El tema de la inmigración en Reino Unido como distracción

¿Odian los votantes británicos a los extranjeros, o solo a los aprovechados? Esa es la pregunta que planteó el primer ministro británico, David Cameron, en su tan esperado discurso sobre la inmigración a otros países miembros de la Unión Europea, pronunciado el mes pasado en las oficinas generales del fabricante de equipo pesado para la construcción, JCB.

La apuesta de Cameron es que a los votantes no les importa si los polacos o lituanos operan las máquinas JCB en obras de construcción por todo Reino Unido. Lo que afecta a los británicos son los inmigrantes que llegan a Reino Unido a aprovecharse de las ayudas sociales.

El discurso fue la respuesta de Cameron a las recientes salidas de dos parlamentarios del Partido Conservador para irse al Partido Independencia del Reino Unido (UKIP) que tiene una agenda anti Unión Europea y anti inmigración. Cameron teme que el UKIP quite votos al Partido Conservador en las elecciones generales de mayo próximo. Sin embargo, por inteligente que haya sido su discurso, es improbable que logre derrotar al UKIP –y centra el debate británico sobre su membresía en la UE en el tema equivocado.

Sin duda, el discurso de Cameron fue una apuesta propia más de un estadista que lo que muchos habían esperado –incluso dentro de su propio gobierno. Algunas de sus observaciones en semanas recientes habían sugerido que podría negar categóricamente el libre movimiento de ciudadanos de la Unión Europea –uno de los principios fundamentales– y desafiar a otros gobiernos europeos a oponerse a su decisión.

En cambio, Cameron hizo hincapié en el objetivo constante de Reino Unido de abrirse al mundo, pero restringir al mismo tiempo los derechos a las ayudas sociales de los migrantes de la UE. Propuso en específico exigir a los migrantes de la UE trabajar cuatro años en Reino Unido antes de ser candidatos a los subsidios sociales máximos que reciben los trabajadores británicos con salarios bajos, y acabar con las ayudas para los hijos de migrantes cuando dichos menores viven en su país de origen. Aunque esas medidas pueden ser objeto de reclamaciones ante el Tribunal Europeo de Justicia por discriminación, de cualquier modo es poco probable que surjan los dos escenarios antes de las siguientes elecciones.

El riesgo político para los conservadores es que están juzgando mal el sentir del público. Tal vez los votantes están incómodos con los extranjeros y con los aprovechados por igual. Si este es el caso, reducir las ayudas sociales a los inmigrantes será inadecuado. Esto no quiere decir que Cameron debe incluir también a los extranjeros en sus medidas. Al contrario, debe cambiar el debate para asegurar a los votantes que el futuro económico será prometedor.

En el contexto actual, los británicos, al igual que sus contrapartes en otros lugares de Europa, sienten que pagan mucho de impuestos para el tipo de servicios públicos irregulares que obtienen, pues a menudo dichos servicios se recortan, y están inconformes debido a la caída de sus ingresos en los últimos cinco años. En consecuencia, muchos ven mal a los receptores de programas sociales y temen la competencia en cuanto a los empleos –sentimiento que alimenta ahora el auge de partidos  populistas, anti-EU y anti-inmigrantes en Europa.

La diferencia fundamental en Reino Unido es que el UKIP está ganando apoyo entre los votantes pese al rápido crecimiento económico (más de 3% anual, la tasa más alta en la UE). De aquí a mayo, Cameron puede persuadir a los votantes de que la economía británica continuará con un sólido desempeño, que por ende generará un aumento en los ingresos. reales.

También sería de interés nacional cambiar el tema. Al insistir en la inmigración, Cameron corre el riesgo de vincularlo prioritariamente a la pregunta de si Gran Bretaña debería seguir en la UE. Él es, después de todo, el político que prometió realizar un referendo en 2017, si sigue siendo primer ministro, para saber si se va o se queda, después de un periodo descrito variadamente como una “renegociación” de la membresía de Reino Unido y una “reforma” de la estructura de la UE. Ahora Cameron lo hace ver como si la inmigración fuera la prueba crucial de dicho esfuerzo.

Ese es un gran problema. Para empezar, ya no hay mucho que los otros gobiernos de la UE puedan negociar en cuanto al libre movimiento de personas, que está consagrado en el documento fundador de la integración Europea, el Tratado de Roma de 1957.

En cualquier caso, Gran Bretaña recibe más migrantes de países fuera de la UE que de los países miembros de la UE. Asimismo, es más probable que los migrantes de Polonia, Italia y Francia regresen a su país que los migrantes de Somalia, Siria o la India. Si el público británico realmente se opone a la inmigración, es factible que se refieran a la inmigración no europea, y no a la llegada de digamos, estudiantes universitarios italianos.

De hecho, hay un asunto mucho más importante que debe ser el foco principal del debate británico de la UE: el futuro estatus de Reino Unido en la UE como Estado no miembro de la eurozona. Este es el tema en el que Cameron y el ministro de Hacienda, George Osborne, estaban centrándose hasta que UKIP surgió en las encuestas de opinión. Es tiempo de renovar ese enfoque.

El gobierno de Cameron debe reconocer que solo existe una razón de peso para plantearse si el Reino Unido estaría mejor fuera de la UE: el riesgo de que seguir fuera de la eurozona ponga a Gran Bretaña en una seria desventaja en la toma de decisiones de la UE, incluso en cuanto a las normas que rigen el mercado único.

Suena un poco técnico, y lo es. Sin embargo, determinar la relación entre Estados miembros de la UE al interior y fuera de la eurozona se puede hacer prácticamente en poco tiempo sin realizar nuevos tratados; de hecho se ha avanzado mucho en este frente.

Cameron y Osborne entonces podrían subrayar que ellos han buscado para el público británico lo mejor de dos mundos: un crecimiento económico mucho más acelerado que el crecimiento estancado de la eurozona, pero con todas las ventajas de la membresía de la UE, incluido el acceso al mercado único y una mayor influencia global. Esa narrativa sería mucho más poderosa que unos pequeños rasguños a los derechos de los inmigrantes a las ayudas sociales.

Bill Emmott, a former editor of The Economist, is the author of Good Italy, Bad Italy, and The Rivals: How the Power Struggle Between China, India, and Japan Will Shape Our Next Decade. Traducción de Kena Nequiz.

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