Mary Robinson, icono internacional en la defensa de los derechos humanos, recientemente condecorada por Obama con la Medalla de la Libertad, marcó un antes y un después en su país. Esta profesora de Derecho, miembro del Partido Laborista, de origen católico y casada con un protestante, fue la primera mujer en acceder a la presidencia de Irlanda en 1990. La independencia de Eire, el nombre de Irlanda en gaélico, en 1922, fue un largo sueño para muchos. Ya en el siglo XVIII, el protestante Wolfe Tone, uno de los padres del movimiento nacionalista, hablaba de romper con Inglaterra, «la causa eterna de nuestros problemas. Irlanda no será plenamente libre, próspera y feliz mientras no sea independiente». Pero con la independencia no se resolvieron todos los problemas; en realidad, se produjo un bajón económico, social y cultural que duró décadas. Hasta que en 1990 Robinson inauguró una era de éxitos que llegó a bautizar a Irlanda como el Tigre Celta. Y es que Irlanda puede ser, a veces, una tierra de contrastes. Después de siglos de pobreza e, incluso, de hambre, durante una década, entre 1995 y el 2005, llegó a ser la economía que más creció en el mundo occidental, hasta el índice de un 7% y un 8%.
Pasó a ser un país de recién llegados, cuando la emigración había caracterizado al país durante siglos. Las inversiones de multinacionales, principalmente norteamericanas, fueron decisivas en este cambio y también lo fue el boom de la construcción. Los países pequeños miraban a Irlanda como el modelo a imitar. Por si esto fuera poco, su éxito también fue político. En la época de Robinson se resolvió un problema de terrorismo endémico e Irlanda y Gran Bretaña se unieron para resolver las décadas de violencia y odio en el Ulster con el exitoso Acuerdo de Belfast en 1998 y el fin gradual de la violencia.
Mientras la situación en el norte de la isla se consolida políticamente, en cambio, la República pasa ahora por la peor crisis en el mundo desarrollado, en plena crisis global. La burbuja de la construcción ha estallado, las multinacionales están despidiendo a personal y los próximos cinco años se prevén verdaderamente difíciles. Irlanda ya no es la pequeña economía que ganaba a los gigantes. Los bancos habían corrido demasiados riesgos y, especialmente al final del boom de la construcción, se disparó su crecimiento económico en construcción y especulación de la propiedad. El primer ministro Bertie Ahern tuvo que dimitir, huyendo de acusaciones de corrupción, justo en el momento en el que la crisis empezaba y todos los problemas caían sobre el actual primer ministro, Brian Cowen, anterior responsable de economía y miembro del mítico Fianna Fail, partido fundado por De Valera, que ha mandado mayoritariamente en Irlanda. En este contexto, no es sorprendente que las encuestas muestren que el 85% de la población está insatisfecha con el Gobierno y que los rivales Fine Gael y laboristas vayan ganando terreno.
Ahora el Gobierno se ve obligado a aumentar las tasas, a rebajar el gasto público muy rápidamente y acaba de crear un organismo para pagar las deudas a los bancos. Se prevé que el paro llegue a un 15,5% en el 2010. Por otro lado, no podrá atraer una nueva oleada de inversión extranjera, ya que Irlanda es uno de los países más caros de la UE.
Al Gobierno le esperan tiempos difíciles con los sindicatos en los próximos recortes de sueldos públicos y de beneficios sociales a pensionistas y parados. El impacto en educación ya es impresionante. El editorial del prestigioso Irish Times denunciaba la escala de este impacto. Al menos 400 profesores serán despedidos, podrían ser miles, y se abolirán más de 100 clases para escolares con necesidades educativas especiales. Todos estos recortes en un país donde el gasto en educación es el segundo más bajo de la UE y con unas ratios de alumnos por profesor de las más elevadas.
El 2 de octubre, Irlanda celebrará el segundo referendo europeo, que es clave para el futuro de la UE. Los irlandeses rechazaron el Tratado de Lisboa, pero ahora probablemente lo aceptarán. Europa les ha resultado muy beneficiosa, no tanto por las ayudas que han recibido como por la importancia de formar parte de ella, porque eso ayudó a atraer multinacionales que vieron la isla como una buena base para exportar a Europa. «Un resultado negativo representaría una retirada espiritual de Europa y nuestro aislamiento económico», advierte el ministro de Economía, Brian Lenihan.
Además de una profunda crisis económica, no hay que menospreciar la profunda crisis religiosa por la que atraviesa el país. Después de los perversos escándalos sexuales en el seno de la Iglesia católica, que han estallado en estos últimos años y que afectaron a miles de personas durante décadas de fanatismo religioso, esta institución, primer signo de identidad irlandesa, pasa por las horas más bajas y ya se están empezando a escuchar replanteamientos profundos, que proyectan una nueva mirada a la historia. ¿Qué falló para que el país cometiera tantos errores tras la soñada liberación colonial?
Así pues, la isla de los santos y de los eruditos, como era conocida en época medieval, está viviendo un masivo cambio social, económico y de concepción propia, que quizá eliminará algunos santos, pero que hará bien en recuperar tantos sabios como pueda. Los va a necesitar para volver a impulsar el país hacia una buena dirección, pero con un impulso que, en esta ocasión, sea duradero.
Irene Boada, filóloga y periodista.