El tesoro desaprovechado del español

España no es una potencia económica de primer nivel, ni posee una capacidad militar fuera de lo común ni alberga grandes reservas naturales; sin embargo, tiene el tesoro de la lengua española, el segundo idioma de comunicación internacional, con 490 millones de hablantes nativos, a los que se suman 75 millones de usuarios con un conocimiento limitado y 22 millones de estudiantes. En total, más de 585 millones de personas en todo el mundo pueden expresarse hoy en español, una cifra que irá en aumento en las próximas décadas hasta llegar en 2068 a los 724 millones de individuos, según las previsiones que maneja el Instituto Cervantes.

La existencia de una comunidad lingüística tan numerosa y extensa constituye un activo de incalculable valor, porque multiplica la potencia del idioma como vehículo de transmisión cultural, económica, política y científica. Resulta difícil imaginar, por ejemplo, que las empresas españolas hubieran alcanzado un grado de penetración tan alto en Iberoamérica de no ser por el hecho de compartir el mismo idioma. La lengua supone un formidable instrumento de diplomacia pública que permite proyectar de forma positiva la imagen de un país y contribuye a fortalecer su posición en el mundo.

De ahí que todos los países con un cierto grado de desarrollo fomenten, en mayor o menor medida, la promoción internacional de su patrimonio lingüístico como uno de los ejes de su acción exterior. Francia e Italia son pioneras en este terreno, porque ya a finales del siglo XIX fundaron la Alliance Française y la Società Dante Alighieri. El British Council se creó en 1934, y el Goethe Institut, en 1951. España sería el último de los grandes países europeos en dotarse de un instituto cultural, pues el Cervantes no nacería hasta el año 1991.

El retraso en la fundación del Instituto Cervantes es sintomático del escaso interés que existe en España por la difusión internacional de nuestra lengua. Desde hace bastantes años, la cuestión lingüística está dominada más bien por la voluntad de las fuerzas nacionalistas de imponer el uso hegemónico de los idiomas autóctonos en sus respectivos territorios. Hemos llegado a un punto en el que se observa con normalidad el intento de arrinconar la lengua oficial del Estado y, en cambio, se cuestiona la creación de una Oficina del Español en la Comunidad de Madrid.

La expansión internacional de la lengua constituye un tema marginal en la agenda pública, y ello a pesar de que el español presenta unas perspectivas de crecimiento realmente halagüeñas. Quizá piensen nuestros dirigentes políticos que no hace falta incentivar la difusión de un idioma tan pujante. Ensimismados en las cuestiones de política interna, ignoran que el español no es patrimonio exclusivo de nuestra nación y que al otro lado del Atlántico hay países, como México, Argentina o Colombia, que están asumiendo un papel creciente en la promoción internacional del idioma.

Merece la pena detenerse en el caso de México, que -no lo olvidemos- es el país más poblado de la comunidad hispanohablante. La Universidad Nacional Autónoma de México cuenta desde hace exactamente cien años con un Centro de Enseñanza para Extranjeros que tiene como misión «universalizar el conocimiento sobre la lengua española y la cultura mexicana». Pues bien, el año pasado este centro impartió cursos a más de 500.000 alumnos de 70 nacionalidades. México, además, lidera la concesión de certificados de conocimiento de español en Estados Unidos.

Que existe una fuerte demanda internacional por aprender nuestro idioma es tan cierto como que España está desaprovechando el mayor tesoro que tiene para su posicionamiento en el exterior. Se echa en falta un plan estratégico basado en la idea de que la mejor manera de apoyar la difusión de nuestra cultura, de nuestras empresas y de nuestra producción científica pasa por potenciar la lengua española en el mundo a través de todos los organismos existentes, con el Instituto Cervantes a la cabeza.

En ese sentido, sería indispensable ampliar la estructura internacional del Instituto Cervantes. En la actualidad, opera en 45 países, mientras que la Società Dante Alighieri tiene presencia física en 61 países, el Goethe Institut en 98, y el British Council y la Alliance Française en más de una centena. Resulta incomprensible el tamaño relativamente menor de la red española, teniendo en cuenta la proyección de nuestra lengua frente a otros idiomas como el italiano o el alemán.

Por lo que se refiere a la distribución geográfica, el Instituto viene concentrando sus recursos en Europa, el norte de África y Brasil, y adolece de una escasa presencia -a todas luces insuficiente- en las dos regiones del mundo con mejores perspectivas económicas y demográficas a largo plazo, que son Asia-Pacífico y el África subsahariana. Por ejemplo, en China apenas hay dos centros Cervantes, uno en Pekín y otro en Shanghái, la mitad que en Italia (Roma, Milán, Nápoles y Palermo). Convendría corregir este desequilibrio para que el conocimiento de la lengua española impulsara nuestra imagen país tanto en Asia-Pacífico como en los países subsaharianos.

Otro aspecto en el que el Instituto Cervantes debería profundizar es la colaboración con las empresas españolas implantadas en el exterior. Hace treinta años, cuando se fundó el organismo, nadie podía prever que España llegaría a contar con varios miles de empresas multinacionales. Esas compañías representan hoy un vector nada desdeñable para la difusión de nuestra lengua y nuestra cultura, de manera que podrían surgir grandes sinergias de la cooperación público-privada.

En fin, para que el Instituto Cervantes se convierta en el principal referente de la enseñanza de español en el mundo, es necesario aumentar su dotación presupuestaria y resolver sus problemas burocráticos; pero por encima de todo hace falta que nuestras autoridades tomen conciencia de que España es un país privilegiado no por su fuerza económica o militar, sino por el hecho de contar con la segunda lengua más hablada sobre la faz de la tierra, lo cual nos otorga unas oportunidades magníficas para ganar influencia fuera de nuestras fronteras.

A lo largo de la Historia, España ha dado sobradas muestras de su capacidad para boicotearse a sí misma. Esperemos que esta vez no suceda lo mismo con la promoción internacional del idioma. Descuidar el tesoro de la lengua española sería tanto como despreciar nuestro pasado y renunciar a un futuro prometedor.

Balbino Prieto es presidente de honor del Club de Exportadores e Inversores Españoles.

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