regla y compromiso había podido conservar el poder para él y para ellos. Un escalofrío de espanto se apodera de la muchedumbre cuando, en ese momento, la sujeción del arnés sobre el frontispicio del Congreso cede y se suelta. El Sonámbulo se precipita sobre la masa aplastando a numerosos militantes, antes de agonizar al pie de las escalinatas bajo las fauces de los leones. Sus últimas palabras reproducen una de las frases del Coro al comienzo del Segundo Acto. Primero en italiano: "Lunga ancora, scoscesa, sassosa é la via que conduce al castello". Luego en español: "El camino que conduce al castillo es largo, escarpado y peligroso". Cae el telón”.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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