El tercer hombre

Con los resultados de ayer boca arriba, a España solo le quedan dos posibilidades: repetir elecciones en el plazo legal más corto posible -en abril del próximo año- o ir a una investidura impulsada desde las peores pasiones antidemocráticas, que no hará otra cosa que dilatar los estertores de la buena convivencia a través del desgobierno en manos de Sánchez. El dirigente socialista es probablemente el mayor responsable de cuanto malo está aconteciendo en la vida pública española. Desde su contumaz «no es no», pasando por el atajo de una moción de censura vía una posible prevaricación judicial y con los apoyos de los golpistas, hasta llegar a esta nueva convocatoria, tras un cálculo errado, que solo evidencia su acusado narcisismo político.

De las dos alternativas, me quedo con la vuelta a las urnas. Votar nunca es perjudicial en democracia. Tan solo se requiere hacer pedagogía entre la ciudadanía. Eso, antes que un Gobierno de Sánchez con el apoyo de la extrema izquierda procomunista y las excrecencias del nacionalismo periférico, cuyo único objetivo es romper España.

Cabe una tercera posibilidad: buscar una persona independiente, de reconocido prestigio en España, al modo y manera que en su día en Italia, y proponerlo por parte de los dos grandes partidos para que presida un ejecutivo que nos permita salir del atolladero actual. Un gobierno de concentración, con presencia mayoritaria de ministros socialistas y algunos independientes puestos por el PP. Es la hora de demostrar altura de miras y, también, el momento de que populares y PSOE asuman responsabilidades constitucionales. Es la hora de defender a España, su unidad y el juego democrático, que pocas veces se han visto más amenazados que ahora.

Esta fórmula excepcional tampoco debería prolongarse mucho en el tiempo. Bastarían apenas dos años. Eso sí, habría de poner en marcha una profunda reforma del sistema, empezando por introducir la segunda vuelta para desenmarañar la compleja madeja que cada resaca electoral deja en España desde el 2015. Entonces, Sánchez rechazó un Gobierno de coalición, tras cosechar en aquel momento los peores resultados del PSOE, que él mismo todavía tuvo la deshonra de empeorar más tarde.

Seamos realistas. Para hacer realidad la vía de la concentración, sería necesario que Sánchez tuviese un arrebato de dignidad política y de cultura democrática. Me temo que no le acompañan ni la una ni la otra. Pero a estas alturas, comenzamos a tener una emergencia nacional y es necesaria esa tercera opción, ya que los españoles han desautorizado al inquilino de La Moncloa, verdadero culpable de estar en donde estamos. Su incapacidad para llegar a acuerdo a izquierda o a derecha, junto a su torticero camino para llegar al Gobierno, a través de la más oscura y espúrea moción de censura, están en el origen de todo este desgobierno que sufrimos, con unos partidos nacionalistas, de escasa garantía democrática, crecidos gracias al bienestar que el conjunto de los españoles garantizamos a sus votantes. Pero eso es harina de otro costal, y reflexión para otro día.

Las condiciones de la política española provocan que los mejores de la sociedad no se quieran dedicar a ella. Por eso, elección tras elección, los perfiles de los candidatos empeoran. Sánchez es hombre sin mérito alguno, con la sombra de la sospecha sobre el plagio de su tesis, y sin embargo ha llegado a gobernarnos. Consciente de sus limitaciones -o mejor dicho, consciente de que no tiene a dónde ir-, se agarra como un clavo ardiendo a permanecer en un lugar para el que no reúne condiciones ni apoyos suficientes. Buscará la muleta de la extrema izquierda, aunque eso signifique hacer más ingobernable España. Si fuese honesto consigo mismo, debería reconocer que la mayoría de los españoles no le apoya. Aun siendo el PSOE la lista más votada, tiene a medio país enfrente y eso lo deslegitima. Su obligación sería buscar un camino consensuado para que salgamos del lodazal en el que chapoteamos, en gran medida por su siniestra actividad política y gestión, carente de responsabilidad y generosidad para con España.

Mención aparte merecen Ciudadanos y Albert Rivera. Él sabrá quién lo asesoró a lo largo de estos años, pero el derrumbe de anoche se venía venir. Por muchas razones: su renuncia a administrar el millón de votos con que los catalanes depositaron su confianza en su partido, su inexplicable entusiasmo por la moción de censura a Rajoy, el no servir de apoyo a una posible solución moderada a la escasa renta de los socialistas en abril pasado o el espectáculo lamentable de negociación en la formación de gobiernos municipales y autonómicos, invocando la corrupción de manera sistemática como todo gran argumento, sin aportar desbloqueos ni soluciones a la ciudadanía.

Pablo Casado ha mejorado ostensiblemente. Es uno de los ganadores de la noche, si bien su progreso solo sirve para comprobar que el centro derecha no volverá a gobernar este país hasta que no se presente unido. De haber sido aceptada, la propuesta de Casado de crear «España suma» dibujaría ahora mismo otra situación bien distinta. Los tres partidos -PP, Vox y Ciudadanos- representarían la voluntad de más de diez millones de personas, y seguramente tendrían mayoría absoluta. Nada más estéril que pensar lo que pudo ser y no fue. Ahora bien, queda una lectura pendiente: Vox y PP por separado, abrazando un ideario muy similar, no van a gobernar. Están llamados a entenderse, y Casado sigue teniendo como gran reto de su carrera política volver a unir el espacio de centro derecha.

La subida de Vox era el cálculo perverso que Sánchez y algunos asesores suyos guardaban en lo íntimo de su corazón. Cataluña, con su inestable situación, y la exhumación de Franco fueron dos buenos motivos para agitar a un electorado enfadado, que tan solo encuentra en Vox una vía de escape a su malestar. No puede ni debe nadie despreciar los casi cinco millones de españoles que han expresado su voluntad a través de la papeleta para Abascal. Ignorarlo sería también un error político de enorme calado. Hay una España muy molesta, como en 2015 había una indignada. El buen gobernante dirige la nación con el viento favorable de la mayoría de la opinión pública. Ahora mismo, no adivino a nadie en España con semejante condición y apoyo.

Bieito Rubido es director de ABC.

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