Tras el resultado de las últimas elecciones autonómicas en el País Vasco y gracias al posterior acuerdo entre PSE y PP que se materializó el martes en el debate de investidura en que Patxi López fue elegido nuevo lehendakari, se ha producido un hecho destacado en la historia del Gobierno autónomo vasco, como es el que por primera vez no va a estar presidido ni compuesto por una fuerza nacionalista. Es así gracias a la aritmética parlamentaria, aunque no sin ciertas tensiones, recelos y prevenciones en el acuerdo entre socialistas y populares.
Recelos y prevenciones que, en lo fundamental, estaban justificados por parte de los populares debido a la política y actitudes que los socialistas han mantenido en los últimos años en relación con la negociación política con ETA y a sus acuerdos con fuerzas nacionalistas para conformar una especie de cordón sanitario que aislase políticamente al principal partido de la oposición. Pero, aunque es necesario que se mantengan ciertas prevenciones en cuanto al compromiso del combate al entorno terrorista, el acuerdo que ha permitido el cambio es un ejemplo más de lo que ya intuyó Maquiavelo en relación al aspecto positivo que puede tener el conflicto en política, al convertirse, si se sabe encauzar, en fuerza dinámica y fuente de salud para la comunidad, porque la política, en definitiva, es equilibrio de tensiones, reajuste de fuerzas en oposición.
El acuerdo entre las llamadas fuerzas constitucionalistas está justificado, desde mi punto de vista, no sólo -ni tanto- por desbancar del poder a fuerzas nacionalistas que lo han ejercido durante mucho tiempo -lo que es bueno por higiene y aireamiento democrático-, sino por la necesidad de que se plantee la tarea fundamental y más profunda, también más compleja, que se presenta a la sociedad vasca, que no es otra que acabar con el susurro del territorio salvaje que se oye en no pocos pueblos y zonas de ciudades en el País Vasco; ese territorio salvaje que Joseph Conrad utilizaba como metáfora del terror, cuyo mensaje susurra: «¡Haz lo que quieras, no tendrá significación alguna!».
Porque, si bien sería exagerado hablar del conjunto de la sociedad vasca como una sociedad totalitaria, es indudable que, en especial en algunas partes de su territorio y de algunas de sus instituciones existen resabios y tics totalitarios, ya algo más que en sus gérmenes, que es necesario combatir y extirpar para configurar una verdadera sociedad abierta, libre y democrática, que deje de ser una auténtica excepción en Europa. Los orígenes y características de los movimientos y regímenes totalitarios que tanto han perturbado y provocado sufrimientos sin cuento en nuestra época han sido ya estudiados con suficiente profundidad como para disponer de una radiografía que nos permita detectar recidivas de esa terrible patología moral y social.
La creación de unas mentiras originales son consustanciales a esos movimientos y regímenes -por ejemplo, la presunción de una conspiración mundial judía para el nazismo, o que el bienestar y la emancipación del proletariado mundial dependía del poderío y hegemonía de la Unión Soviética para el bolchevismo-. Mentira original para el nacionalismo extremista vasco es la existencia histórica de una pretendida nación vasca que habría que restaurar. A partir de esa ficción central, se crean unas organizaciones totalitarias para intentar concretar las mentiras propagandistas del movimiento en una realidad actuante, en una sociedad cuya mayoría de miembros actúen y reaccionen según las normas de ese mundo ficticio.
En definitiva, a la manera de la necesidad del pedaleo constante de la bicicleta para no caerse de la misma, también los eslóganes propagandísticos, basados en mentiras sin ninguna base objetiva, tienen que mantenerse constantemente porque sin ellos se quebrantaría toda la estructura del movimiento totalitario. Así, vemos que el protocolo de actuación del movimiento terrorista etarra se ajusta como anillo al dedo a estas pautas de actuación.
Hannah Arendt, en su conocido tratado sobre el totalitarismo, señala que el contenido de la propaganda totalitaria no es ya, en especial para los miembros del movimiento, un tema objetivo sobre el que la gente pueda formular opiniones, sino que se convierte «dentro de sus vidas en un elemento tan real e intocable como las reglas de la aritmética». De ahí la necesidad de desmontar con objetividad, constancia y de manera persuasiva a través de todos los instrumentos educativos, culturales y de opinión de que se disponga en Euskadi la ficción de las mentiras originales que basan el entramado del terrorismo totalitario. Con ello se ayudará también a barrenar una actitud mental que caracteriza y se desarrolla con el totalitarismo, basada -como ha apuntado el académico francés Alain de Benoist- en la fusión de dos elementos: una visión maniquea y mesiánica y un voluntarismo extremo.
Arendt, además, añade un argumento interesante: es en el momento de la derrota cuando se hace visible la debilidad inherente a la propaganda totalitaria, porque «sin la fuerza del movimiento, sus miembros dejan automáticamente de creer en el dogma por el que ayer todavía estaban dispuestos a sacrificar sus vidas». Receta interesante a la hora de combatir actualmente a movimientos totalitarios y terroristas como ETA o el islamismo fundamentalista. Es decir, primero y esencial es acabar con la estructura del movimiento totalitario y, a partir de ahí, sus miembros seguramente ya no estarán dispuestos «a sacrificar sus vidas» por esa ficción central.
Tarea importante, asimismo, en la nueva etapa que se abre en el País Vasco, es la de la recuperación del auténtico significado de palabras clave en una convivencia civilizada: libertad, independencia, legitimidad democrática, la historia y la nación españolas, fascismo, progresismo, etcétera… para que, usadas en cualquier proposición, se adecuen al estado real de cosas, combatiendo y neutralizando así la característica propia de la mentalidad totalitaria que consiste en la falsificación y perversión del lenguaje. El escritor y premio Nobel de Literatura John Michael Coetzee ha señalado que, más allá de la pesadilla de la reconstrucción de la historia que llevan a cabo los sistemas totalitarios está la pesadilla de la reconstrucción del propio pensamiento mediante la reconstrucción del lenguaje, y eso es lo que hay detrás de la fábula de George Orwell referente a una neolengua cuyo propósito es «hacer imposible todo crimen de pensamiento, porque no habrá palabras con qué expresarlo». Cometido ilusionante de la nueva etapa en el País Vasco es el que se ahorre a cualquier oído demócrata y decente el oír que a terroristas sanguinarios se les llame luchadores y héroes por la libertad y la independencia de un pueblo.
Por supuesto que, tarea primordial en este limpiar los establos de Augías en las tierras vascas es el combatir por todos los medios el terror y el miedo con los que algunos se señorean. En primer lugar, porque en no pocos sitios se aplica ya la característica del cuerpo político de todo gobierno totalitario que consiste en que el lugar de las leyes positivas es ocupado por el terror.
Terror que está íntimamente ligado a la propaganda, ya que el terror sin propaganda pierde buena parte de su efecto psicológico, mientras que la propaganda sin terror no alcanza toda su potencial repercusión. Se trata de ejecutar el terror con eficacia, mezclando una crueldad más o menos institucionalizada, mecánica e impersonal que humilla a la gente, unida a una crueldad personal que se contenta con hacerlas sufrir. Obligación imperiosa, pues, del nuevo Gobierno vasco es el asegurar sin ninguna excepción la aplicación práctica y cotidiana del imperio de la ley, así como taponar todos los canales de propaganda de que dispone la red terrorista.
Un cáncer con metástasis corroe a ámbitos más amplios de la sociedad vasca, que constituye otro imperativo el irlo extirpando: la aceptación o indiferencia bastante generalizada hacia los crímenes, la represión y los abusos causados por el terrorismo y por el poder con visos totalitarios ya existente en no pocos ámbitos políticos y sociales. Ejemplos no faltan de esa banalidad del mal y del terror: marginación e insultos a víctimas del terrorismo; exaltación de los terroristas en carteles, placas conmemorativas en pueblos y ciudades o en festejos; terroristas confesos que han ocupado incluso puestos destacados en el Parlamento vasco; gentes que siguen jugando una partida de cartas cuando uno de sus contertulios acaba de ser asesinado, etcétera…
Tal vez esas actitudes de pasividad e indiferencia ante crímenes monstruosos sean explicadas -que no justificadas, por supuesto- por ese terrible fenómeno que consiste en que la gente, cuando actúa en nombre de un grupo o de un movimiento, parece liberada de restricciones morales que sin embargo dominan su conducta como individuos. De ahí la importancia de combatir el espíritu tribal y la aparición de cualquier germen de mentalidad totalitaria, rechazando una educación basada en una ética colectivista en la que el principio de que el fin justifica los medios se convierte necesariamente en la norma suprema.
La destrucción de la sociedad civil, que por su naturaleza es diversa y plural, es consecuencia, también, de la aspiración a lo homogéneo propia de los totalitarismos, reduciendo la diversidad humana a un único modelo, en aras de cuya consecución se pretende una movilización total de las masas, con sacrificios y esfuerzos tensionados hasta el paroxismo hacia el objetivo último, en este caso la recuperación de una mítica nación vasca independiente.
En la medida en que las democracias liberales, en general, no están totalmente inmunizadas contra el totalitarismo, y en su seno se pueden dar fuertes tentaciones totalitarias -ejemplo paradigmático es lo que está sucediendo en el País Vasco-, hay que estar vigilantes y reforzar los principios fundamentales de esas democracias, el sistema político que menos obstáculos pone al individuo; ese vivir en democracia, que como señaló el poeta Joseph Brodsky es el punto medio entre la pesadilla y la utopía. Ésa es la tarea esperanzadora, aunque compleja y difícil, que para los auténticos demócratas y amantes de la libertad se debe plantear en la nueva etapa que se abre en el País Vasco.
Alejandro Diz, profesor de Historia de las Ideas de la Universidad Rey Juan Carlos.