El tema migratorio estará en la boleta electoral de Estados Unidos en noviembre

Solicitantes de asilo se sientan en un campamento improvisado para inmigrantes en Matamoros, México. (Alejandro Cegarra/Bloomberg)
Solicitantes de asilo se sientan en un campamento improvisado para inmigrantes en Matamoros, México. (Alejandro Cegarra/Bloomberg)

Pocos días antes de Navidad, mientras servíamos tamales en un campamento para inmigrantes en Matamoros, México, justo cruzando la frontera desde Brownsville, Texas, una solicitante de asilo nos contó sobre su travesía hacia el norte desde Honduras. Mientras hablaba, su hijo de seis años se aferró fuertemente a su cuerpo, como si en cualquier momento pudieran llevársela y alejarla de él, un sentimiento que muchas madres conocen. El niño tenía razones para ser cauteloso: después de todo, su madre había sido secuestrada del campamento varios meses antes.

Una cicatriz áspera y oscura en su rostro contaba la historia: tras un largo y peligroso viaje a la frontera huyendo de la violencia con su hijo, la mujer había sido secuestrada por miembros de un cártel que estaba fuera del campamento esperando la oportunidad para aprovecharse de los solicitantes de asilo. Fue agredida y lesionada con un cuchillo, y fue devuelta a su familia luego de cobrarles recompensa.

Aunque hemos viajado por el mundo y sido testigos de las secuelas de la violencia y la guerra en muchos países, es devastador ver tanta desesperación tan cerca de casa. A cientos de kilómetros de su familia y amigos, estos solicitantes de asilo no han conseguido protegerse mucho del entorno en sus filas de toldos temporales y destartalados que se alinean por el río Bravo. Sus refugios pueden derrumbarse en cualquier momento y, sin infraestructura, es común que el agua y los alimentos se contaminen, causando que los más vulnerables se enfermen y debiliten. Alrededor del campamento, los cárteles esperan para explotar a los desesperados.

Hasta hace poco, Estados Unidos ofrecía un debido proceso para estos solicitantes de asilo dentro de la seguridad de la frontera estadounidense, mientras sus solicitudes eran procesadas. Sin embargo, en los últimos años, políticas crueles y miopes han dejado a miles de personas sufriendo y atrapadas en el limbo en nuestra frontera. Primero, deben esperar meses para incluso solicitar asilo debido a las políticas de “dosificación”, luego deben regresar a México y esperar una decisión que podría nunca llegar.

Recientemente, el gobierno de Trump propuso una nueva regla que le quitaría aún más protecciones a aquellos que huyen de la violencia y la opresión. La regla reduciría el número de solicitantes de asilo admitidos en Estados Unidos y obligaría a los jueces a negar las solicitudes —sin importar cuán justas sean— de los que lleguen a nuestras fronteras desde países más allá de México. También haría casi imposible que las víctimas de persecución de pandillas, violencia doméstica o de género soliciten asilo.

Escuchar las historias de la gente en Matamoros nos hizo recordar a nuestros familiares y amigos que huyeron de la persecución, así como a las generaciones de inmigrantes que tanto han contribuido con esta nación.

¿Quién entiende el valor de la libertad mejor que aquellos que han huido de la tiranía? ¿Quién conoce el valor de la justicia mejor que los que han enfrentado persecución y explotación? ¿Quién entiende la necesidad de una comunidad fuerte mejor que aquellos que han escapado de hogares destruidos?

Desde la llegada de los primeros colonos, inmigrantes, refugiados, personas en busca de una mejor vida y soñadores luchando por un lugar al cual pertenecer han ayudado a construir este país. De hecho, cerca de tres cuartas partes de los estadounidenses afirman que es importante recibir a aquellos que escapan de la guerra y la violencia, y una sólida mayoría cree que los inmigrantes fortalecen nuestra nación.

Es por eso que el candidato demócrata a la presidencia, Joe Biden está profundamente comprometido con el trato justo de aquellos que han tomado la dolorosa decisión de abandonar sus países con la esperanza de conseguir el sueño americano. Como presidente, restablecerá las protecciones de asilo y se asegurará de que los niños se mantengan a salvo junto a sus familias, no arrancados de los brazos de sus padres como sucede actualmente en nuestra frontera. Incrementará el número de refugiados a los que daremos la bienvenida a este país. También reformará nuestro sistema migratorio para crear un camino a la ciudadanía para los aproximadamente 11 millones de personas indocumentadas que ya forman parte de nuestras comunidades, mientras trabaja con nuestros vecinos para construir alianzas más solidas y asegurar mayor prosperidad y seguridad para todos.

A pesar del miedo y la incertidumbre que los solicitantes de asilo que esperan en Matamoros viven a diario, las familias siguen aferrándose a la fe que los trajo a nuestra frontera. Han creado una comunidad a partir del caos. Los educadores imparten lecciones para que los niños olviden la devastación que los rodea. Médicos y enfermeros atienden a sus compañeros de viaje. Nos dijeron que, a pesar de todo, seguían teniendo la esperanza de que el país que le ha dado la bienvenida a tantos que “anhelaban respirar en libertad” también les abra sus puertas.

A menudo solemos llamarnos una nación moral y una “ciudad resplandeciente en una colina”. Pero al ver la desolación en Matamoros —no causada por alguna guerra civil sino por nosotros mismos— no podemos evitar preguntarnos: ¿En esto nos hemos convertido? ¿Esto es lo que somos? En las elecciones de noviembre, debemos responder con claridad: no.

Estados Unidos merece un presidente que entienda que somos una nación de inmigrantes, unida no por la nacionalidad sino por un sueño compartido. Estamos unidos por nuestro deseo de estar a la altura de nuestras propias máximas aspiraciones y por una promesa: E pluribus unum (De muchos, uno).

Jill Biden fue la segunda dama de Estados Unidos de 2009 a 2017. Julissa Reynoso fue embajadora de Estados Unidos en Uruguay de 2012 a 2014.

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