El tortuoso retorno del rey

Por Ali Lmrabet, periodista y Premio Columnistas de EL MUNDO. Pasó siete meses en la cárcel por denunciar las injusticias del régimen y es natural de la región marroquí del Rif (EL MUNDO, 03/03/04):

Y al final vino. Su «pueblo querido» en esa remota y marginada provincia lo estuvo esperando durante cinco días. El se tomó el tiempo de pensarlo dos o tres veces antes de dar el salto.No sabemos si esperó en Tánger por miedo a otro temblor criminal o a alguna protesta de vecinos o víctimas del terremoto. En el Marruecos de hoy, como en el de ayer, manifestarse, aunque sea pacíficamente, cerca de donde se encuentra el rey es pecado.La constitución consagra la sacralidad del rey. Una espontánea muestra de enfado sería considerada como un atentado contra la monarquía.

Pero al final no tuvo mas remedio que venir. Y Mohamed VI, hijo de Hassan II, se desplazó finalmente hasta Alhucemas, la antigua Villa Sanjurjo de los españoles, para contemplar, otra vez, la desgracia y la miseria de esta parte de su reino.

A su paso, en estos momentos de funerales, de velatorios y de inquietud por la suerte de los seres queridos, los empleados del hospital de Alhucemas o los súbditos traídos por la autoridad para hacer bulto en las calles de la antigua villa han aplaudido calurosamente. Hubo gritos de alegría y vítores. Hasta algunos han levantado el pulgar hacia arriba. Como si el terremoto que destruyó pueblos y aldeas debiera ser considerado como una victoria o más bien como una bendición del cielo. Quizás esperaban que el rey trajera su bendición, la famosa baraka, con él.

Cuando hace una semana la tierra tembló en esa lejana provincia del norte de Marruecos, sus habitantes se estremecieron por este brutal enfado de la naturaleza. Muchos exclamaron: «¡Lo que nos faltaba!». El Rif, el hijo que nunca fue predilecto del reinado de Hassan II, no es precisamente una región envidiada por su economía. Allí la tierra no recompensa el duro trabajo de los hombres para fecundarla. Desde siempre, el Rif queda muy lejos de las preocupaciones de los burócratas de Rabat. En la capital del reino, cuando se evoca esa zona montañosa y árida, es siempre para fustigar a una gente que, dicen, es taciturna y algo rebelde.

Hassan II, que en los años 50 roció algunas aldeas con napalm durante lo que algunos historiadores llaman la segunda guerra del Rif, visitó muy pocas veces la región. Cuando Hassan falleció en 1999, hacía décadas que no pisaba suelo rifeño. La muerte le sobrevino sin que se hubiera reconciliado con sus súbditos más díscolos. Pocas semanas después de su llegada al trono, Mohamed VI decidió realizar una visita a la región. Se fue en coche de Tetuán a Alhucemas. Utilizó la carretera, cuyo mal estado ocasiona decenas de accidentes mortales cada año.

Se paró en todas las ciudades, pequeñas y grandes, y mostró una generosa sonrisa para que esos rudos montañeses se convencieran de que Rabat podía ser otra cosa que el palo y la mala cara de los funcionarios. Una decisión sin duda acertada. La reconciliación parecía encarrilada. Rumores insistentes anunciaron que el nuevo soberano iba a trasladar, de vez en cuando, su corte a ese rincón de Marruecos que tanto había evitado su augusto padre.

Desde entonces, el rey veranea cada año religiosamente en el norte. En su palacio de Tetuán o en el de Tánger. «¡En el Rif!», intentaron convencernos algunos fieles aduladores del régimen.Espero que algún día, antes de que nos muramos, los historiadores, los geógrafos y demás cartógrafos declaren científicamente que ni Tetuán ni Tánger se encuentran situados en territorio rifeño.

¡No es que necesitemos otro palacio más! ¡No! Con los actuales ya hay suficientes. Pero la historia de los alauíes nos enseñó que sus sultanes siempre han construido palacios en las principales ciudades del antiguo Imperio Xerifiano para estar más cerca de su pueblo.

Y de allí volvemos a lo que pasó desde que la tierra tembló en las cercanías de Alhucemas. Si hubo numerosas y espontáneas revueltas, resentimiento generalizado contra la autoridad y descontento popular, es porque el suelo se movió en una región políticamente sensible.

Los pueblos más afectados, Imzuren y Aït Kamra, forman parte de la confederación de tribus de los Beni Uriaghel. La del mítico Abdelkrim. La mas grande del norte de Marruecos. Y, para el anecdotario, diremos que es en Aït Kamra, hoy devastada, donde se selló la unidad de los rifeños en 1921, algunas semanas antes de que ocurriera lo que los españoles llamaran el Desastre de Annual.

Una región duramente castigada durante la primera Guerra del Rif, acostumbrada pues a los terremotos de la Historia, no tanto a los naturales. Es un dato un poco olvidado, pero el 26 de mayo de 1994 la tierra tembló fuertemente en Alhucemas. Hubo una decena de muertos y muchas casas se derrumbaron. En esa época, Hassan II no se trasladó hasta allí. Mandó a una de sus hijas, que anunció en un acto multitudinario una visita del Rey que nunca tuvo lugar.No es de extrañar que ahora la visita suscite tanto revuelo.No es de extrañar, pero tampoco es normal.

Lo importante, lo vital, debería ser la manera de solucionar nuestros problemas. En este caso ayudar urgentemente a los damnificados rifeños. Durante los últimos días, la prensa internacional ha dedicado artículos, editoriales y análisis a especular sobre la posible visita real al lugar del siniestro. Y las autoridades marroquíes dedicaron todas sus fuerzas y su arte del fasto a que la aparatosa visita del soberano fuera un éxito. Es como si el desplazamiento del jefe del Estado a Alhucemas tuviera que servir más para dar una imagen salvadora de la monarquía que para aliviar la penosa situación de los afectados. Algunos consejeros debieron de pensar incluso que la visita era más un favor que un deber.

Y allí nos alejamos más del tema principal, que es la desgracia que ha golpeado una región ya de por sí apaleada por la Historia y la desidia. Si la situación del país fuera normal, si nuestra política y nuestra manera de ver las cosas fueran más lógicas, la visita del jefe del Estado a un lugar siniestrado sería un detalle. Algo necesario, ciertamente, pero que no suscitaría tanta polémica o expectación. Eso revela también, y de manera evidente, que esa región está abandonada, olvidada.

En fin, en medio de este cuscús marroquí, faltaba la historieta que hace reír. Aun en estas circunstancias dolorosas. Inmediatamente después del terremoto, un tal Ilias Omari, un rifeño de palacio miembro de la nueva autoridad audiovisual y amigo personal de Fuad Ali el Himma, actual hombre fuerte de Marruecos, se lanzó a la búsqueda de un culpable. Qué mejor que buscarlo en el exterior.Omari lo halló en Melilla. Como no podía probar que habían sido las autoridades de la plaza española las que desencadenaron el terremoto, el gracioso alto funcionario las acusó de «falta de solidaridad». Aun en plena catástrofe, algunos viejos reflejos siguen vivos.