El Toisón de Oro en Barcelona

La larga y rica Historia de España abunda en hechos notables, pero son tantos que, a veces, pueden pasar inadvertidos a pesar de su singularidad e importancia. Uno de ellos cumple su quinto centenario en estos primeros días de marzo, y en la situación actual del país podría ser útil recordarlo.

Los días 6 al 8 de marzo de 1519 se celebró en la catedral de Barcelona el decimonoveno capítulo de la Orden del Toisón de Oro. Era la primera vez que se celebraba la reunión más importante de la orden fuera de los territorios borgoñones, y además resultó ser la única ocasión en que tuvo lugar fuera de los Países Bajos hasta que, siglos más tarde, como afirmación de la españolidad del Toisón y para desmentir a la rama austriaca, los capítulos tuvieron lugar en Palacio hasta designarse en 1755 a la iglesia de San Jerónimo el Real de Madrid como capilla de la Orden.

Carlos I, que había jurado como Rey de Castilla en Valladolid, por Aragón en Zaragoza y por los condados catalanes en Lérida, decidió solemnizar su entrada en Barcelona con el XIX capítulo de la Orden del Toisón de Oro en la catedral, como homenaje a los reinos peninsulares y para resaltar el carácter dinástico de la institución: el hecho es significativo, pues la orden era borgoñona, el francés la lengua materna del Rey y flamencos la mayor parte de los caballeros.

El Toisón de Oro había sido fundado por Felipe el Bueno, Duque de Borgoña, en 1430, y sus estatutos imponían que los collares, insignia de la orden, pertenecían al Soberano de la misma, lo que obligaba a la familia a devolverlos a la muerte de los recipiendarios. En 1516 se fijó el número de caballeros que la constituían en cincuenta y uno. La Orden, cuyo fin político era enaltecer a Borgoña frente a Francia, estaba consideraba a principios del siglo XVI como una, sino la más, prestigiosa de Europa, y formaban parte de ella Enrique VIII de Inglaterra, Francisco I de Francia, Manuel I de Portugal y el Rey de Hungría. El primer español caballero del Toisón, nombrado por Felipe el Hermoso, fue Don Juan Manuel, señor de Belmonte de Campos.

Siguiendo la costumbre establecida en anteriores capítulos, se decoraron los sitiales del coro de la catedral de Barcelona con el escudo del caballero que había de ocuparlo, escudos que hoy todavía campean en los respectivos sitiales para memoria de haberse escogido la catedral barcelonesa como sede de la Orden del Toisón de Oro.

El capítulo de Barcelona se inició celebrando funerales solemnes por el emperador Maximiliano, que había fallecido dos meses antes. Concurrieron doce caballeros y se invistió a otros doce, entre los que se contaban los españoles Duque de Alba, Marqués de Astorga, Duque de Béjar, Duque de Cardona, Duque de Frías, Duque del Infantado, Conde de Melgar, Duque de Nájera y Marqués de Villena, además de los Reyes de Dinamarca y de Noruega.

Al término de todos estos actos, llegó a Barcelona una diputación de los príncipes electores para comunicar al Rey que había sido nombrado Emperador del Sacro Romano Imperio. Los sucesos extraordinarios se amontonaban en la vieja Barcino.

Los infinitos turistas desembarcados de mastodónticos cruceros, en la visita tras su guía, deberían conocer que ya en el siglo XVI los Reyes privilegiaban a Barcelona celebrando en su catedral el capítulo del Toisón, y no sobraba que ellos y los barceloneses supieran que los escudos del coro pertenecen a las familias más preclaras de España y que allí están representados linajes de Castilla, de Aragón y de Galicia en armonía con flamencos, napolitanos y otras importantes estirpes del Imperio.

Esa unión de los Reyes con sus pueblos supone ahora toda una meditación. En el primer tercio del siglo XVI, el capítulo de la Orden del Toisón de Oro en Barcelona suponía un reconocimiento al gran puerto mediterráneo, y con él a todos los reinos y señoríos peninsulares. Quinientos años después, el Rey Juan Carlos I y su hijo Don Felipe VI han seguido visitando asiduamente Barcelona, posiblemente la capital española que más veces ha visto la presencia regia, y esas estancias han estado acompañadas del fervor popular y, ¡ay!, también de reticente apatía gubernamental.

Recordemos todos la Historia, sigamos a quienes la estudian, en Cataluña de modo especial al gran profesor que se llamó Vicens Vives. Se ha repetido que la Historia es maestra de la vida, pero para cumplir con el aforismo ha de enseñarse la verdad y luego penetrar en sus enseñanzas, las que se deducen de los hechos, sin extravagancias ni buscando intereses.

La verdad nos hará libres y en la entrañable Cataluña las personas están necesitadas de libertades, como siempre se llamó en el Reino de Aragón a lo que ahora se denomina derechos.

El Marqués de Laserna es miembro Correspondiente de la Real academia de la Historia.

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