El tesoro de la flor de almendro

Debo confesar que no conocía al filósofo Byung-Chul Han. Lo descubrí en Roma, el pasado lunes, removiendo libros en la librería Altroquando, en Via del Governo Vechio, una calle estrecha y oscura, repleta de encantadores negocios de arte antiguo y de talleres mecánicos, situada entre Castel Sant’Angelo y Piazza Navona. No es una librería espectacular, pero me gusta: allí encuentro lo esencial, huyendo del tsunami de novedades que me agobia en las librerías monstruosas tipo Feltrinelli. Estaba hojeando los típicos ensayos italianos sobre el malestar de Italia cuando, de repente, mis ojos se prendieron de un título que resume a la perfección lo que nos está pasando en Occidente: La società della stanchezza. La sociedad del cansancio. Un ensayo corto, que puede leerse en el tiempo que se tarda en regresar de Roma a Girona (al llegar, veo que aquí lo ha editado Herder).

Sostiene ByungChul Han: así como la sociedad disciplinaria producía criminales y locos, la sociedad que ha inventado el eslogan “Yes, We Can” produce individuos agotados, fracasados y depresivos. Los individuos actuales tenemos tantas posibilidades y exigencias de realización, tanta información, tantos posibles itinerarios vitales que no podemos resistirlo. No podemos, pero nos lo imponemos. Cada época tiene sus enfermedades emblemáticas, dice Han. La invención del antibiótico acabó con la época bacterial y las técnicas inmunológicas han frenado las posibilidades malignas de los virus que llegan del exterior. En cambio el siglo XXI está reafirmando un peligro nuevo, que no proviene del exterior, sino del interior. Que no proviene de la “negatividad” sino de la “positividad”. ¡Seamos positivos!, reclama todo el mundo. Pero este “ser positivos”, este afirmar constantemente la confianza en nuestras fuerzas, nos reseca el ánimo. El “sí, podemos” nos destroza, nos maltrata, nos explota. Ya no nos explota el poder económico, somos nosotros los que nos explotamos al exigirnos el “Yes, We Can”.

Las enfermedades más representativas del presente son –sostiene Han– las de dentro: depresión, trastorno por déficit de atención, hiperactividad, fatiga crónica, malestares... Malestares causados por la presencia del estrés en un organismo obligado a confrontarse sin parar a retos de todo tipo. Retos de trabajo y de ocio, retos con amigos o contra rivales, retos profesionales y amorosos, retos de conocimiento y de poder, retos de cambios y de innovaciones, retos en las relaciones afectivas, en las competitivas, frente al ordenador o el smartphone. Retos a cada momento del día: intentando responder a las infinitas posibilidades de diversión, de éxito, de consumo a las que no podemos, no sabemos renunciar. Es la sociedad multiatareada.

Una de las afirmaciones del ensayo de Byung-Chul Han más sugestivas es su lamento por la desaparición del tedio. En la sociedad del multitasting está prohibido aburrirse. Está prohibido no tener nada concreto que hacer. Ha desaparecido el aburrimiento profundo que Walter Benjamin definía como “el pájaro encantado que incuba el huevo de la experiencia”. Sin aburrimiento, sin tiempo muerto, sin contemplación, no hay experiencia, es decir, percepción de lo vivido.

Por eso la contemplación, sea en forma de experiencia religiosa, espiritual, intelectual o natural es considerada hoy en día una rareza, una extravagancia, incluso una ridiculez. Quisiera terminar este artículo haciendo memoria, precisamente, de una deliciosa extravagancia a la que tuve suerte de asistir el domingo 10 de febrero, en el cementerio de Sant Gervasi. Un centenar de personas de todas las edades se reunieron para cumplir un ritual que se realiza desde hace unos setenta años, cuando unos lectores plantaron un almendro junto a la tumba de Joan Maragall. Reunirse ante el almendro florido del poeta para leer y escuchar poesías no es un espectáculo, ni una celebración. Es un acto de contemplación.

El poeta Maragall escribió sobre el paso del año. Le gustaba la flor del almendro, que florece a finales de enero, en pleno invierno. Ingenua e inocente, la flor del almendro levanta sus banderitas blancas en el hostil invierno, que es la muerte. El invierno todavía es dominante, pero la flor del almendro, que aspira a la libertad vital, se arriesga a perderlo todo. “No eres todavía el mejor tiempo, / pero ya tienes su alegría”. Romántico y regeneracionista, Maragall idealizaba la inocencia. Creía que lograría regenerar con su libertad instintiva la sociedad catalana de su tiempo: muerta, invernal. Ya sabía que la inocencia generalmente es vencida por el invierno. Aunque no sometida. “Con una añada buena, recupera el almendro las diez que perdió”.

Gente de todas las edades se reunieron en aquel cementerio de Barcelona, entre esculturas románticas que se recortaban sobre el mar de Barcelona, en un domingo ventoso de invierno. Quizás no es gran cosa. A mí me pareció un pequeño tesoro. He aquí una manifestación de lo que llamo “minorías creativas”: resisten la presión siniestra del tiempo de muerte que nos abruma, no con las armas convencionales, completamente inútiles, sino mediante comportamientos resistenciales. Y es que, para paliar el sufrimiento contemporáneo, quizás es mejor pasar una mañana junto a un almendro florido escuchando viejos poemas. Mejor que clavar inútiles martillazos contra las cadenas invisibles con las que nosotros mismos nos esclavizamos.

Antoni Puigverd

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