El ticket soñado

En el largo proceso de las elecciones presidenciales estadounidenses, un momento decisivo es cuando al terminar las primarias de cada partido, los ganadores eligen su segundo, el candidato a vicepresidente que completa así el tique final que se presenta a los electores: Clinton y Gore, Bush y Cheney, Obama y Biden, Trump y Pence... El candidato a vicepresidente ha de complementar a su líder y atraer votos de otros colectivos; si uno es de un Estado industrial, el otro será de uno rural; si uno lleva años en Washington, buscará un socio gobernador de un Estado, etcétera.

Los sistemas parlamentarios no permiten ejercicios equivalentes, ya que la composición del Gobierno depende de los resultados de las elecciones legislativas. Así será en las próximas elecciones catalanas: los votantes apoyarán una lista; el Parlamento resultante elegirá una mesa y un presidente, que a su vez encargará al líder con más opciones iniciar los contactos para lograr una investidura. Si resulta investido, formará Gobierno y solo entonces elegirá vicepresidente. Si nos saltáramos todas esas normas y pudiéramos elegir ahora el mejor tique, es obvio que sería el formado por Inés Arrimadas como presidenta y Marta Rovira como vicepresidenta, o viceversa, según quién saque un mejor resultado en las elecciones, Ciudadanos o ERC.

La falsa calma instaurada desde finales de octubre, tras probablemente el peor mes de la historia de la democracia española, no debe ocultar la terrible fractura de la sociedad catalana. Tras un lustro largo de manifestaciones masivas soberanistas, la Cataluña no independentista ha demostrado que las calles también son suyas. Hay un primer paso inaplazable: que el nacionalismo catalán acepte y reconozca la otra mitad de la sociedad catalana; no puede hablar con Madrid sin antes aclarar su conversación interna. Porque ahora ya es innegable que hay dos Cataluñas muy movilizadas cuyas relaciones se mueven entre el recelo y la animadversión. Golpistas frente a fascistas, en la versión simplificada con que abrió Jordi Évole el debate entre las dos mujeres de nuestro tique. ¿Y la tercera Cataluña, la que intenta salvar un catalanismo incluyente y abierto, con la mano tendida y presta la reconciliación? Es un intento loable, pero no parece tener suficiente peso y, además, cuando la brecha llega a cierto tamaño, el único pacto posible es entre los extremos, que por su posición son los únicos capaces de generar energía centrípeta.

Más allá de la complicada aritmética de los pactos, asumamos que una de las dos Cataluñas logra suficientes escaños para gobernar. En ningún caso será una mayoría holgada. Lo que habrá será una muy amplia minoría, pongamos del 48%, que no solo discrepará del nuevo Gobierno, sino que pondrá en cuestión su legitimidad y, por tanto, el consentimiento necesario para que las instituciones funcionen. Tendríamos así el Gobierno ilegítimo del 155, que encarcela a la oposición, expolia el museo de Lérida, falsea el censo y quiere arrasar Cataluña, o el Gobierno ilegítimo de la DUI, que violó el Estatuto y la Constitución en septiembre, organizó un referéndum ilegal en octubre y declaró una fugaz independencia en noviembre, que retoma las riendas para seguir donde lo dejó. En cualquiera de los dos casos, media Cataluña repudiará su Gobierno.

Arend Lijphart es un eminente politólogo holandés que en los años sesenta definió el modelo consociacional como la clave para lograr democracias estables en sociedades fuertemente divididas por ejes étnicos o religiosos —su estudio original era sobre Holanda y sus minorías religiosas—. Las democracias consociacionales se caracterizan porque los representantes de los distintos grupos comparten el poder de modo que las minorías cuentan con protecciones reforzadas. Como todos los grupos forman parte del Gobierno, el sistema genera amplias lealtades. El ejemplo quizá más exitoso en tiempos recientes de pacificación de una sociedad partida, el caso de Irlanda del Norte, es consociacionalismo puro. La demostración más llamativa fue cuando tras más de 3.500 muertos, Ian Paisley, el furibundo líder unionista del DUP, compartió tique con Martin McGuinness, del Sinn Féin y antiguo comandante del IRA.

Lo importante no es solo apreciar que gobernaran juntos, sino entender que solo ellos podían hacerlo de modo creíble. Y si ellos fueron capaces, es obvio que Rovira y Arrimadas podrán sentarse a buscar puntos de acuerdo y políticas de consenso, establecer prioridades, aprenderse las cifras del paro y de la violencia de género, tender puentes y restañar heridas. Por eso son la mejor combinación, el tique soñado.

Miguel Aguilar es editor.

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