El totalitarismo euskaldun

Cuando en los estertores del franquismo se propagó el entusiasmo por revitalizar el euskera, era muy nítida la voluntad de reparar el agravio sufrido por quienes habían sido impedidos de expresarse en su lengua natal. Eran pocos, sí, pero simbolizaban las ansias de libertad del pueblo vasco. Hoy, a los 25 años de la Ley de Normalización del Uso del Euskera - a la que tanto contribuyó Fernando Buesa- ya no son tan pocos los euskaldunes y no corre peligro su derecho de expresión pero, ay, se diría que la tortilla ha dado la vuelta y están en entredicho los derechos de muchos vascos, la mayoría, de expresarse en su lengua materna, el castellano en el que nacen, viven y mueren desde hace siglos.

Al arrimo de los entusiasmos de la Transición democrática se acuñaron muchos mitos sobre nuestro pasado. Uno de los más grotescos fue atribuir a la represión franquista la pérdida del euskera. La oportuna identificación nacionalista del ser vasco con el ser euskaldun hizo el resto. La recuperación del euskera se convirtió en el nuevo evangelio y en la condición tácita para que los inmigrantes y sus descendientes se integraran sin complejos en la sociedad vasca. Había otras variantes: hablar castellano con impostado acento euskaldun o ser más 'borrokilla' que nadie para compensar los fracasos en el euskaltegi, pero no quiero extenderme.

Sólo quiero decir que estoy harto del negocio institucional que ha montado el nacionalismo a partir de mentiras colosales. Somos demasiados los ciudadanos oriundos del País Vasco que hemos vivido generaciones y generaciones en castellano sin que nadie nos impidiera trabajar o escolarizarnos por ello. El euskera es residual en Álava desde hace varios siglos y de mi Donosti natal, salvo en el puerto, en el mercado y en algunas canciones -una mención especial para el Gure Aita de la misa de Capuchinos-, tengo muy pocos recuerdos infantiles del vascuence, como se decía entonces. Pero la mentira social que hemos contribuido a crear, por activa o por pasiva, nos invita a sospechar de nosotros mismos, como si hubiera alguna impostura en ser de aquí y no saber euskera. Imperceptiblemente, estamos pasando de defender el derecho a expresarse en euskera al deber de hacerlo, so pena de padecer perjuicios laborales, profesionales, educativos y demás. Por inevitable que a muchos les parezca, me niego a aceptar dicha situación porque, al igual que denunciábamos la represión lingüística de los euskaldunes en la escuela franquista, me parece una aberración negar el derecho de todo individuo a educarse en su lengua materna. Por mucho que lo llamemos inmersión en vez de represión, ello contraría las recomendaciones de la Unesco y el sentido común de todos esos padres que no pueden ayudar a sus hijos con los deberes escolares. Eso sólo tiene un nombre, totalitarismo, porque se pide a los individuos que sometan su realidad individual y tangible a los proyectos colectivos y virtuales de unos cuantos visionarios que sueñan con un monolingüismo euskaldun que ni ha existido ni existirá nunca.

Pero lo más hiriente es la parte de negocio que el nacionalismo vasco se juega en este empresa. Haciendo del euskera condición de la identidad vasca, se han hecho con un funcionariado a su medida y distorsionan la competencia profesional de profesores, sanitarios y tantos otros oficios a favor de esa elite perfectamente euskaldunizada que está copando el mercado laboral vasco en detrimento de tantos profesionales excelentes que han de dejar su tierra natal por el delito de haberse equivocado de lengua materna.

En el ámbito educativo, el que mejor conozco, es lamentable que toda la atención del Departamento se concentre en los modelos lingüísticos y en el currículo vasco -ese sesudo esfuerzo por ocultar la palabra España y la inserción institucional del Gobierno vasco en la Constitución española-, tan ensimismados ante lo vasco, con mayúsculas, que apenas quedan energías para cuestiones como el fracaso escolar, la integración social de los emigrantes, las innovaciones didácticas o la desmoralización y desmotivación del profesorado. Dirán las estadísticas que la euskaldunización va bien, y me alegro, pero me apena que cada vez haya más personas, y me incluyo, capaces de manejar el euskera como herramienta laboral o estudiantil pero que no lo hablan habitualmente porque se sienten más cómodos, libres y competentes en castellano así como afectivamente distantes de un euskera impuesto por obligación, corrección o amenazas. Creía haber oído a nuestra consejera de Cultura algo sobre la dimensión afectiva de las lenguas, pero me habré confundido. No se explica si no que exijan Perfil Lingüístico (PL) 2 a los profesores de castellano, inglés o fagot, que la baremación del euskera sea tan abusiva en las oposiciones de Osakidetza o que el Plan Vasco de Cultura desampare todo lo que sea creación cultural en castellano y subvencione tan desmedidamente todo lo que lleve label euskaldun.

No es de extrañar así que veamos a tantos jóvenes y no tan jóvenes marchar de Euskadi a estudiar y trabajar fuera. Esto será muy bonito, pero la atmósfera es irrespirable para quienes no compartimos las prioridades institucionales de inversión pública. Lo que se invierte en un sitio no se invierte en otro y, también por propia experiencia, es un disparate el dineral que nos estamos gastando en euskaldunizaciones forzosas cuando hay necesidades como vivienda, trabajo y servicios sociales mucho más perentorias. Pero lo más sangrante es comprobar su carácter virtual, tener la certeza de que quienes defienden la trascendencia histórica de tal esfuerzo luego hacen los negocios en castellano, cuentan el dinero en castellano, toman las decisiones importantes en castellano y se permiten decir puertas afuera qué importante es no hacer lo que ellos hacen puertas adentro.

Mentiras, falacias e intereses que vienen prolongándose hace muchos años al amparo de la buena voluntad de la mayoría de la población que aprecia la riqueza implícita a la pluralidad lingüística y al amparo también, todo hay que decirlo, de los pistoleros que nos quieren euskaldunizar a tiro limpio. Pero los totalitarismos nunca aguantan demasiadas décadas. La realidad es tozuda y acaba imponiéndose a los delirios colectivos. Las lenguas salen del corazón y no es natural que dos personas prefieran hablar mal entre ellas pudiendo hablar mejor sólo porque quieran construir un futuro que no verán. Eso sólo tiene sentido con afecto y buen humor. No será con discriminaciones laborales ni con imposiciones educativas como conseguirán que el euskera se desvincule de las ideologías que tanto daño le están haciendo. Para que tus hijos oigan de tu boca una lengua aprendida o para que te ilusione aprender la lengua que enseñan a tu hijo en la escuela hace falta cariño, ilusión y mucho respeto a la lengua madre de la mayoría y mucha menos mala baba a la hora de dificultar el ejercicio laboral de todos aquellos profesionales que no necesitan tanto título ni erudición gramatical para trabajar en euskera y en castellano. El día en que se generalice la posibilidad -en la calle, en los medios de comunicación, etcétera- de que uno hable en su lengua preferida y el otro le conteste en la otra y ambos hagan un esfuerzo para no cortar la conversación y para prolongarla si es preciso, ese día será un gran día. Ikusiko ote diogu?

Vicente Carrión Arregui, profesor de Filosofía.