El todo vale de la derecha

Galicia no tiene una gran ciudad. Pero a través de la A-9, la autopista que la vertebra de norte a sur, acaso se haya alcanzado ya aquel sueño que diseñó el arquitecto Albalat hace unos cuarenta años. Lo llamaba La Ciudad de las Rías...

Como no tenemos una gran ciudad, los gallegos podemos bajar hasta Madrid haciéndonos/sintiéndonos todavía algo provincianos. Quienes padecemos de tal síndrome solemos superarlo calificando estos viajes con frase hecha y antigua, algo faltona y retrechera. «Mañana me bajo al moro», decimos antes de desplazarnos a la capital de las Españas.

Cuando nos bajamos al moro y casi por azar nos encontramos con alguien de Madrid, solemos aguzar el oído y permanecer a la escucha el mayor tiempo posible. No se sabe si es la condición de provincianos o la de gallegos la que nos lo permite, acaso hasta la exasperación, pero, ante la realidad que contemplamos, solemos proceder respondiendo con el consabido no sabe/no contesta, que tanto nos lleva ayudando a sobrevivir a lo largo de la historia. Nos sigue funcionando. Pero, si nos fallase, aún nos quedaría el depende y, si nos apurasen mucho, el por un lado ya ves y por otro qué quieres que te diga. Luego, a lo mejor, contamos algo. Depende. Depende porque, agotados todos los recursos, aún resta el si te digo la verdad, te mentiría o ahora que lo sabes, espera que te lo cuento yo.

En resumen, finalizado este cursillo acelerado de antropología sociocultural galaica, por el que expreso las debidas disculpas, déjenme que, ahora que ya lo saben, sea yo quien les cuente la verdad de lo escuchado en la última visita. La de hace unas pocas horas, tan pocas que estoy todavía de regreso de ella. Al final podrán ustedes poner boca de pollo, arquear las cejas, encogerse de hombros y forzar la expresión que delate la perplejidad en la que se han visto sumidos.

En Madrid, con independencia de ese debate sobre el estado de la nación en el que al parecer José Luis Rodríguez Zapatero vapuleó a Mariano Rajoy, circulan rumores. Esos rumores señalan que, enfrentados por un quítame allá esos papeles, o esos legajos, piensan los nacionalistas que, si se pierden los papeles, la identidad se pierde, pues roto y perdido queda el tótem tribal que los ampara. Y piensan por su parte las derechas que, si se restituyen de una vez aquellos que, para entendernos, llamaremos los pepeles, se romperá también la unidad de España.

Olvidan aquellos que hoy las gentes nacen en un sitio, son registrados sus nacimientos en otro algo distinto, se casan y residen en otro aún más distante; cambian de residencia por cuestiones de trabajo un par de veces o cuatro a lo largo de su vida y menos mal si tienen donde caerse muertos, en otro todavía más lejano y aún distinto, al término de sus días. La patria hoy son las ideas y el mundo es amplio y poco ajeno.

Mientras tanto, si aquellos olvidan lo que arriba se recuerda, ignoran estos, por su parte, que hoy todo se digitaliza y que los archivos pueden, por ello, estar muy repartidos. Tanto y tan repartidos que permanezcan a salvo de cualquier totalitaria contingencia. ¡Ah, si todos los archivos de los países que han sido esclavizados por los totalitarismos de un signo u otro hubiesen sido digitalizados y convenientemente distribuidos en archivos internacionales! Entonces todo se sabría. ¿Quién le teme a la verdad, no de las palabras, sino de los hechos? ¿Depende? Quizá porque no se sepa quién la teme haya tanta discusión estéril. ¿A quién sirve que la haya?

Mientras se discute si galgos o podencos, si papeles o pepeles, se producen enormes movimientos subterráneos. La que podríamos llamar derecha fría se articula. Le vale todo con tal de organizar la crispación. Tanto la seduce el poder. Tanto es lo que harían por conseguirlo. Tanto lo que estarían dispuestos a pagar, incluso a sacrificar, no en bien de todos sino en beneficio propio. Hay antecedentes. Que se lo pregunten, si no, al ex presidente del Gobierno Felipe González. Él debe de saber algo de esto.

Un sucinto recuento de la prensa que, sin rubor ajeno, podría ser considerada de derechas debería empezar a preocupar a los pensantes. Es muy poca. Si después del recuento se escuchase, sin inmutarse, la descripción de los movimientos mediáticos habidos últimamente en las más meridionales latitudes ibéricas, se podría decir de quien de ese modo actuase que tendría el ánimo ciertamente muy templado. De nuevo todo vale. Desde la crispación producida a fuerza de politizar los distintos conflictos lingüísticos existentes hasta el recrudecimiento de los (re)surgidos a causa de la posesión de unos archivos; o las denuncias, soto voce, de los tejemanejes contables de los propios compañeros de partido, todo vale. De nuevo todo vale. Lo peor es que todavía nos quedas muchas cosas por ver.

Mientras pasa todo eso, la derecha fría ya echó a andar. Y cómo. ¿Quién se extrañaría hoy de la aparición un partido de derecha-derecha? ¿Quién se sorprendería de los nombres que podrían aparecer liderándolo, a la vista de que la capitaneada por Mariano Rajoy no hace aquello que la derecha fría le reclama con insistencia lamentable? Permanezcamos atentos a la pantalla.
Es lo que pasa cuando uno se baja al moro, escucha con atención lo que se habla y sabe que sí, que nos cuentan la verdad, pero que debemos pensar que nos mienten. Por si acaso y porque hay una derecha que da frío.

Alfredo Conde, escritor.