El sueño de la democracia

La democracia se impuso en los países avanzados a principios del siglo XX, aunque hubo algunos casos anteriores. La I Guerra Mundial aceleró considerablemente la generalización de la democracia, pero también fue entonces cuando empezó a corromperse de manera sistemática. La forma de corrupción tradicional fue el caciquismo, pero esta lacra se fue eliminando gradualmente. Desde muy pronto, sin embargo, se echó de ver que la democracia podía fácilmente desvirtuarse y falsearse a gran escala.

Se atribuye a Abraham Lincoln la máxima siguiente: "Se puede engañar a todo el pueblo durante un tiempo, o a una parte del pueblo todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo"; y esta máxima se cita como una defensa de la democracia y la libertad, implicando que a la larga los demagogos y embusteros son desenmascarados y, en consecuencia, expulsados del poder. Ojalá estuviera justificado tanto optimismo. Al demagogo le basta con engañar a parte del pueblo parte del tiempo para alcanzar el poder. En rigor, al demagogo con aspiraciones de dictador le basta con engañar a la mitad del pueblo una vez. Asentado ya en el poder, puede, bien dar un 'autogolpe' y proclamarse dictador, o bien, simplemente, utilizar los resortes del poder para engañar a la mitad del pueblo tantas veces como quiera; y si el pueblo no se deja engañar, recurrir al pucherazo con mayores o menores dosis de violencia.

El sueño de la democraciaEl primer caso de falsificación sistemática de la democracia fue el de los bolcheviques en Rusia. Ya era falso el nombre del partido, porque bolchevique significa mayoritario y ellos siempre estuvieron en minoría en el Partido Socialdemócrata Ruso, del que se escindieron. Se hicieron con el poder violentamente a finales de 1917 y creyeron que ganarían las elecciones a la Asamblea constituyente. Cuando vieron que no fue así, cerraron la Asamblea y Lenin afirmó que "los soviets eran mil veces más democráticos que la Asamblea". Los soviets eran consejos y juntas obreras y sindicales que los bolcheviques controlaban. Pero Lenin y los suyos mantuvieron superficialmente las formas de la democracia: un parlamento (el Soviet supremo), el cual teóricamente elegía al Gobierno (Consejo de Comisarios del Pueblo, etcétera). En realidad era la élite del Partido Comunista (antes bolchevique) la que mandaba y nombraba, directa o indirectamente, a diputados y funcionarios.

El segundo caso fue el de los fascistas italianos. Este partido, con una mezcla de violencia, amenazas y negociación, logró que el rey y el parlamento nombraran primer ministro a su jefe, Mussolini, en octubre de 1922. Una vez en el poder, Mussolini empleó todos los medios a su alcance, hasta el asesinato, para ganar elecciones y consolidarse en el poder. Hitler y los nazis hicieron algo parecido en enero de 1933, tras ganar las elecciones, sin mayoría absoluta, en 1932. Una vez nombrado canciller, Hitler fue eliminando a todos los que se oponían a su permanencia en el poder, recurriendo a la violencia, al asesinato y a la mentira sistemática. Como dijo su ministro de propaganda, Goebbels, "una mentira repetida mil veces se convierte en verdad". Este principio ha sido uno de los pilares básicos de todos los gobiernos totalitarios que en el mundo han sido (comunistas, fascistas, nazis, falangistas, y un largo etcétera). El monopolio de la información les ha permitido engañar a una gran mayoría por tiempo indefinido.

Así fue en el pasado y así sigue sucediendo hoy, por más que los regímenes políticos falsamente democráticos adopten formas nuevas. En América Latina se cultivaron diversas variantes de democracia adulterada. En Argentina, Perón fue un maestro en este arte, aprendido en la Italia de Mussolini. El México post revolucionario creó un sistema que se ha hecho clásico: la dictadura, no personal sino de partido (el PRI), que se perpetuaba en el poder por medio de elecciones sexenales invariablemente falsificadas. Otro clásico fue, en Perú, el caso de Fujimori, que tras ganar unas apretadas elecciones a Vargas Llosa terminó por dar un autogolpe (allí apareció el neologismo), proclamándose presidente sin necesidad de más sufragios. A mí todos estos casos lamentables de corrupción política me inspiran la paráfrasis de un apotegma goyesco: "El sueño de la democracia produce monstruos".

Muchos de estos regímenes, de estas pesadillas pseudodemocráticas, terminan por desaparecer; otros se perpetúan; otros desaparecen y reaparecen con distintos nombres y métodos. Hoy quizá los dos ejemplos más notorios sean el ruso y el venezolano. El caso argentino es especial: el peronismo, que nunca fue muy fuerte en ideología, ni con el mismo Perón y su programa 'justicialista', es hoy un partido proteico, que lo mismo puede adoptar un programa liberal en lo económico, como hizo con Carlos Menem, que 'neo justicialista', como hizo con los Kirchner. Bajo cualquier máscara, es el mismo partido, casi un partido único, dividido en muchas facciones, que se perpetúa en el poder por cualesquiera métodos.

Hemos visto que el modelo original es el soviético, aunque éste, al proclamarse "dictadura del proletariado", dejó de pretender parecer una democracia formal. Pues bien, otra de las aportaciones originales del régimen soviético a la política contemporánea fue la del asesinato como obra de arte, parafraseando esta vez a Thomas de Quincey. En el asesinato polivalente o multiusos fue maestro el gran Stalin, y el de Sergei Kirov, secretario del Partido Comunista en Leningrado (San Petersburgo) fue su obra maestra. Kirov tenía gran prestigio en el partido, en Leningrado y en Moscú, y representaba una amenaza para Stalin, cuya imagen estaba algo deteriorada hacia 1934 por la mortandad (unos 5 millones) que el Primer Plan Quinquenal había causado en Ucrania. Algunos camaradas querían que Stalin dejara paso a Kirov en la secretaría del partido, el puesto clave. Stalin hizo matar a Kirov en 1934 y después mandó encarcelar y, en muchos casos ejecutar, a numerosos miembros del partido en Leningrado acusándoles de haber ellos matado a Kirov. Fue la primera de las grandes purgas de los años treinta, que convirtieron a Stalin en dictador absoluto. Uno pensaría que los sucesores de Stalin en el Kremlin, ese original pas de deux pseudodemocrático de Vladimir y Dimitri (Putin y Medvedev), se inspiraron en el caso Kirov para eliminar a gente molesta, como Aleksandr Litvinenko, coronel de la KGB que denunció al régimen de Putin, o Anna Politkovskaya, periodista que denunció los crímenes rusos cometidos en Chechenia. Pero el último asesinato artístico ha sido el de Boris Nemtsov, economista liberal y gran opositor, que estaba a punto de hacer públicos documentos que probaban la intervención rusa en Ucrania. Haciendo desaparecer a Nemtsov no sólo habría Putin eliminado a un peligroso rival en un momento difícil, sino que, comenzando la policía las investigaciones por su casa, podía hacer desaparecer toda la documentación comprometedora que allí tuviera el muerto. Y además, actuando al igual que Stalin, como vindicador de su víctima, podría acusar y encarcelar a otros opositores molestos. Nueva obra maestra.

Lo mismo se puede sospechar en Argentina del caso Alberto Nisman, el fiscal que estaba a punto de publicar una requisitoria contra la presidenta por el caso AMIA, asociación judía en Buenos Aires que fue destruida por una bomba en 1994 dejando más de 80 muertos. Nisman afirmaba que iba a publicar pruebas de que la presidenta Fernández de Kirchner abandonó la investigación sobre los autores del atentado para mantener buenas relaciones con el principal sospechoso, el Gobierno de Irán. Pues bien, Nisman murió el día antes de presentar esas pruebas. La presidenta sostuvo que la muerte de Nisman se llevó a cabo para desprestigiar al Ejecutivo y, de paso, aprovechó para llevar a cabo una purga de la policía.

En el caso de Venezuela, hasta ahora el régimen prefiere encarcelar a los líderes opositores, privando ilegalmente de su escaño a los que son diputados, y matar solamente a los que se manifiestan contra el régimen por las calles.

¿Cómo deben tratar los Estados realmente democráticos a estos regímenes de pesadilla? Desde luego, con mucha mayor prevención y distancia que hasta ahora. La actitud tolerante y amistosa con que la Organización de Estados Americanos viene tratando a Venezuela (y a Cuba) tiene ribetes de escándalo. El crédito que se ha dado a Rusia en las recientes negociaciones de Minsk sobre Ucrania ha sido también bochornoso, y puesto en ridículo por el ataque y asalto a Debáltseve, en pleno alto el fuego, por parte de los prorrusos. El sueño de la democracia produce monstruos, y como monstruos deben ser tratados esos regímenes.

Gabriel Tortella es economista y escritor. Más detalles sobre lo expuesto en la primera parte de este artículo pueden verse en su libro 'Los orígenes del siglo XXI' (Gadir).

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