El transformismo y la envidia social

Conte. O como se suele decir en Italia, emulando el famoso tuit de Donald Trump durante la crisis desencadenada en verano por Matteo Salvini en el Papeete Beach de Milano Marittima, los numerosos Contes. Los Giuseppes: o, como vamos a intentar demostrar, el resurgimiento —en una Italia que es primera abanderada del soberanismo fascista de la Liga— del transformismo. Un regreso, por así decir, a Cavour y el cambio de chaqueta como instrumento para estabilizar un país caracterizado por una especie de a-democracia. Es decir, un caos democrático como estabilización paradójica de una Italia que hace años que no tiene una mayoría regida por los principios de la coherencia política y los ejes ideológicos de la "derecha" y la "izquierda". ¿Qué relación hay entre el transformismo de Conte -antes primer ministro de un gobierno soberanista-populista regido por el "contrato" entre la Liga y el Movimiento 5 Estrellas y ahora todavía primer ministro, pero con una mayoría inestable que apela al eje entre el Partido Demócrata y un Movimiento en perpetua disolución- y el soberanismo de Salvini?

Podríamos recordar lo que Zygmunt Bauman ha denominado "retrotopía", es decir, la nostalgia o el pasado como ancla para disolver un presente disgregado, pero en sentido inverso. Si Bauman consideraba esta "pasión" por el pasado como recuperación de la memoria o de la historicidad -o, al estilo de Benjamin, como recuerdo arqueológico de la historia-, hoy, el regreso al pasado asume la antigua variante del "transformismo": la superación de las barreras histórico-políticas de los ejes de la derecha y la izquierda históricas.

El transformismo y la envidia socialSin embargo, conviene que nos preguntemos por qué y cómo se ha producido este regreso al transformismo después de la breve pero ferviente etapa del llamado "soberanismo" de la Liga de Matteo Salvini o el partido en ascenso de Giorgia Meloni. ¿Cuál ha sido la vinculación entre el soberanismo y el populismo, cuyo máximo defensor ha sido el exministro del Interior, Salvini? ¿Y por qué su caída o su colapso han hecho retroceder a Italia a los tiempos del cambio de chaqueta, de las constantes dimisiones de ministros insatisfechos del nuevo eje entre el Movimiento 5 Estrellas y un Partido Demócrata dividido entre la dirección silenciosa de Zingaretti y la vertiginosa vuelta a los escenarios políticos de Matteo Renzi?

Sería interesante, a este respecto, retomar una perspectiva a largo plazo y volver la vista por unos instantes a la época que algunos han llamado Berlusconeida, es decir, los interminables 20 años de Berlusconi como encarnación de la hegemonía social-televisiva en la Italia post-ideológica. Y actualizar algunas notas apuntadas por el célebre Ernesto Laclau en La razón populista. Como es sabido, Laclau reinterpreta el populismo en un sentido que, en la línea de Weber, podríamos definir como a-valorativo. El populismo es "pasión". Pasión por un "líder", que puede estar en el marco conservador o del radicalismo revolucionario. Laclau pone al día el estudio del populismo: para empezar, a través de su relectura en sentido semiótico y, sobre todo, deseante y afectivo. El populismo se sostiene en la movilización de las pasiones fundamentales: el afecto, el carisma o -como diría la antigua camarada Chantal Mouffe- el odio. Para entender el llamado "caso italiano", a estas pasiones fundamentales habría que añadir, en nuestra opinión, la envidia, como pasión social fundamental. Una envidia que ha estudiado con gran profundidad una filósofa política italiana, Elena Pulcini. El motivo es que, entre todas las banderas post-ideológicas agitadas durante las dos décadas berlusconianas, junto a los famosos himnos a una imprecisa "libertad" (que coincidió con el endurecimiento de los procesos de liberalización) o al "amor" (amor al líder, por supuesto), lo que prevaleció fue la envidia. Envidia de los llamados "pobres" respecto a los "ricos", envidia de la plebe ante los nuevos aristoi. Y esto coincidió con la vuelta a una "sociedad censal", dominada por la lógica de la mercancía y el dinero. La desaparición de los parámetros de la izquierda y la derecha históricas coincidió, durante la hegemonía de Silvio Berlusconi, con una reconsideración de la política en un sentido duramente neoliberal, donde lo que sostenía lo que, en sentido gramsciano, llamábamos hegemonía era precisamente la distinción entre "pueblo" y "élite"; y esto desde un cierto punto de vista, antes de la desenfrenada hegemonía actual del neoliberalismo, como una lógica de financiarización, de la interpretación del ciudadano como privatus y, al mismo tiempo, como capital humano que puede "valorarse" en sentido capitalista para someterlo al paradigma del producto social y televisivo.

En este sentido, el "soberanismo" de Salvini parece heredero natural del populismo berlusconiano, en la medida en que en él dominaban todavía las pasiones del odio (hacia los que son distintos, los inmigrantes, los marginados, los relegados) y la envidia (del sur del planeta hacia la Europa feliz, o incluso del sur de Italia hacia un norte rico y secesionista, exponente de las que se definen como "pequeñas patrias"). Sin embargo, ya lo dicen algunos filósofos italianos como la mencionada Elena Pulcini o el famoso Remo Bodei: la envidia según las enseñanzas de Spinoza- es una "pasión triste", una pasión que limita con el rencor, el resentimiento, y que da pie a actitudes caracterizadas por la "superstición" y el encantamiento. En otras palabras, al apego fetichista al carisma del líder que convierte al "pueblo" en una entidad enfurecida, gobernada por la lógica schmittiana del "amigo y el "enemigo".

Por todo ello, nos preguntamos: ¿era aún Giuseppe Conte, abogado ascendido hasta el puesto de primer ministro, la solución política contra el soberanismo y el populismo? ¿No será quizá un nuevo ejemplo del eterno fracaso de la izquierda histórica italiana, dominada por una forma de deseo suicida que le impide volver a tocar las cimas del gobierno? Como hemos dicho, Giuseppe Conte parece una especie de "vuelta atrás", el recrudecimiento del antiguo transformismo italiano como paradigma de la estabilización, una estabilización que, en cierto modo, en sus aspectos externos, recuerda al gobierno tecnócrata de Mario Monti. Y no solo por el estilo corporal y político del líder (el loden de Monti y los trajes a medida de Conte), sino también por la obsesión política con las normas presupuestarias, que hace que lo que predomine en la política italiana sea, no la restauración de los principios fundamentales del Estado de bienestar, sino el vínculo con una Europa financiarizada que exige recortes en las políticas sociales y sanitarias.

Ahora la pregunta hay que hacérsela de nuevo a la izquierda, que se dispone a una fragmentación e incluso a una división en tres. De hecho, entre las fuerzas del nuevo gobierno amarillo-rojo ya vemos por un lado el "mando" callado y templado de Nicola Zingaretti, recién elegido Secretario del PD, y, por otro, el regreso a escena de Matteo Renzi, con el nuevo partido llamado Italia viva. Unas fuerzas en discrepancia permanente, testimonio de una escisión que se remonta, al menos, a la época de Achille Occhetto. Pero, junto a ellas, en la nueva Italia, hemos visto surgir en los últimos meses un nuevo "movimiento", este sí, de base, denominado "Movimiento de las sardinas". Las sardinas son unos peces débiles cuando están solas, pero adquieren toda su fuerza en cuanto se juntan y forman una masa. El movimiento no tiene intención de convertirse en partido, y se opone por igual al transformismo del segundo gobierno de Giuseppe Conte y al soberanismo de Salvini, lo cual demuestra una doble condición: en primer lugar, la persistencia en Italia, o en la izquierda italiana, de una tendencia a los "movimientos" que, desde los corros de Nanni Moretti y Paolo Flores D'Arcais llega hasta las nuevas "sardinas": unos movimientos callejeros, que se hacen sentir físicamente y reivindican los "derechos sociales" como continuación de la auténtica y vieja tradición del Partido Comunista Italiano.

Y en segundo lugar, la presencia en Italia -en contra de la idea convencional que contrapone una Italia gattopardesca a una Francia revolucionaria- de lo que la filósofa estadounidense Judith Butler llamó una "democracia de los cuerpos". Es decir, una democracia surgida de abajo, de las periferias y de lo que Laclau llama demandas: demandas de justicia social, igualdad y acogida a los que son distintos. Y todo esto precisamente cuando Italia se encuentra -todavía y otra vez- en el centro del torbellino de los movimientos migratorios que llegan del sur a Europa en busca de la "nueva patria, no solo intercultural sino interracial, frente a las políticas de cierre y los nuevos muros erigidos por un presidente de Estados Unidos ya en pleno proceso de destitución. La Italia que es verdadera frontera de Europa, junto a España y todo el bloque de la Europa mediterránea, de un Mediterráneo de las nuevas "sardinas", pequeños seres acuáticos que sobreviven en grupo en un mar que es tumba sumergida, cementerio de personas que huyen de la guerra, inmigrantes económicos o refugiados. La Italia, en definitiva, ya no de la envidia y el transformismo como pasiones sociales, sino de la apertura al otro y al distinto, de la vuelta a las políticas sociales que se oponen tanto a cualquier soberanismo como al nuevo transformismo de Giuseppe Conte.

Emanuela Fornari es profesora de Filosofía Teórica y Social en la Universidad Roma III. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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