El susto inflacionario causado por el COVID

La inflación de los precios al consumidor en la eurozona se aceleró aún más en el mes septiembre de este año, llegando a una tasa del 3,4% interanual, su nivel máximo en 13 años, lo que provocó una ola de titulares alarmistas. La inflación anual en Estados Unidos se situó en agosto en el 5,3%. Por lo antedicho, la pregunta que se debe hacer es: ¿hasta qué punto deberían preocuparse los formuladores de políticas europeos y estadounidenses por un posible aumento prolongado de la inflación?

Al menos en la eurozona, los actuales titulares sobre los niveles de inflación son de esperar. La experiencia sugiere que una crisis económica conduce primero a un susto deflacionario y luego a uno inflacionario. Luego del desastre dejado por la crisis financiera mundial del año 2008, a continuación de las preocupaciones deflacionarias que surgieron cuando la recesión posterior tocó fondo llegaron las  preocupaciones por un repunte de la inflación durante el consiguiente período de recuperación.

Un patrón similar se puso de manifiesto en la crisis del COVID-19. Durante parte del año pasado, los precios en la eurozona estuvieron cayendo, y se hablaba de los persistentes efectos deflacionarios de la pandemia.

Por consiguiente, es necesario brindar alguna perspectiva a esta situación. Para empezar, la inflación reportada suele ser el aumento del índice de precios al consumo en comparación con el índice que se reportó 12 meses antes. Los precios inusualmente bajos del año anterior distorsionan la cifra. Hoy en día, este efecto base no es  simplemente un factor más entre los muchos que hay detrás de las crecientes cifras de inflación; es el factor clave para entender dichas cifras, debido al punto bajo reportado en el período del año anterior.

La forma más fácil de mirar más allá del aumento temporal de precios creado por el efecto base impulsado por COVID en el año 2020 es calcular la inflación de los últimos 24 meses en lugar de sólo calcularla para los últimos 12 meses. Basándose en lo antedicho, las más recientes cifras de la eurozona no sugieren una fuerte dinámica de inflación: la tasa de inflación general (medida por el Índice Armonizado de Precios al Consumidor) fue del 3,4 % en septiembre, pero el índice ha aumentado sólo en un 1,5 % anual en los últimos dos años. Del mismo modo, la inflación de los precios al consumidor en Alemania fue del 4,1% en septiembre de 2021, un nivel máximo en 29 años, pero el índice subió sólo un poco más del 2% anual cuando se lo midió para un período de dos años, que es una forma de medir  que excluye el efecto COVID-19.

La inflación general también se ve influenciada por la volatilidad de los precios de la energía. Por lo tanto, no debería sorprender que la tasa anual de inflación subyacente de la eurozona (que excluye los precios de la energía) se haya mantenido plana en los últimos años, permaneciendo dentro de un estrecho rango de alrededor del 1 al 1,5% cuando se la mide en intervalos de dos años.

Pero hay una clara diferencia transatlántica, ya que la inflación calculada sobre la base de dos años está subiendo en Estados Unidos. Los precios estadounidenses que paga el consumidor han aumentado en más del 3,3% anual en promedio en los últimos 24 meses. Incluso el Índice de gastos de consumo personal básico se sitúa ahora por encima del 2,5% anual durante los dos últimos años, situándose claramente por encima del rango de entre el 1,5 al 2% que era habitual en la década anterior.

Otra razón por la que algunos temen que la inflación se acelere a partir de estos niveles relativamente modestos es el rápido aumento de los precios de muchas materias primas. Sin embargo, esto también era de esperar dentro del contexto de una recuperación mundial.

Si bien los precios de los futuros del petróleo crudo brevemente se tornaron en negativos durante el punto álgido de las turbulencias en el mercado financiero que fueron inducidas por la pandemia a principios del año 2020, el petróleo ahora se cotiza en precios que oscilan en niveles entre 70 a 80 dólares por barril. Se produjo un similar patrón de montaña rusa tras la crisis financiera mundial. Los precios de los futuros de gas se han disparado recientemente en Europa, pero ese pico puede que sólo sea temporal. Ya que los precios en los ‘hubs’ de gas en Europa son cinco veces más altos que aquellos en Estados Unidos, el arbitraje financiero aplicado al gas de esquisto estadounidense, gas que tiene un precio más barato, hará que los precios europeos vuelvan a bajar con el tiempo. Los precios de otras materias primas, como por ejemplo los metales, también tienden a subir cuando la industria se recupera.

Los precios más altos de las materias primas aumentan la inflación general a corto plazo, pero no necesariamente dan inicio a una espiral inflacionaria. Es cierto que sí se desarrolló una espiral inflacionaria tras las crisis del precio del petróleo de la década de 1970. Pero eso se debió a que los trabajadores y los consumidores en regiones importadoras de productos básicos, como por ejemplo Europa (y, en menor grado, Estados Unidos) se negaron a aceptar la pérdida de su poder adquisitivo (causada por una energía más cara) y exigieron salarios más altos para compensar.

Hoy en día es mucho menos probable que se produzca una espiral de este tipo. Al fin de cuentas, el auge de los precios de los productos básicos de principios de la década de 2000 no fue seguido por un aumento sostenido de la inflación. Esto se debió, en parte, a que la intensidad de la energía y las materias primas en las economías avanzadas ha disminuido con el tiempo, tal como sostienen los autores Olivier Blanchard y Jordi Gali en su documento de trabajo. Los precios actuales del petróleo y aquellos de muchos otros productos básicos parecen estar altos con relación a aquellos del año pasado; sin embargo, se mantienen por debajo del pico del año 2008.

Los bancos centrales se preocupan; y, por lo general, comienzan a endurecer su política, cuando una inflación más alta genera mayores expectativas de inflación entre los consumidores. Una vez más,  existe una divergencia transatlántica. Las encuestas a los consumidores realizadas por la Comisión Europea muestran que las expectativas de inflación cayeron durante la profunda recesión del año 2020 y desde entonces han aumentado. Pero su nivel actual sugiere que los consumidores de la eurozona no creen que la presión alcista ejercida sobre los precios sea más fuerte que aquella durante el período de recuperación de la crisis financiera mundial  (2010-2011). Por el contrario, una similar encuesta a consumidores realizada por la Reserva Federal de Nueva York muestra que las expectativas de inflación a mediano plazo en Estados Unidos hoy han alcanzado el 4%.

Los principales bancos centrales de la actualidad se asemejan a barcos que son peligrosamente empujados por la conmoción causada por el COVID-19 hacia lugares muy cercanos a los acantilados deflacionarios. Ahora el viento está cambiando, y sus anclas anti-inflación se están deslizando. Para el Banco Central Europeo, cierto deslizamiento podría ser algo bueno, porque anteriormente se encontraba anclado demasiado cerca de la orilla del mar. Sin embargo, la Reserva Federal de los Estados Unidos quizás debería comenzar a preocuparse por verse soltado a la deriva con dirección hacia altamar.

Daniel Gros is a member of the board and a distinguished fellow at the Centre for European Policy Studies. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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