El temor a contradecir

En Chile, país marítimo, existe, como es natural, una legislación pesquera, y el partido comunista, que forma parte de la coalición de gobierno, presentó hace poco una moción en el Parlamento con el objeto de anular esta Ley de Pesca. No estoy en condiciones de saber si la ley es buena o mala, no soy experto en la materia. Sé, en cambio, que no existen maneras de anular las leyes en el sistema constitucional chileno. Es posible derogarlas o modificarlas por medio de otros textos legales. Esto lo sabe cualquier persona que tenga una cultura cívica mínima. Uno se pregunta, entonces, si la moción del pequeño grupo parlamentario comunista fue deliberada o si fue producto del desconocimiento de nuestros grandes temas legislativos. Es un punto en apariencia menor. En España, por ejemplo, en un momento de seria dificultad para formar gobierno, puede que el asunto pase inadvertido. Se trata, sin embargo, de algo más que un detalle. Chile siempre estuvo orgulloso de su Estado de Derecho, bastante antiguo y sólido, pero que, como se sabe, ha sufrido interrupciones. En los años de la Unidad Popular de Salvador Allende, los peores enemigos de esa institución tradicional no fueron precisamente los comunistas: el ataque principal vino de algunas facciones del socialismo y de la extrema izquierda mirista. Los militantes comunistas, sin embargo, estaban destinados a ser las principales víctimas de un golpe de Estado de extrema derecha, y la situación cambió en forma dramática, no declarada, pero evidente, después del 11 de septiembre de 1973. El comunismo chileno, como reacción en apariencia inevitable, pasó a tener un brazo armado y una visión internacional menos moderada, más ajustada a la vieja ortodoxia marxista y estalinista. ¿Cómo se pudo llegar a una situación en que cuatro o cinco parlamentarios, sin decir ¡agua va!, proponen nada menos que anular una ley de la república?

El temor a contradecirHace una semana, algunos altos dirigentes de la democracia cristiana dirigieron cartas sobre esta materia a representantes del Gobierno. «Estoy convencido de la necesidad de reformar la Ley de Pesca –escribió uno de esos dirigentes–, pero esto es puro populismo», y enseguida se refirió expresamente al «temor del Gobierno a contradecir al PC».

Voy a decir mi opinión personal sobre el tema, y como todavía no estamos a la sombra de un socialismo real, espero no tener que pagar las consecuencias. «¿Siempre se ha de sentir lo que se dice –escribía don Francisco de Quevedo hace unos pocos siglos–, nunca se ha de decir lo que se siente?». Después del discurso en que Nikita Kruschev, en 1956, denunció los crímenes de la época de José Stalin, me pareció percibir una crisis moral, mental, política, en muchos de los militantes chilenos. Pablo Neruda, por ejemplo, abandonó su poesía social, de realismo declarado, y salió con una colección de poemas nostálgicos, irónicos, llenos de preguntas sin respuesta: Estravagario, publicado en Argentina en 1958. Otros militantes fieles, en cambio, murmuraron por lo bajo, de mal humor, que «el camarada Kruschev había exagerado mucho».

Después de la intervención militar de 1973, da la impresión de que la balanza de los militantes chilenos se inclinó para el otro extremo, hacia el viejo estalinismo, fenómeno que fue un error político de largas consecuencias. En una visita que hizo a Chile después de haber abandonado el secretariado general de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, con quien tuve ocasión de conversar durante un almuerzo, me dio, quizá sin proponérselo, una prueba impresionante de este cambio. El diario «El Siglo», que había comenzado a circular en forma discreta, le dirigió un ataque grosero, en el mejor estilo de los años de Stalin, con la firma de Volodia Teitelboim. En circunstancias de que Volodia, me comentó Mijail Gorbachov, me visitaba a cada rato en el Kremlin para asegurarme que él y sus amigos eran unos verdaderos «demócratas».

Estos «demócratas» se aliaron en años recientes con la coalición de partidos de centro-izquierda que formaba la Concertación, en otro paso político en que no faltaron los errores de varios lados. Ahora, instalados en el Gobierno y en el Parlamento, actúan con una impavidez notable, con una forma antigua y nueva de arrogancia intelectual, sin haber olvidado nada, como se dijo de los jacobinos franceses después de la gran revolución, y sin haber aprendido nada. En las vísperas de la muerte del general Franco, los grandes personajes del comunismo español se paseaban por Europa y trataban de dar una impresión general de flexibilidad, de apertura, de reflexión crítica. El eurocomunismo, iniciado en Italia, pero con matices que venían de casi toda Europa, era la tendencia dominante. Son transformaciones, revisiones internas, que el partido chileno, el más promoscovita de todos los partidos en los años cincuenta y sesenta, a pesar de algunas vagas veleidades kruschevistas, no conoció ni de lejos. Eran cuadrados, simples, ortodoxos, desconfiados de todo, y lo han seguido siendo hasta hoy mismo, a diferencia de sus colegas de Polonia, de Hungría, de Italia, de todas partes.

Hay ciertos procesos políticos que dejan huellas profundas, que hay que tratar de conocer en todos sus aspectos, y ciertas ingenuidades y debilidades que tienen consecuencias prolongadas. En eso estamos ahora en Chile, y los responsables de estas alianzas políticas contra natura deberían darle una vuelta al problema. No se trata de revivir un espíritu de persecución o de exclusión, felizmente descartado después del derrumbe de los socialismos reales, pero sí de mantener una conciencia crítica clara, ajena a temores, libre de fantasmas. Tener miedo de opinar para no molestar al glorioso partido, a sus disminuidos tercios, es una aberración de la vida democrática. Se puede aspirar a cambios en la vida de las sociedades, pero si los cambios son para peor, para recuperar vestigios de autoritarismos pasados, para introducir dudas o debilidades en el Estado de Derecho, hay que tener mucho cuidado. No hay que creer en consignas ni en asonadas callejeras, para decir lo menos.

Jorge Edwards, escritor.

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