El TLCAN necesita ser actualizado, no revocado

Los representantes en la renegociación de México, Ildefonso Guajardo; Canadá, Chrystia Freeland, y Estados Unidos, Robert Lighthizer, durante una conferencia el 27 de septiembre. Credit Lars Hagberg/Agence France-Presse — Getty Images
Los representantes en la renegociación de México, Ildefonso Guajardo; Canadá, Chrystia Freeland, y Estados Unidos, Robert Lighthizer, durante una conferencia el 27 de septiembre. Credit Lars Hagberg/Agence France-Presse — Getty Images

Canadá, México y Estados Unidos pertenecen a un mismo vecindario norteamericano y los tres países se benefician de ser prósperos y fuertes.

Norteamérica está en una encrucijada, invadida de escepticismo sobre las virtudes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la relación de Estados Unidos con sus vecinos. Ese escepticismo no toma en cuenta la considerable ventaja competitiva que el acuerdo le ha dado al mismo Estados Unidos y que, además, ha transformado a América del Norte en una fuerza global.

El TLCAN fue firmado en 1993, cuando la economía era más sencilla. Tenemos la oportunidad única de aprovechar que los tres países están reunidos en una mesa de negociación para modernizar el acuerdo y volverlo, de nuevo, un pacto comercial novedoso. Para mantener la ventaja competitiva de Norteamérica, tenemos tres ideas que pueden ayudar a actualizar y mejorar el TLCAN en vez de tirarlo por la borda.

Primero, hay que tomar en cuenta que la economía digital apenas si existía en 1993; ahora es una gran parte de la economía global y entonces debe ser incorporada al TLCAN. Eso beneficiará a todas las empresas, en particular a aquellas pequeñas y medianas que hacen uso de internet para poder exportar dentro de la región y al resto del mundo.

Segundo, hay que reformar las regulaciones del TLCAN respecto de las compañías estatales. La competencia entre estas —que frecuentemente reciben subsidios gubernamentales— es habitualmente injusta; una cláusula del TLCAN que regula la participación de empresas estatales en Norteamérica serviría como argumento a favor de incluir una cláusula similar en las reglas de la Organización Mundial del Comercio. Eso equipararía el terreno de juego para el comercio global entre los tres países del TLCAN; para cada uno de los tres su déficit comercial binacional más grande es con China, que favorece abiertamente a las empresas estatales.

Tercero, las compras de gobierno en las tres naciones deben abrirse a la competencia para que cualquier compañía norteamericana pueda postularse para los contratos. Además deberían agregarse medidas para combatir la corrupción.

Ser parte de la zona de libre comercio en América del Norte ha ayudado a que industrias de manufactura de Estados Unidos como la automotriz, la electrónica y la aeroespacial sean más competitivas en comparación con sus competidores asiáticos y europeos. Esa mayor competitividad se deriva principalmente del desarrollo de cadenas de suministro verticales a lo largo de veinticuatro años, que aprovechan las economías de escala: la producción se da donde es más eficiente.

Las fronteras nacionales importan poco y el ensamblaje final usualmente tiene poco que ver con el origen nacional de las partes. Hoy en día las manufactureras estadounidenses y canadienses dependen de proveedores mexicanos para mantenerse competitivos y para poder exportar sus bienes a nivel global.

Se dice mucho contra los déficits comerciales, pero revocar los acuerdos comerciales no es lo que arreglará esos cálculos. Si un país consume más de lo que produce, va a importar más de lo que exporta. El gran culpable es el gasto federal deficitario, un acto que atenta continuamente contra el ahorro. Si controlas eso, controlas los déficits comerciales.

Imponer aranceles al comercio dentro de Norteamérica afectaría la demanda y el precio de los bienes finales importados por Estados Unidos desde México y Canadá. También afectaría la demanda de bienes intermedios producidos en Estados Unidos que son exportados a México o Canadá para su ensamblaje final. En un estudio de 2010, casi 40 por ciento de las importaciones que Estados Unidos hace desde México tenían su valor agregado vía Estados Unidos, y el 25 por ciento de las importaciones desde Canadá tenían valor agregado por medio de Estados Unidos.

Imponer aranceles al comercio dentro de Norteamérica afectaría la demanda y el precio de los bienes finales importados por Estados Unidos desde México y Canadá. También afectaría la demanda de bienes intermedios producidos en Estados Unidos que son exportados a México o Canadá para su ensamblaje final. En un estudio de 2010, casi 40 por ciento de las importaciones que Estados Unidos hace desde México tenían su valor agregado vía Estados Unidos, y el 25 por ciento de las importaciones desde Canadá tenían valor agregado por medio de Estados Unidos.

Las principales categorías de exportaciones estadounidenses hacia México y de México hacia Estados Unidos son casi las mismas: vehículos, maquinaria y equipo eléctrico. Los productos norteamericanos cruzan las fronteras varias veces antes de llegar al consumidor. Romper esas cadenas de suministro tendría consecuencias no solo para México y Canadá, sino para las exportaciones estadounidenses.

Los países norteamericanos deberían estar trabajando hacia una mayor integración en temas de energía y seguridad nacional. Cuando se negoció en un inicio el TLCAN, el sector energético fue excluido porque las industrias de petróleo, gas y electricidad de México eran controladas por el Estado.

Pero en los últimos años, México ha abierto esos sectores a la competencia y la inversión extranjera. Los tres países deberían trabajar para que haya un mercado energético integrado dentro de América del Norte; eso favorecerá la independencia energética y la seguridad nacional de la región.

México, Canadá y Estados Unidos deben asegurar la verdadera frontera de Norteamérica: la del sur de México. Uno de los argumentos de Donald Trump para revocar el TLCAN es la inmigración ilegal de México hacia Estados Unidos y el efecto que tiene en los obreros de este último país. La verdad es que la migración en números netos desde México ha sido de cero o incluso negativa durante casi una década. Si Estados Unidos quiere hacer algo sobre la inmigración ilegal, debería en su lugar fijarse en las condiciones del norte de Centroamérica.

George P. Shultz fue secretario del Tesoro durante el gobierno de Richard Nixon y secretario de Estado durante el de Ronald Reagan; actualmente es académico del Instituto Hoover en Stanford. Pedro Aspe es exsecretario de Hacienda de México.

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